¿El Pípila realmente existió? Esto dice la historia
FOTO INTERNET
Lunes 16 de Septiembre de 2019 5:16 pm
+ -¿Una invención creada por la imaginación, una súbita personalidad murmurada a partir de lo que se creyó haber visto, una delirante fantasía pueblerina? O carne y hueso
El Pípila
aparece y desaparece de la historia nacional con gran desparpajo. Hay quienes
aseguran que su leyenda es precisamente eso: una invención creada por la
imaginación, una súbita personalidad murmurada a partir de lo que se creyó
haber visto, una delirante fantasía pueblerina. Sin embargo, hay quienes
sostienen que se trató de un hombre de carne y hueso cuya valentía modificó,
facilitó, un tramo la independencia mexicana.
Ambos bandos,
no obstante diferir en premisas básicas de ciertos apuntes concretos, han
caminado de manera paralela en el rumbo de la documentación oficial. Ricardo
López Méndez (1903-1989) se adentró en algunos parajes de la historia tratando
de introducirse donde nadie lo había hecho. De ese modo quiso averiguar, de una
vez por todas, la existencia o inexistencia del famoso Pípila. El resultado de
su indagación lo hallamos en el libro Poesía y pensamiento, editado por el
Fondo de Cultura Económica.
Así, pues, el
vate López Méndez nos dice que la historia está dividida en dos vertientes:
entre los que ponderan el juego imaginativo, como Carlos María Bustamante
(1774-1848), y los que tienden a reprimirlo, como Lucas Alamán (1792-1853).
El primero,
al construir la escena de aquel viernes 28 de septiembre de 1810 en la
Alhóndiga de Granaditas, dice que Miguel Hidalgo, “rodeado de un torbellino de
plebe, dirigió la voz a un hombre y le dijo: ‘Pípila, la patria necesita de tu
valor. ¿Te atreverás a prender fuego a la puerta de la Alhóndiga?’ La empresa
era arriesgada, pues era necesario poner el cuerpo en descubierto a una lluvia
de balas; Pípila, este lépero comparable con el carbonero que atacó la Bastilla
en Francia, dirigiendo la operación que en breve redujo a escombros aquel apoyo
de la tiranía, sin titubear dijo que sí. Tomó al intento una losa ancha de
cuartón, de las muchas que hay en Guanajuato; púsosela sobre su cabeza,
afianzándola con la mano izquierda para que le cubriese el cuerpo; tomó con la
derecha un ocote encendido, y casi a gatas marchó hasta la puerta de la
Alhóndiga, burlándose de las balas enemigas. No de otra manera obrara un
soldado de la décima legión de César reuniendo la astucia al valor, haciendo
uso del escudo, y practicando la evolución llamada de la tortuga”.
Por supuesto,
ante tan prodigiosa descripción, Lucas Alamán tenía que venir a negar tal
“imaginativa” crónica. En 1849, un año después de la muerte de Bustamante, a
quien, aun en vida, le decían loco y mitómano ?adjetivos que apuraban a los
historiadores “realistas” a depurar las observaciones de los “imaginarios”?,
Lucas Alamán niega el hecho: “Esta relación es del todo falsa pues el cura
Hidalgo, habiendo permanecido en el cuartel de caballería, en el extremo
opuesto de la ciudad, no podía dar orden alguna; el nombre de Pípila es
enteramente desconocido en Guanajuato”.
Empero, en el
libro Adiciones y rectificaciones a la historia de México, que escribiera Lucas
Alamán, se apunta que el Pípila, a decir de José María Liceaga (1780-1818), “se
hallaba entre un grupo que rodeaba y no perdía de vista al cura, y
acercándosele le dijo que sin necesidad de ellos se ofrecía a ejecutar la
operación que se intentaba, dándosele como en el momento se le dio para comprar
aceite de beto, brea y ocote, y entonces, arrimándose a la pared y tapándose
con una losa, untó la puerta con aceite, llenó con la brea lo untado y luego le
arrimó el ocote, con lo que fue ardiendo la madera hasta que completamente
quedó destruida”. Esto, que es lo más verosímil y lo que explicaban las muchas
personas que lo presenciaron y observaron, dice López Méndez, “acaba de aclarar
la inexactitud y falsedad que se advierte entre lo que cuentan los dos autores
susodichos”, refiriéndose obviamente tanto a Bustamante como a Alamán. De todo
ello, “una cosa se deduce: la evidencia de que el personaje existió. Ello lo
afirma Bustamante, lo pone en duda Alamán y lo reafirma Liceaga”.
