Peineta de plata
Amparo Gileta Luna
Ángeles Márquez Gileta
Domingo 05 de Septiembre de 2021 12:33 pm
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Quiero traer el recuerdo de ella y la pienso mucho en estos días desolados. Me ayudan las fotos de cuando era joven. Mamá tenía una mirada triste y profunda.
Heredé su mirada, me lo han dicho muchas veces. La tía
Mariana me dijo la otra tarde: a veces me quedo viéndote más de lo acostumbrado
porque recuerdo en ti a Amparo, cuando veo tu mirada. No te pareces mucho a
ella en los rasgos, pues ella tenía unos labios muy delgados y ojos grandes,
pero sí en el peso de la mirada y en la forma de sonreír que son idénticas en
las dos, Amparo tenía una mirada triste como la tuya.
Quizá sea cierto, le digo, aunque mis recuerdos de niña son
de mamá siempre sonriente, su pelo terso y abundante, como está en la foto, esa
que se tomó para registrase como socia en la Cámara de Comercio, pues tenía,
cuando yo era niña, puesta su perfumería, con talcos, cremas y esencias a
granel traídas a Colima de Guadalajara, para tener guapas y guapos a todo el
barrio, como ella misma decía. Mamá con su vestido de seda azul que por tanto
tiempo guardó en la petaquilla, y yo, cada vez que tenía oportunidad, casi
desde los cinco años recuerdo me lo probaba y caminaba haciendo los ademanes
suaves que ella tenía.
La imitaba moviendo las manos y hablando sola, repasaba los
tiernos consejos o regaños a mis hermanos, hasta que a los trece años engordé.
Mamá era muy esbelta y nuca más me pude poner su vestido de seda azul. Siempre
me digo que ahí se acabó mi niñez, cuando ya no me puse más su vestido de seda
azul.
Ella era alta y de caminar leve, vestía con mucho cuidado,
casi siempre de seda o lino. Una tarde, que seguro era domingo, pues si fuera
otro día estaría atendiendo su perfumería, la miro pintándose delicadamente los
labios frente al gran espejo del fondo del corredor de nuestra casa y luego la
veo tomar la pequeña botella de perfume que tiene en su repisa y se lleva los
dedos detrás de los oídos, después camina hacia mí, se agacha, me sube las tobilleras
que yo siempre traía caídas, me acaricia el pelo como peinándome y me pone una
linda peineta de plata que ella traía en el pelo y que todavía guardo. A veces,
cuando arreglo mi closet y la veo en mi joyero, corro a vérmela tratando de
acomodar junto a mí, la imagen de mamá en el espejo.