Los días de tormenta que azotaron a Colima en 1878
Márgenes del río Colima y huerta de Álvarez (ca. 1909), P. S. Cox: AHMC/AGN: Fondo AH-400.
José Luis Larios García
Domingo 01 de Agosto de 2021 9:58 am
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En el estado de Colima han ocurrido desastres
a través de los años. Permanecen en la memoria colectiva huracanes, tormentas
tropicales o precipitaciones abundantes, en ocasiones, los pobladores se ven
afectados ante estos sucesos, los cuales adquieren relevancia por las
dimensiones devastadoras que dejan a su paso, por lo tanto, se convierten en
hechos historiables.
Tal
como sucedió en 1878, en donde fuertes tempestades cayeron entre el 18 y 21 de
agosto, afectando a los estados de Colima, Jalisco y Michoacán —no se tienen datos precisos del
fenómeno hidrometeorológico generado ese año—. Según la editorial del periódico oficial El Estado
de Colima comunica que “ha sido excesiva en el presente temporal las que
hemos tenido, al grado que en el mes corriente ni un solo día ha dejado de
llover”, advierte también, “ha dado por resultado que las siembras de maíz se
estén perdiendo en su totalidad y que muchas casas de esta capital se hayan
caído y otras amanecen en ruina”. (POEC: 20 de agosto 1878, tomo XII, número
49, p. 303 y 304).
El edificio público más
afectado fue la sede del Batallón número 13. Durante la tormenta, los soldados desalojaron
el inmueble que servía de cuartel, “se cayeron varios tabiques de dicha casa,
ocasionando la muerte a dos individuos y dejando lastimados a otros ocho” (Ibíd.,
p. 304).
Los días trascurrían
sin dar tregua al clima, los caminos se llenaron de inmundicia y lodo, se
interrumpieron los trabajos de la obra del palacio de gobierno y fue suspendida
la remodelación de las instalaciones de la cárcel provisional —ubicada en calle
del Colegio Civil, actual calle Revolución—. Trece años antes, el 29 de
septiembre de 1865, se suscitó una tormenta, quizás de igual o mayor proporción
de daños, todavía estaba en el recuerdo lo catastrófico que fue para los
habitantes de Colima.
La pequeña población vivía
tiempos de incertidumbre ante la emergencia, los principales afluentes, el río
Colima, el Manrique y arroyo Chiquito, se desbordaron, este último causó
estragos, porque atraviesa la ciudad embovedado, algunas secciones cruzan los
patios de las viviendas o chozas.
Las familias que viven
en las inmediaciones de este arroyo, “han abandonado sus casas en medio de la
tormenta, que no ha cedido ni un momento, temiendo quedar sepultados bajo las
ruinas. Siguen cayendo muchas casas, regularmente las que habitan gente pobre,
por ser de mala construcción”. Hay que señalar que, durante el siglo XIX, parte
de las viviendas estaban construidas con materiales poco resistentes, se
utilizaban muros de pajarete o adobe y techos de madera, teja o zacate (Ibíd.,
p. 304).
Los problemas de inundaciones
se agudizaron en la segunda mitad del decimonónico, cuando el propio Ayuntamiento
de Colima autorizaba, a través de la comisión de ejidos, adjudicaciones de
terrenos cerca de los ríos para uso doméstico, o bien, concesionaban espacios
como baños públicos. Con el tiempo se poblaron los límites de las riberas de
los ríos; sin embrago, en octubre de 1865, época del imperialismo de
Maximiliano de Habsburgo, el prefecto municipal de Colima, Carlos Meillón, decretó
que, para evitar otra desgracia en la sociedad, como la acontecida el 29 de
septiembre, “nadie podará reedificar ninguna de las fincas demolidas en esta
Ciudad, ya sea en los márgenes de los ríos, arroyos o en cualquiera otra parte,
sin previo permiso”. Es evidente que lo estipulado no fue cumplido
explícitamente, pues la mancha urbana creció sin control, ocasionándose en el
futuro las calamidades tan apremiantes ya referidas (AHMC: caja FSR-2, exp. 16
f. 16 fte.).
La lluvia cesó a las
diez de la mañana del 21 de agosto. Días posteriores el cabildo de la capital
aprobó una comisión integrada por Lucio Uribe, Miguel Bazán, Tomás Solórzano y
Antonio Álvarez, con el objetivo de verificar los daños en todos los rincones
del municipio; asimismo, se encargaron de recabar donativos y solicitar un
préstamo al gobierno del estado, encabezado por el gobernador Doroteo López, para
construir un dique en el arroyo Chiquito,
entre la calle Medellín y la plaza del Mercado (AHMC: acta de cabildo del 30 de
agosto de 1878, ff. 9 fte. y 95 vta.).
La Comisión de
Geografía y Estadística del Estado, rindió un informe al prefecto político,
Sebastián Fajardo, en donde levantaron los datos siguientes:
“En
el Punto llamado Los Asmoles no hubo novedades solo destrucción de un puente de
madera, ocasionada por la fuerte avenida de río de dicho punto; destruida total
de un potrero de sembradura de maíz; la hundición de una noria y descompostura
completa del camino nacional. En la hacienda
de la Huerta, ninguna desgracia ocasionó la lluvia, solo la perdición de
labores de maíz en su mayor parte. En Montitlán, Lo de Villa, Trapiches y
Alcaraces, no ha habido daño alguno causado, exceptuando la pérdida de labores
de milpa, que se encuentran inundadas y descomposturas de caminos; igualmente
informan del rancho de los Ortices.
En
la hacienda de la Quesería, pérdida completa de labores de maíz y frijol; los
plantíos de caña caídas en su mayor parte y lo mismo se haya descompuesto el
camino nacional.
En
el rancho del Cóbano, igual pérdida de labores, la caída de jacales, que fueron
pocas y descompostura del camino” (AHMC: caja D-148, posición 43, exp. 169-G, ff.
1 fte- 4 fte.).
En los pueblos linderos
entre Michoacán y Colima, la situación fue muy caótica. El gobernador Doroteo
López promovió ayuda voluntaria al vecindario para socorrer a los afectados.
Los estragos causados en Coahuayana, el Pueblito, Achotán y puntos anexos, presentaron
“un tristísimo cuadro de desolación y miseria. Habiéndose desbordado los ríos
de ‘Achotán’, ‘Coahuayana’, ‘El Chico’, y otros dos arroyos intermedios, todos
formaron un extenso lago, arrollando a su paso las casas y sementeras y
obligado a los habitantes a remontarse a los cerros para librarse del peligro
tan inminente” (POEC: 1878, p. 304).