He aquí,
pues, que el vate López Méndez, como le gustaba hacer con los capítulos
complejos de la historia, se puso a averiguar tal suceso y descubrió un dato
significativo. Aunque Alamán insista en que no es conocido el nombre de Pípila
en Guanajuato y tal cosa sea aceptada tácitamente por Liceaga, a López Méndez
el cónsul de México en Eagle Pass, Texas, el conde Samaniego del Castillo, puso
en sus manos una copia del acta que, en seguida, nos la transcribe íntegra:
“Estado de Guanajuato. Año de 1926. Vale 50 centavos. En nombre de la República
de México y como juez del Estado Civil de este lugar, hago saber a que la
presente vieren y certifico ser cierto, que en el libro número tres del
Registro Civil que es a mi cargo, a la foja 274 vta. se encuentra sentada una
acta del tenor siguiente: en la ciudad de Allende el domingo 26 de julio de
1863, ante mí el juez del Estado Civil a las 11 de la mañana presente Miguel
Martínez originario y vecino de ésta, casado, obrajero, de 75 años, dijo que
ayer falleció de un dolor cólico Juan José Martínez de 81 años, hijo legítimo
de Pedro Martínez y de María Rufina Amaro, difuntos, que el finado fue el que
incendió la puerta del castillo de Granaditas en Guanajuato en el año de la
Independencia de 1810, a quien le decían el Pípila. En cumplimiento de la ley
se registró este acto siendo testigos Manuel Pérez y Antonio López de ésta, el
primero de 46 años y el segundo soltero de 26, que no les tocan las generales
de la ley con el finado. Con lo que termino esta acta que se leyó al interesado
y testigo que manifestaron estar conformes; no firmando por haber expuesto no
saber, haciéndolo conmigo el de asistencia. Doy fe. Es copia sacada de su
original a solicitud del señor Leopoldo de Samaniego. Allende a 8 de febrero de
1926”.
¿Sería el
compareciente Miguel Martínez, de 75 años, originario y vecino de San Miguel el
Grande (de Allende), hermano de Juan José, el Pípila?, se pregunta López
Méndez. “Si, como dice el acta transcrita, el Pípila falleció a la edad de 81
años, en 1863, entonces se puede deducir que nació en 1782 y que en el año de
la Independencia era un hombre de 28 años, posiblemente minero de las cuevas
guanajuatenses, razón por la que era diestro en el uso del testudo, o sea la
losa en forma de concha de tortuga, para defenderse en el caso de la lluvia de
fuego”.
De un viejo
diccionario militar López Méndez deriva esta acepción de testudo: “Arma o
máquina bélica a manera de concha de galápago con que se cubrían los soldados
para arrimarse a las murallas y defenderse de las armas arrojadizas”, que
remite al vate (nacido en Izamal, Yucatán, y fallecido en Cuernavaca, Morelos)
a ver tortuga, músculo, plúteo, gata, “todo lo cual viene a ser el origen de
una trinchera móvil, acaso el más remoto antecedente de los famosos tanques de
guerra”.
Aún en la
actualidad los diccionarios (pobres diccionarios de papel en extinción ahora
transferidos a las pantallas digitales) dicen que testudo es “una máquina
bélica con que se cubrían los soldados para arrimarse a las murallas” o “una
cubierta que formaban los soldados alzando los escudos sobre sus cabezas”,
armatoste hoy, en cualquier guerra, verdaderamente inútil, como es ahora inútil
denominar “pípila” a un guajolote o llamar con ese nombre a los pájaros para
que los niños vayan prestándole atención. Hoy a nadie apodan Pípila porque es
un coloquialismo caído en desuso. (Víctor
Roura)