El muro de Berlín
Obra de Birgit Kinder (Test the Rest, 1990) sobre el Trabi rompiendo el muro.
Salvador Velazco
A las nueve en punto
Domingo 22 de Agosto de 2021 10:50 am
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Este pasado 13 de agosto se cumplieron 60 años del
inicio de la construcción del muro de Berlín, uno de los mayores símbolos de la
Guerra Fría. Construido con hormigón armado, de una altura superior a los 3
metros y con una extensión de 45 kilómetros en la parte de la ciudad, este muro
dividió Berlín en dos: por un lado, Berlín occidental bajo el control de Estados
Unidos, Reino Unido y Francia y, por el otro, Berlín oriental bajo el dominio de
la Unión Soviética. Simplemente, los vencedores de la Segunda Guerra Mundial se
repartieron a la que fue capital de Alemania durante el régimen del Tercer
Reich. Por un espacio de casi tres décadas los habitantes de Berlín fueron
separados por esa barrera de contención que a su vez se convirtió en el centro
del enfrentamiento entre las ideologías del capitalismo y el comunismo. La
reunificación alemana comenzó el 9 de noviembre de 1989 cuando se inició el derribamiento
del muro, marcando así el fin de la Guerra Fría.
Hay una excelente película dirigida por Steven
Spielberg, Bridge of Spies (El puente de los espías), del año
2015, que nos transporta al Berlín de 1961 y 1962, justo cuando se está
llevando a cabo la construcción del muro. Es un thriller que está basado
en un intercambio real de espías: el ruso Rudolf Abel (Mark Rylance), detenido
en Nueva York, fue canjeado por el piloto estadounidense Francis Gary Powers (Austin
Stowell), cuyo avión fue derribado mientras volaba sobre territorio soviético. Además,
se liberó en este mismo trueque a Frederic L. Prior (Will Rogers), un
estudiante norteamericano arrestado en Berlín oriental. Quien hace el papel de
mediador en las negociaciones es el abogado James B. Donovan, el personaje
central en la película a cargo del extraordinario actor Tom Hanks. El intercambio
se efectuó en un punto fronterizo entre las dos Berlines, en el célebre puente
Glienicke, el puente de los espías. El filme, en suma, hace una buena reconstrucción
de este histórico acontecimiento.
En julio de 2016 llevaba fresca en la memoria la
película de Steven Spielberg cuando visité Berlín y, desde luego, llegué con
toda la intención de ver lo poco que quedaba del famoso muro, ya que desde 1989
empezó a ser demolido y vendido en pedacitos a turistas. En principio, caminar
por esta ciudad resultó una experiencia extraña porque tiene uno la impresión de
que está llena de fantasmas. Al finalizar la guerra, Berlín era una ciudad en
ruinas por los bombardeos de los Aliados, por lo que tuvo que ser levantada de
sus escombros para convertirla en una de las metrópolis más modernas de Europa
como lo atestiguan su asombrosa arquitectura y traza urbanística. Sin embargo,
no cabe duda de que subsisten huellas del pasado en la capital de la
reunificación de las dos Alemanias; precisamente, el vacío fantasmal dejado por
el muro es una cicatriz que quizá nunca acabe de sanar del todo. Muchos
alemanes perdieron la vida en su intento por cruzar a la parte occidental de
Berlín.
Lo primero que visité fue el Memorial del Muro de
Berlín situado en la Bernauer Straße, una histórica calle del centro de la
ciudad que aún conserva el último fragmento íntegro del muro, por lo que
podemos darnos una buena idea de la edificación que comenzó a separar familias
y amigos a partir del 13 de agosto de 1961. Caminé a lo largo del muro y en
momentos tocaba ese rasposo bloque de hormigón y sentía que estaba tocando una
herida viva. Pensé en el sufrimiento de las familias que quedaron apartadas por
esa pared infranqueable y me sentí abrumado por el peso de las ideologías que
dividieron Berlín. Porque este muro no solo es una barrera física, material,
sino también un símbolo de las dos maneras en que entendían el mundo las dos
superpotencias del siglo XX. En realidad, la división en Alemania en dos partes
se extendió al orbe con la conformación del bloque comunista liderado por la
Unión Soviética por una parte y, por la otra, el bloque capitalista con Estados
Unidos al frente.
Memorial del Muro de Berlín.
Foto de Salvador Velazco.
También visité otro pedazo del muro que se conserva en
otra parte de la ciudad, en la calle
Mühlenstraße, a orillas del río Spree. Se trata de una galería al
aire libre conocida como East Side Gallery, de poco más de un kilómetro de
extensión, la cual está pintada con una gran cantidad de murales y grafitis.
Cuando se dio paso a la demolición del muro, varios artistas solicitaron que se
salvara esa sección para que sirviera como un gran fresco en donde plasmar sus
obras. Por consiguiente, este trozo de barrera que dividió Berlín de 1961 a
1989 fue transformado en una obra colectiva de arte, quizá la más grande del
mundo, puesto que más de cien artistas de diversas partes del mundo han dejado
aquí su legado artístico. Menciono dos de los murales más icónicos: el de Dmitri
Vrubel que retrata el fraternal beso de los líderes comunistas Leonid Brezhnev
y Eric Honecker, y el de Birgit Kinder sobre el Trabi (el auto más popular en
la Alemania del Este) rompiendo el muro.
Después de la caída del muro de Berlín en 1989, el
colapso del comunismo en Europa del Este y la disolución de la Unión Soviética,
una ola de optimismo se apoderó de las democracias occidentales. Con base en
este nuevo orden mundial, Francis Fukuyama proclamó el “fin de la historia” en
un célebre libro publicado en 1992, puesto que con la derrota del bloque
socialista la humanidad avanzaría en forma inexorable hacia la consolidación de
las economías de libre mercado y el sistema político de las democracias
liberales. El problema que yo veo es que en este contexto del triunfo global
del capitalismo sigue viva la amenaza de construir nuevos muros debido a virulentas
ideologías nacionalistas y xenófobas. En Estados Unidos un expresidente,
olvidando las lecciones del pasado, trató de erigir una gran valla para impedir
el paso a los migrantes que solo buscan mejores condiciones de vida. El
fantasma del muro de Berlín nos persigue todavía.