El arte de titular: causa-efecto de Nigel Van Wieck

Q-Train, pintura de Nigel Van Wieck
Julio César Zamora
Atenea
Domingo 05 de Septiembre de 2021 8:29 pm
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Hace ya varios años, en un viaje
a la Ciudad de México, varios amigos entrañables fuimos invitados por el
escritor Rafael Torres a comer a su casa. Fue una tarde excepcional en la que dos
escenarios llamaron mi atención: los cuadros pictóricos que había en el
departamento y el dueto que armó el anfitrión con su hija para un miniconcierto
en la sala: él con la jarana (guitarra jarocha) y ella en el piano. Lo que
nunca olvidé fue el título de una de las pinturas: Se le ocurrió echarse un clavado detrás de la catedral, por cierto,
obra del hijo homónimo de Rafael.
La imagen figurativa,
efectivamente, mostraba a un personaje en traje de baño y posición de clavado
al frente sobre una azotea, y a un lado emergía la cúpula de un templo. El
resto eran tejados y muros. Nunca vi el agua. Supuse que la ciudad estaba
inundada, o una gran piscina (lago de Texcoco) se hallaba al fondo de las
edificaciones. ¡Quién sabe y qué importa! El título me impresionó más que la
pintura misma.
Rememoro la anécdota a propósito
del trabajo plástico de Nigel Van Wieck, que ilustra la portada de esta edición
de Ágora, así como las páginas
centrales. La obra de este pintor británico se puede apreciar por varias
aristas, desde la notable influencia de Edward Hopper, en su estilo realista y
temático; los personajes y ambientes cosmopolitas que reflejan el día a día en
escenas de calle, playa o domésticas, en los espacios más íntimos; hasta la
narrativa que evocan las acciones y atmósferas en las pinturas figurativas,
pero también y sobre todo, por el acierto de los títulos, como una intención de
causa-efecto (título-cuadro) con un enfoque lúdico.
Simbólicos, sugestivos,
interpretativos, abstractos, poéticos, los títulos elegidos para nombrar las
obras podrían ser en sí mismo una invención artística, que a veces pocos lo
consiguen. No tanto por una pereza mental, sino porque consideran la pieza en
sí misma lo más relevante y con justa razón, de ahí también que muchos artistas
las dejen sin nombre. Algo que desagrada a la mayoría de los espectadores.
Lo cierto es que titularlas puede
darles una resignificación asombrosa, a veces quizá distinta a lo que se
observa, pero también pueden ser vistas como un complemento a la obra de arte.
Hay una sensación muy especial cuando el título encaja o embona tan bien con la
pintura, como si fuera la pieza faltante.
Pienso que si Miguel Ángel Buonarroti,
como lo pronunció él mismo al terminar la escultura de Moisés (“¿por qué
no me hablas?”), hubiese nombrado no sólo David al gigante de cinco
metros, sino David, ¡habla!, o si Pablo Picasso habría
dejado a Las señoritas de Avignon como El burdel filosófico, otras
impresiones generarían en el público, sin que perdieran un ápice su composición
estética.
Dependiendo de la obra, un título
puede crear varias expectativas, sugiere, induce, seduce o todo lo contrario.
En el caso de un libro, puede ser la llave para abrirlo o rechazarlo. A veces,
también, son desconcertantes, irreverentes, pero desde mi punto de vista, los
títulos en las artes plásticas deben nombrar o proponer lo que no vemos.
Aquella obviedad en las pinturas de la Edad Media y otros periodos de la
historia, en la que el artista nombraba como tal lo que el observador tenía ante
sí, tuvieron su sentido por la época, como por ejemplo: Los apóstoles, La
anunciación, La lechera, El herrero, o los bodegones o
naturalezas muertas en las que su valor reside más en la técnica que en su
concepto. Recordemos los famosos Girasoles de Van Gogh.
Las pinturas de Nigel
Hoy es distinto, y una muestra de
ello es la obra de Nigel Van Wieck, donde si bien se observan imágenes
cotidianas del siglo XXI, algunos de sus títulos les confieren un complemento a
las piezas como causa-efecto. Pero además, y eso lo escribiremos en otra
colaboración, la soledad apacible o placentera en sus personajes, más que
introspectiva o lúgubre como los óleos de Edward Hopper.
Lo que hice cuando te fuiste, es una pintura que nos muestra en un
mismo plano al interior, a un hombre jugando billar, y al exterior, un vehículo
estacionado. La sombra se proyecta sobre una parte de la acera y hasta el corte
diagonal abarcando al automóvil. La escena en sí nos puede evocar una narrativa
simple, más atractiva por su composición técnica, colores y contrastes, pero al
saber el título de la obra, ya nos cuenta o redondea la historia.
Ven mañana me parece genial. Tiene una perspectiva muy similar al
trazo de la pintura antes comentada, y de igual manera, es una sola persona la
que aparece en la imagen: una mujer rubia de pie frente a la puerta, vestida
con elegancia. Al observarla, pareciera que está indecisa de entrar o no a esa
habitación, o que está esperando a que le abran la puerta, mas al conocer el
nombre del cuadro, se da una vuelta de tuerca y sugiere otra narrativa para el
espectador. Sabemos la causa.
Día de perros es una rareza. Si no supiéramos el título, la sola
contemplación de la obra nos evocaría a tantas pinturas semejantes en
cafeterías, a la tranquilidad de ver pasar la tarde. Pero para empezar se trata
de una paninoteca, un establecimiento parecido a un bar pero con venta de
alimentos tipo emparedados o sándwiches. Lo extraño es que se trata de un
término italiano (panini) pero en la parte alta se percibe una bandera
norteamericana, y el personaje, de pierna cruzada, tampoco está consumiendo, no
tiene nada sobre la mesa. Quizá sea el dueño, quizá no ha sido atendido aún,
quizá sólo tomó asiento después de haber tenido un día atroz, de perros.
Después de la fiesta siesta, Esperando
a David, Escape, Primer beso del verano y Doce y cincuenta y nueve, nos muestran a
mujeres tendidas sobre el sofá, la arena, la cama y el pasto, en diferentes
estados o grados de complacencia, pero a fin de cuentas gozosos. Son títulos más
lúdicos, pero precisos si se observan los elementos, la ambientación y la
atmósfera.
El contexto cotidiano y realista
es la fuente de inspiración de Nigel Van Wieck, pero el hallazgo de sus obras
reside en libertad creativa, pues el pintor afirma que la realidad es mucho
mejor cuando se imagina.
ZAZIL: El
novelista Gustave Flaubert decía: “Ama el arte. De todas las mentiras es,
cuando menos, la menos falaz”. Creo en lo primero, pero no en lo segundo. Me
encantaría que ames las artes, ficticias o no, parten de la realidad y nos
apartan de ella, porque su importancia no reside en la verdad o la mentira,
sino en su apreciación y contemplación estética, producto de una belleza mayor
del ser humano: crear.