¡Feliz cumpleaños! En aquellos lejanos días de adolescencia, contaba los
minutos para nuestra charla vespertina, que se extendía por varias horas; no
recuerdo qué tanto platicábamos, pero para mí eso significaba mucho. Contigo me
sentía valorada y completa, porque en casa creía que estaba sola y rota. En los veranos compartimos los recuerdos de la infancia, las
frutas que nos regalaban los árboles de los jardines de la escuela y los
anhelos futuros. En los cumpleaños abrazaste mis sueños y en los fines de
ciclo escolar, aplaudiste mis logros. En las rupturas o en los momentos
sórdidos, estuviste presente para apoyarme y no permitir que me desquebrajara
más. Tus abrazos me llenaban el alma, tan necesitada de cariño; tus
palabras siempre me alentaron a ser excelente persona, y tu ejemplo me dio el
mejor consejo. Tu confianza me llenaba el corazón de dulzura y del amor más
incondicional. Fuiste mi profesor de escuela, mi maestro de vida y mi
figura paterna, pero con el tiempo te convertiste en mi amigo. Gracias, Víctor.
