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Cura cuelga la sotana para casarse con su novio



Martes 19 de Marzo de 2019 1:11 pm

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Después de enfrentar diversos obstáculos se casó con Oscar, un organizador de eventos


Cuando me pasa a buscar por la terminal de Villa Mercedes, a menos de 100 km de San Luis capital, lo único que noto distinto en Pablo son sus orejas perforadas. Lleva un par de aretes brillantes que contrastan con el pelo negro azabache, peinado tal como lo recordaba. Tiene un poco más de barba recién encanecida, pero está igual que la última vez que lo vi hace cinco años.

En ese entonces, y hacía ya casi una década, Pablo era el cura del colegio al que fui toda mi vida, además de mi profesor de Teología. Hoy, como me cuenta de camino a la casa que comparte con su esposo, su vida es otra. Colgó la sotana y a los 40 años salió del clóset. Se casó con Oscar, organizador de eventos para los que él cocina, y conviven hace dos años. Juntos, no hacen más que planificar a futuro: su primer viaje fuera del país, agrandar el negocio y hasta, en una de esas, adoptar.

Su primera experiencia homosexual la tuvo a los 21 años mientras cursaba el seminario para ser sacerdote. A la casa donde vivía junto al resto de sus compañeros, llegó un chico colombiano que venía de intercambio. Con él, se miraban de otra manera. “Ojo de loca no se equivoca”, diría más tarde su marido.

Después de buscarse el uno al otro, el colombiano, como lo llama para no comprometerlo ya que sigue siendo cura, entró en su habitación y le propuso un juego: ambos tenían que cerrar los ojos y simular ser ciegos para reconocerse los cuerpos con las manos. Esa noche, por primera vez, Pablo tocó el cuerpo de otro hombre.

Pablo: Al poco tiempo él se volvió para Colombia. Varios años después me enteré de que estaba en el Vaticano. Fui varias veces para allá, pero por alguna u otra razón él nunca estaba.

A ese mal timing Pablo lo llama “gracia divina”. Pero como Dios los cría y el viento los amontona, mucho tiempo después, en su último viaje de estudios al Vaticano, se reencontró con el colombiano. Ahí estaba ese muchacho, ya no un recuerdo regurgitado por años sino todo un hombre de voz profunda y acento fascinante con un alto puesto eclesiástico.

En ese viaje que, sin saberlo, sería su último como parte de la Iglesia, Pablo y el colombiano tuvieron la oportunidad de terminar lo que habían arrancado como seminaristas en Buenos Aires casi una década atrás. Una noche que recuerda tibia, los dos sacerdotes cogieron puertas adentro de la Santa Sede.

La profesión lo obligó a estar en constante movimiento. El noviciado le tocó en la misión del Mato Grosso de Brasil. Después vino el diaconado en Montevideo, Uruguay. La lista sigue, pero aunque en su camino conoció una envidiable cantidad de lugares, sus ocho años en el colegio San Agustín, en la Ciudad de Buenos Aires, son los favoritos de su vida eclesiástica.

Ahí, además de sus tareas como sacerdote, ejerció como docente. Como los demás curas eran bastante mayores, Pablo era el encargado de los jóvenes. Con muchos de sus alumnos conserva hasta hoy una relación estrecha. Varios, incluso, estuvieron en su casamiento.

Agencias



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