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A las nueve en punto



Salvador Velazco

Prohibido besar

Sábado 24 de Julio de 2021 10:48 pm

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Acabo de leer Prohibido besar: historias contagiantes, la colección de relatos breves de Julio César Zamora, publicada por Puertabierta Editores. Su lectura me resultó muy placentera a pesar del fuerte tema que le da unidad al conjunto de las historias: la pandemia de Covid-19. Podría decir, en principio, que estamos en presencia de una orfebrería narrativa que nos ofrece pequeñas historias contadas con finos trazos como si fueran de filigrana. El estilo de Prohibido besar descansa en una gran sobriedad que se aleja de todo barroquismo verbal y pretendida experimentación formal con que muchas veces los escritores intentan impresionar a los lectores. Aquí lo que impresiona es la gran economía verbal y naturalidad con que están escritos los diez textos que conforman el volumen.

Las pandemias no son un fenómeno nuevo en la historia de la humanidad. La literatura siempre ha dado una respuesta a este tipo de catástrofes puesto que es un vehículo de conocimiento de la condición humana en tiempos de grandes infortunios. Generalmente, la escritura viene tiempo después de pasada la devastación. Sin embargo, Julio César Zamora no esperó a que amainara la tormenta: se puso a escribir sus historias durante el primer año de la pandemia, antes de que empezara el proceso de vacunación, cuando experimentamos un confinamiento tal vez sin precedentes. Por ello, la inmediatez con las experiencias que hemos estado viviendo nos ayuda a vincularnos emocionalmente con el libro.
Una manera de aproximarnos a Prohibido besar consiste en observar detenidamente la portada, antes de empezar con la lectura. La ilustración es un acrílico pintado por Julio César, “Un confinamiento luminoso”, que rinde un claro homenaje al artista Pierpaolo Rovero (Italia, 1974). En Imagine All the People –una extraordinaria serie de pinturas sobre diversas ciudades del mundo en cuarentena–, Rovero dibuja edificios con sus ventanas abiertas por donde podemos observar a la gente cocinando, leyendo, rezando, tomando café, vistiéndose, pintando, tocando música, abrazándose, besándose, haciendo el amor, entre otras actividades cotidianas. Todos resistiendo día a día el obligado encierro. De la misma manera, a través del dibujo de Julio César, podremos asomarnos a las ventanas de un edificio y empezar a conocer a sus personajes.



La relación de intertextualidad con Rovero tiene sentido porque son las ventanas, precisamente, el marco por donde entrevemos el interior del espacio ocupado por los personajes y, a la inversa, por donde los personajes se asoman al mundo exterior. Así, la ventana es un símbolo cardinal en Prohibido besar. Por ejemplo, consideremos “No es para cualquiera”. La protagonista se pasa la mayor parte del tiempo del aislamiento frente a su ventana (su escaparate para ver el mundo), la cual se transfigurará en un gran cuadro. Señala el narrador: “En ocasiones se sentía como uno de los personajes pintados por Edward Hopper; al despertar como Sol de la mañana, después del desayuno como Eleven A.M., y al mediodía como Mujer en el sol…” (página 18). La incorporación de estas referencias pictóricas en el marco del relato subraya la soledad del personaje. Aun más, en este juego de vasos comunicantes, la mujer imagina estar en una de las ilustraciones de Pierpaolo Roveno, la de Madrid hace el amor o la de París besa. Súbitamente, nuestro personaje se cuela por la ventana para formar parte de otro universo, porque algo que simplemente no puede confinarnos la pandemia es la imaginación.
Otra forma de acercarnos al libro que nos ocupa estriba en evaluar la forma en que su autor ficcionaliza la pandemia de Covid-19, en otras palabras, su materia prima. La de Julio César Zamora es una mirada múltiple sobre lo que ha ocurrido, para lo cual nos traslada a escenarios locales, nacionales y extranjeros. Desde la forma en que China usó la tecnología para controlar la epidemia (“La paciente 31”), los efectos económicos de un confinamiento imposible para los sectores populares en México (“Batalla feroz”), la solidaridad frente al hostigamiento al personal de la salud (“Nefrita”), hasta la transgresión como una forma de libertad personal para resistir al autoritarismo (“Prohibido besar”, “Una última vez”), pasando por las fantasías liberadoras de la reclusión a través del arte, la poesía y la música (“No es para cualquiera”, “Como una brisa”, “Opio”) y el diálogo amoroso de una pareja con la hija que está por nacer (“Zazil”), el libro construye una polifonía pandémica. Es una muestra significativa de la pluralidad de historias que están generándose en el contexto del confinamiento.
Julio César no se permitió la más mínima distracción a la hora de escribir estos cuentos. Es un escritor que escribe y reescribe, que corrige y corrige hasta encontrar el tono y las palabras esenciales para las narraciones. De ahí que una de las virtudes que poseen estos relatos sea su ‘intensidad’, lo que es, dicho de otra manera, la eliminación de todas las ideas, palabras y situaciones innecesarias. Veamos el relato que da título al volumen, “Prohibido besar”, un tour de force que desde la primera línea no nos da cuartel para ofrecernos una enseñanza sobre lucha por la libertad individual aun en los escenarios más catastróficos.
Dice el narrador en las primeras líneas: “Habían pasado seis meses. Tal vez seis lustros. Quizá seis centurias. La vio salir y cerrar la puerta, cruzar la calle y caminar hasta la esquina” (página 15). La muchacha entra en una cafetería y el joven se sienta a su lado. No hay indicios en el relato de que se conozcan, por lo que se trata de dos perfectos extraños que sienten una repentina atracción mutua. Vienen de la soledad del confinamiento que ha suspendido todo lazo afectivo y quizá erótico. El chico, cediendo a un impulso vital, se quita el cubrebocas y besa la mano de ella. Inmediatamente, una señora grita haciendo aspavientos: “¡Está prohibido besar!”, como si besar en la era del Covid-19 fuera una amenaza social o una herejía. La chica, entonces, desafiando la orden, le contesta arrancándose la mascarilla: “¡Esto es besar!”, y en ese momento el tiempo se detiene. Dice el narrador: “Fue como una descarga eléctrica para ambos, como si los hubieran regresado seis centurias, seis lustros, seis meses”. El relato traza el dibujo de un círculo en una página perfecta.
Termino este comentario haciendo una breve referencia al texto que cierra el volumen, “Los pensadores (conversatorio)”, que no es sino una boutade. Bajo la sombra de una parota, en Cofradía de Suchitlán, el filósofo bohemio, Leopoldo Barragán, reúne a diversos intelectuales de renombre internacional, entre los que se destacan Slavoj Žižek, Giorgio Agamben, Noam Chomsky, Byung-Chul Han y Juan Villoro. Entre botellas de mezcal y tequila, los pensadores abordan la pandemia de Covid-19 desde diversas disciplinas tales como la filosofía, sociología, política, historia, etc. La ocurrencia de reunir a estas grandes mentes del mundo contemporáneo sirve para un mejor entendimiento de muchas de las emociones y sentimientos que experimentan los personajes de los relatos, es decir, la vulnerabilidad de la existencia humana que a su vez experimentamos todos nosotros porque son como nuestro espejo. Quien tiene la palabra al final es José Alfredo Jiménez: “la vida no vale nada. Y si se nos acaba, mejor que sea frente a una copa de vino… y en el último trago nos vamos”.
La pandemia sí tiene quien la escriba. 


Salvador Velazco



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