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El profe Juancho



I/II

Domingo 29 de Agosto de 2021 1:05 pm

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-¡Ándale ‘Chapis’, alevántate!, ¿qué no oítes que el gallo ‘Colorado’ ya cantó y anda correteando a la gallina buche pelón? ¡Que te alevantes te digo muchacho canijo! A tu padre ya le eché el bastimento, y ahí te dejó pa’ que gastes a l´hora del recreo. No quiero oír otra queja del profe Juancho, ya me dijo que no haces las tareas, y habías de ver la vergüenza que pasé, pos el muy indino me lo dijo en la tienda de tu tía Chayo, y verás que sí es mitotera. ¡Órale Chapis, alevántate, cómete esta ‘concha’ y tómate un jarro de café calientito!
El niño ‘Chapis’ se levantó de su catre y con la voz amodorrada le dijo a su mamá:
-Amá Toña, ¿fuiste a la charca a recoger los renacuajos que nos encargó el profe Juancho?
-¡Ah muchacho confiscado!, la tarea es para usté y no pa´mi. Mire, desde ayer bajé al río pa´sacar sus gusarapos, se los puse en ese frasco que está arriba del zarzo pa’ que el gato no los alcance. ¡Ándele muchacho, traiga rápido su cuaderno pa’ revisarle la otra tarea, que se hace tarde!
El ‘Chapis’, todavía con el cabello despeinado y algunas legañas en sus somnolientos ojos, se sentó en un banco, calzó sus deteriorados huaraches, y caminó hacia la mesa para buscar una libreta, y como si jugara a la ruleta rusa, la hojeó rápidamente tratando de encontrar el poema que había escrito antes de dormirse.
-¡Aquí está mi tarea jefecita!, el profe Juancho nos dejó escribir algo del mar!
-¡A ver Chapis, léamela mientras le preparo una torta de frijoles pa´que no se vaya con la panza vacía.
-Espero que te guste mamá Toña, la hice yo solito:
                       Mar, eres tan grande que no logro comprender tu tamaño,
                       como el amor que recibo de mis padres, invisible pero cierto,
                       así siento tu oleaje, cuando me refugio en sus brazos,
                       me acaricia tu espuma sin hacerme daño.
 
                        Mar, ni siquiera te conozco, pasa una luna y viene otra,
                        llega un día, pasa otro, visibles y ciertos,
                        como pájaros que cantan en la barranca,
                        ¿cuándo veré sobre tus olas volar una gaviota?
 
-¡Mire nomás qué escuincle tan inteligente, no cabe duda que salites igual que tu madre!, porque el pobre de tu padre, nango como él solo, se parece al burro ‘Concho’, el parecito nomás pa´ traer leña sirven! ¡Y no le vayas a prestar tu tarea al vago del ‘Pichurquis’!
Mientras Toña refunfuñaba y atizaba el fogón para calentar su almuerzo, el ‘Chapis’ fue al corral, tomó una jícara que posaba sobre la pila, se lavó la cara y con sus manos todavía húmedas se alisó el cabello, saliendo de inmediato hacia la escuela, llevando consigo un bolillo untado con frijoles y guarnecido con unos pedacitos de queso.
El ‘Pichurquis’ era hijo de crianza de don Teódulo, frecuentemente faltaba a clase porque en las mañanas ayudaba a su abuelo con la ordeña de vacas, dándoles pastura a los becerros; pero ese día, el pequeño ganadero decidió asistir a la escuela, había olvidado recolectar los renacuajos, pero dándose sus mañas alcanzó a escribir su poema:
                         Como niño tengo alma de pirata,
                        sentado en la playa miro al infinito,
                         allá donde mar y cielo se pierden,
                        guardas montes de oro y plata.
       
                         ¿Podré algún día ser corsario?
                         navegar en aguas mansas y bravas,
                        aferrado al timón del castillo,
                        es mi deseo que sueño a diario.
 
El ‘Chapis’ y el ‘Pichurquis’, junto con otros niños acudieron puntualmente a la escuela de la comunidad de Estapilla. En la puerta, el maestro Juan -conocido como ‘Juancho’- les daba la bienvenida. Todos ocuparon sus pupitres y comenzaron las clases. El profesor Juancho explicó la evolución de la vida anfibia, mientras lo hacía, los niños miraban atentos sus frascos siguiendo el movimiento curvilíneo de los animalitos. Al sonar el timbre que anunciaba el recreo, los niños dejaron el aula. El ‘Chapis’ buscó la raquítica sombra de un árbol de guamúchiles para comerse su torta de frijoles.
El maestro Juancho permaneció en el salón de clase y empezó a revisar los poemas. Cuando terminó de leerlos, la nostalgia se apoderó de su mente, acordándose que debido a los problemas familiares que agobiaron su niñez tardó mucho tiempo en conocer el mar. Por unos instantes fijó la mirada en aquellas tareas infantiles que parecían invitarlo a viajar en el tiempo. Ni el corretear de los niños ni la algarabía del recreo pudieron turbar sus remembranzas. Juancho expresando ligera sonrisa recordó que cuando cursaba la secundaria, sus mejores notas fueron en biología, geografía, e historia de México.
Para Juancho haber sacado un ocho de calificación en aquellas asignaturas merecía un premio, ya que el resto no eran de presumir. Como todo recuerdo es un columpio que remite a otros, el profe Juancho trajo a su memoria las épocas en que, como cualquier adolescente, sólo le interesaba escuchar las radiodifusoras capitalinas “Radio Mil” y “Radio Variedades”, sintonizándolas desde temprano cuando acudía a la Normal Regional de Ciudad Guzmán, en el trayecto de su casa de asistencia a la escuela, se acercaba al oído un radio portátil y canturreaba la cumbia de moda: “ven a bailar quinceañera, ven a gozar quinceañera, quiéreme a mí quinceañera”.
Al profe Juancho, nacido en El Mixcoate, municipio de Villa de Álvarez, le agradaba la vida al aire libre, disfrutaba mirando el cielo, el río, las montañas, los animales; como estudiante normalista fue un apasionado de las Ciencias Naturales; sin embargo, ni en los libros ni en la clase de biología llegó a leer o escuchar palabras como ‘contaminación’, ‘biodegradación’, ‘reserva de la biosfera’, ‘cambio climático’, ‘especie en peligro de extinción’, vocabulario todavía ajeno a los estudiantes de los años sesenta. La geografía también era su predilecta, estudiaba con tesón la orografía e hidrografía, sabía todos los nombres de los volcanes de México, y repetía de memoria los ríos, lagos, puertos, golfos, cabos e islas del territorio nacional. No obstante, en su formación magisterial jamás había leído ni escuchado el nombre del Archipiélago de Revillagigedo. Pero la visión geográfica del profe Juancho cambió súbitamente en la década de los setentas, por aquel entonces conoció las primeras imágenes de Isla Socorro, gracias a un reportaje publicado en la revista Contenido. Juancho leyó con interés el artículo, captando su atención las fotografías que lo ilustraban: Playa Blanca, los acantilados, el faro, los cerros Quemado y Colorado, la huerta de mandarinas, los borregos, el bosque de Las Brujas, las grutas, y por supuesto el volcán Everman.
A partir de aquel día, Juancho soñó con la posibilidad de conocer el Archipiélago, posibilidad que alentó sus esperanzas cuando a través de una nota periodística se enteró que como parte de la conmemoración del Centenario Luctuoso de Benito Juárez, el 21 de marzo de 1972, un Gobernador de Colima y su comitiva habían visitado por primera vez Isla Socorro.

Leopoldo Barragán Maldonado



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