Así destruye el Covid-19 al cuerpo humano
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Viernes 22 de Mayo de 2020 8:12 pm
+ -No sólo en los pulmones estaría el centro de la destrucción, otros órganos, como el corazón y los vasos sanguíneos dan pistas de la afectación.
Se detecta al
intruso e inicia el ataque. Cuando el sistema inmunológico reconoce una
molécula extraña, empieza a preparar al organismo para defenderse en una
respuesta natural que ha acompañado al ser humano en su evolución. Con casi
tres millones de casos de COVID-19 en todo el mundo, el estudio del virus
al interior del cuerpo humano se ha vuelto fundamental para tratar de
entender por qué unas personas pueden recuperarse con tan solo unas gotas de
oxígeno, mientras que otras sucumben con el virus extendido por pulmones,
corazón, riñones, intestino y cerebro.
Científicos
de todo el mundo, como la doctora Irani Thevarajan, especialista en
enfermedades infecciosas del Servicio Victoriano de Enfermedades Infecciosas en
Melbourne, Australia, y Miembro Honorario en el Instituto Nossal para la Salud
Global, confirma que la cifra del 80% de los casos de Covid-19 sigue
siendo leve, pero comprender la respuesta inmune en todos los casos
(abarcando moderados y graves) es muy importante porque no sólo lleva a
entender mejor la forma en que el virus embate al organismo, sino con qué
efectividad puede funcionar el centenar de tratamientos que están a prueba en
la actualidad, y por supuesto, abona en el desarrollo de la anhelada vacuna.
Campo de
batallas Ante el ataque el patógeno, el sistema inmune responde de dos formas:
la respuesta innata y la respuesta adaptativa. La primera no tiene memoria y
se encarga de aumentar el flujo de sangre hacia la zona infectada.
De los vasos sanguíneos salen células y determinadas sustancias, como proteínas
y citocinas, que tratan de detener la infección. Las células implicadas
en la respuesta innata son los macrófagos, neutrófilos, células
dendríticas, mastocitos, eosinófilos, basófilos y células NK (Natural
killers-asesinas naturales), un potente batallón que inicia la guerra contra el
patógeno. El primer liderazgo lo asumen los macrófagos, células
devoradoras de desechos presentes en casi todos los tejidos corporales.
Cuando la infección es leve, bastará este primer escuadrón para vencer al
enemigo.
Por otro
lado, la respuesta adaptativa se encarga de producir anticuerpos para destruir
al patógeno. Las células que participan en este proceso son un tipo especial de
leucocitos llamados linfocitos. Las células B y T son sus clases principales.
Cabe señalar que en este tipo de respuesta, el cuerpo sí es capaz de recordar a
los patógenos con los que ha entrado en contacto y es por esto que sabe cómo
combatirlos en el futuro, pero en el caso de este virus, aún se desconoce la
duración de la memoria inmunológica.
Es así que el
sistema inmune trata de neutralizar al patógeno e impedir a toda costa que
penetre a las células, pero no es una lucha sencilla. La batalla, literalmente,
deja sin aliento, pues a medida que el sistema inmunitario combate, se
interrumpe la transferencia de oxígeno al organismo, administrado mediante los
alvéolos pulmonares. Los glóbulos blancos liberan moléculas inflamatorias
que convocan más células inmunes que atacan y matan a las células infectadas
por el virus. Los pulmones se convierten en un campo de batalla que se tiñe de
células muertas y líquido, la patología subyacente de la neumonía, con sus
síntomas correspondientes.
El virus
también puede ganar la batalla de otras formas. El SARS-CoV-2 parece burlar al
sistema inmunológico inhibiendo la producción de interferón, macromoléculas
producidas y secretadas por las células anfitrionas como respuesta a la
presencia del patógeno para impedir que el virus se introduzca en ellas. Por
otra parte, algunos sistemas inmunitarios generan las llamadas “tormentas de
citocinas” (o citoquinas). El sistema inmunitario se sobreestimula y atrae más
células agresivas para combatir al virus, hasta que pierde el control y provoca
una inflamación descontrolada que acaba con el organismo, pues las citocinas
(en concreto la llamada IL6) son proteínas que no sólo generan inflamación
local, sino lo hacen en diferentes órganos, como cerebro, hígado y médula ósea,
pues las moléculas viajan por la sangre llegando hasta otros órganos. Es
preciso decir que esto no es algo que solo suceda en la lucha frente al nuevo
coronavirus, según datos de la Universidad de Alabama, este descontrol orgánico
ocurre en al menos 15% de las personas que luchan contra cualquier infección
severa.
