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Sin aliento, un rey en su tierra



Julio César Zamora

Atenea

Lunes 13 de Septiembre de 2021 9:01 pm

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Hay muchas figuras populares que son representativas de una generación o una época, pero muy pocas de todo un país y su cultura, con un legado que a veces trasciende otras fronteras. La diferencia entre unas y otras es que estas últimas no se volverán a repetir jamás. Esa es quizá la mayor nostalgia para sus seguidores y hasta para los que quizá no lo eran, porque al ser un icono cultural se vuelve un significante por el conjunto de vivencias particulares y sociales interrelacionadas entre varias generaciones.
Tal es el caso del actor francés Jean Paul Belmondo, la “Marianne en masculino” para sus connacionales, como lo señaló el diario Le Figaro, en alusión a la figura femenina que personifica a la República Francesa, representada entre otros por Eugene Delacroix en la pintura La libertad guiando al pueblo. Es decir, Belmondo es caracterizado como un símbolo nacional, porque tanto dentro como fuera del plató encarnó de alguna manera valores estimados por los galos.
El jueves pasado, ni más ni menos el presidente francés, Emmanuel Macron, encabezó el homenaje nacional para dar el último adiós al actor en la explanada del monumento de Los Inválidos, en París, expresando ante miles de personas “todos tenemos a Jean Paul Belmondo en nosotros (…) lo queríamos porque se nos parecía. Lo admirábamos, nos hacía reír. Era un poco nosotros, pero en mejor (…) héroe de las mil caras que supo atravesar estilos, épocas, romper todas las barreras (…) adieu, Bébel”.
Con música de fondo de Ennio Morricone –otro que partió el año pasado–, con la composición Chi Mai, banda sonora de la película El profesional, Belmondo hizo su último paseo público, mientras la gente aplaudía al paso del cortejo y de la familia del actor. ¡Qué belleza que un país entero rinda este tributo a un artista!, algo que también han hecho con otras celebridades como el cantante Charles Aznavour, o Johnny Hallyday, el Elvis francés, porque fueron figuras interclasistas que conectaban igual con pobres y ricos, con parisienses o provincianos, y de otros países.
Para los franceses hay dos términos que caracterizaban la personalidad de Jean Paul, panache y gouaille. El significado literal del primero es penacho, pero se usa como sustantivo de gracia, garbo; mientras que la segunda se traduce como broma, por esa actitud ingeniosa y burlona de hablar, muy parisiense y propia de los barrios populares. Mas no sólo fue una caracterización que el actor encarnó en sus personajes, sino también en la vida real.

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Tras su partida, el actor dejó a franceses y a cinéfilos del mundo entero Sin aliento, como esa película que lo consagró como histrión e icono de la Nouvelle Vague (nueva ola), gracias a la dirección de Jean-Luc Godard, pero también con los filmes Una mujer es una mujer y Pierrot, el loco. En especial, recuerdo Borsalino, donde actúa junto a otra leyenda del cine que fungió además como productor, Alain Delon, con quien terminó en los tribunales por el orden de aparición en los créditos del cartel, más nunca perdieron la amistad.
Belmondo traía el arte en la sangre, de padre escultor y madre pintora, lo mismo pudo haberse dedicado a una u otra disciplina artística, como sus hermanos, Alain, productor de cine, y Muriel, bailarina profesional, pero optó por estudiar arte dramático en el Conservatorio Nacional de París, a la par aficionado al futbol y boxeador profesional durante su juventud, con 15 victorias sobre el cuadrilátero hasta que se dio por vencido para concentrarse en la actuación.
No sólo le aguardaban historias exitosas en taquilla, sino compartir escenas al lado de las mujeres más bellas del mundo: Sophia Loren, Claudia Cardinale, Ursula Andress, Catherine Deneuve, Jeanne Moureau, Sophie Marceau, Jean Seberg, y muchas, muchísimas más como Gina Lollobrigida, Laura Antonelli y Brigitte Bardot. ¿Cuántos actores no soñaron con compartir el plató, aunque fuera unos instantes, con alguna de estas actrices? Belmondo tuvo el privilegio de ello y más. Tan sólo por eso, merece un sobrenombre como el título de otra de sus películas, As de ases.

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Más allá del cine de arte y del comercial en el que sobresalió de igual forma Jean Paul, demostró además su ductilidad actoral en el teatro, tanto en sus inicios como en la madurez de su carrera, con montajes célebres como el Cyrano de Edmond Rostand, o Kea, de Jean-Paul Sartre. Los galos no sólo reconocieron su talento y carisma, sino también el amor por su país, pues a pesar de haber recibido ofertas (y muy tentadoras) durante décadas, nunca sucumbió a la tentación de Hollywood. Eligió ser rey en su tierra y desde allí dar a conocer sus películas al mundo.
 
ZAZIL: Del cine europeo, el francés es de los mejores. A ellos, los galos, debemos el invento del cinematógrafo (por los hermanos Lumière), algo que más adelante aprenderás. Ahora que recién cumpliste ocho meses, te prometo que veremos muchas películas al paso de los años: las infantiles, las juveniles, los clásicos, entre ellas algunas de Belmondo, y quizá, algún día, ¡quién sabe!, hagamos realidad el anhelo de dirigir o escribir una historia propia para la pantalla grande.

Julio César Zamora



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