Los
especialistas parecen divididos respecto al impacto de estas “tormentas”.
Mientras que para algunos estos estados hiperinflamatorios brindan una
oportunidad de crear ensayos clínicos para fármacos dirigidos a citocinas
específicas en pacientes con COVID-19; para otros, aún faltan datos más
convincentes y el riesgo es que el uso de esos medicamentos pueda suprimir la
respuesta inmune que el cuerpo necesita para combatir el virus.
El sistema
inmunitario va perdiendo efectividad a lo largo de los años, por eso las
personas de mayor edad tienen más riesgo. Lo mismo sucede en personas con
enfermedades como diabetes, hipertensión u obesidad, pero los
investigadores también están tratando de entender por qué el virus puede dañar
gravemente a otros organismos más jóvenes y sin problemas de salud. La
respuesta es multifactorial, pero el peso del factor genético no se ha dejado
de lado, pues incluso las tormentas de citocinas podrían ser favorecidas por
alguna mutación, tal como lo han demostrado estudios de otros coronavirus, como
sucedió con el H1N1.
Por otra
parte, especialistas en enfermedades respiratorias y genética de la Universidad
de Oxford, estudian principalmente al gen que codifica a ACE2, la enzima
unida a la superficie externa de las células en los pulmones, arterias,
corazón, riñón e intestinos y que tiene un papel fundamental en el acceso
del patógeno. Es posible que sus variaciones genéticas pudieran dejar a algunos
individuos con mayor susceptibilidad a que el virus penetre sus células.
Uno de los
proyectos más ambiciosos para estudiar la relación entre genética y el nuevo
virus lo realiza el jefe del Instituto de Medicina Molecular de la Universidad
de Helsinki. El bioestadista Andrea Ganna, ha puesto en marcha la Iniciativa de
Genética del Host COVID-19 con más de un centenar de estudios y el acuerdo con
biobancos de todo el mundo para compartir los datos de ADN que se han
recopilado desde antes de la pandemia para poder identificar las
variantes genéticas asociadas al COVID-19.
Los secretos
del corazón En el artículo ¿Cómo mata el coronavirus? (Meredith Wadman et al),
un artículo recientemente publicado por la revista Science, se rastrea el
recorrido del virus al interior del cuerpo humano. La infección comienza cuando
una persona infectada expulsa gotas cargadas de virus y otra persona las
inhala. El SARS-CoV-2, encuentra una cálida bienvenida en el revestimiento de
la nariz. Científicos del Instituto Wellcome Sanger han descubierto que las
células en esta parte del cuerpo también son especialmente ricas en el
mencionado ACE2. El intruso está dentro y “secuestra” la maquinaria de la
célula, haciendo innumerables copias de sí mismo e invadiendo nuevas células.
Si el sistema inmunitario no contrarresta el SARS-CoV-2 durante esta fase
inicial, el virus baja por la tráquea para atacar los pulmones, donde, como ya
se explicó, puede volverse mortal, pero allí no acaba la historia. Se
piensa que una fracción del virus ejerce un ataque directo a otros órganos,
como los riñones.
Los
especialistas también han descubierto que en su recorrido por el cuerpo
humano, el coronavirus es capaz de dañar a los vasos sanguíneos y el corazón,
que probablemente tengan mucho más participación en el fatídico final de
la enfermedad. En varias investigaciones en Unidades de Cuidados Intensivos
(UCI) en todo el mundo han notado que alrededor del 30% tienen una
coagulación anormal, lo que podría acelerar la mortalidad por la enfermedad.
Los
científicos están luchando por comprender exactamente qué causa el daño
cardiovascular. Una hipótesis es que el virus ataca directamente el
revestimiento del corazón y los vasos sanguíneos, que, como la nariz y los alvéolos
pulmonares, son ricos en receptores ACE2. Otra teoría es que tal vez la falta
de oxígeno, debido a la guerra realizada en los pulmones, es lo que daña
los vasos sanguíneos; pero también la tormenta de citocinas podría devastar el
corazón como lo hace con otros órganos como riñones, intestino y cerebro.
La batalla
dentro y fuera del organismo aún es larga para saber exactamente cuáles son las
piezas del rompecabezas que darán tregua a la pandemia, pero cada día hay
nuevas pistas que no pueden ser discriminadas.