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El mensajero



Texto original e ilustración de Donovan Castillo

Lunes 01 de Noviembre de 2021 8:30 pm

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La encontramos en el bosque, tenía un ala lastimada y el pico cubierto de un líquido negro. Le pregunté a papá si podíamos resguardarla mientras se curaba de esas extrañas heridas que sangraban entre las plumas grises.

Era una lechuza silenciosa, solitaria y herida. Me recordaba mucho a mí y en cierta forma creo que me entendía y yo a ella, ambos somos seres ajenos a esta familia disfuncional, ambos fuimos encontrados y encerrados en ésta casa a mitad de la nada entre siniestros árboles congelados, la única diferencia entre el ave y yo es que ella podrá volar libre cuando se recupere y no vivir lo mismo que yo; no debió vivir el nefasto aroma a alcohol del señor Wilkins mientras se precipitaba contra mí y me aplastaba el rostro a golpes, o los cigarrillos de la señora Wilkins quemando mi piel, o la prepotente hija o los incesantes chillidos de un bebé.

Pero Khudeth, no se marchó; su ala no duró lastimada mucho tiempo, yo mismo cuidé de ella, quizás cinco o seis días fueron suficientes para amar a esa hermosa ave como mi mascota, como mi amiga íntima a la que contaba cosas y ella me entendía y me señalaba con una antinatural expresión de asombro en sus ojos negros.
La vi volar plenamente dando vueltas alrededor de la casa y ella me regresaba la mirada como si tratase de decirme algo que en ese momento yo no comprendía, no fue sino hasta que me susurró una plegaria durante la noche más helada que se había vivido y caí en un sueño profundo y en mi mente brillaban ciudades oníricas fantásticas, reinadas por una mujer de corona de diamantes plateados.

Al despertar, la lechuza estaba de pie a un costado de mi cama mirándome, y fue en ese momento cuando finalmente entendí, que alguien envió esa hermosa lechuza a mí, para que fuera mi amiga y mi mascota. Ella me amaba, me dijo que no quería irse sin mí, me dijo que podría traer al mundo aquellas ciudades ensoñadas que tanto anhelaba en mis noches de soledad y locura. Fue en ese instante cuando le pregunté su nombre y ella me respondió:
––Khudeth.
Deshilada en mil voces diferentes. También me dijo que en su idioma significa “Mensajero” o “Partero” y su nombre completo era Ahtirepp´in Khudeth: Mensajero de la dama plateada.
Pensé que me estaba sumiendo en un abismo de locura, que toda congruencia en mi mente se la estaba llevando esa ave que incluso llegué a pensar que era un sueño o un eterno delirio causado por las palizas de mi padre, pero no era así, me di cuenta de la irreal pesadilla que me abrazaba aquella lechuza durante una noche silenciosa; el bebé de los Wilkins no había llorado en horas, y Khudeth se ausentó un largo tiempo. Yo no podía dormir, no podía volver a esas realidades efímeras de ficción, así que me levanté a buscar consuelo en mi amiga la lechuza.

Fue en el patio donde la encontré, bajo la penumbra aciaga de la noche, y comprendí que aquel delirio solo era una idea a la cual aferrarse para mantener la cordura, pero no la quería, yo entendía a mi mascota y entendía que ella me amaba y me necesitaba y yo necesitaba caer en la locura para entrar a esos reinos plateados. La lechuza se tiñó de carmesí y de sus garras escurrían espesos los últimos indicios de una vida. Me miró con su cabeza horriblemente torcida y de su pico colgaba un trozo de carne. Había devorado al bebé.
Ella tenía una tarea importante para mí, la dama plateada sería el terror del mundo y quien purificará los cielos para traer aquellas ciudades oníricas; lo entendí bien mientras me susurraba, me dijo que ella había visitado a mi hermana esa noche y antes del amanecer todo debía estar listo, listo para el nacimiento del diablo. Así que me puse en marcha.

Tomé el hacha para la leña de mi padre y caminé escaleras arriba. Khudeth estaba en mi hombro diciéndome cosas en su idioma y por alguna extraña razón yo las entendía… quisiera saltar esta parte, detective, no es algo que recuerde como una historia, más bien como una hermosa tragedia que me regaló mi amiga la lechuza, como sea, no le voy a negar que disfruté mucho al hacerlo, mientras la señora Wilkins gritaba desgarrando el viento y Khudeth ululando al bosque dando vueltas por la casa. ¿Lo recuerda, detective?
—Claro que lo recuerdo. Recuerdo el sofá rojo tintado por la sangre de esa ¿mujer? Irreconocible, como la sentaste en el sofá con ambos brazos sobre los costados como si fuese un trono, de hueso y carne. La descuartizaste y después escribiste con su sangre en las tablas del piso en un idioma que jamás había visto. ¿Por qué lo hiciste?
 —Ya sabe.
 —Eres un enfermo esotérico maldito, todo lo que hiciste para traer al mundo al… al diablo.
—¿Diablo? No, detective, Ella, mientras ELLA camine de nuevo sobre la tierra, el diablo jamás vendrá. No adoro dioses ni demonios descritos por hombres. Va más allá de todos esos personajes irreales y créame que, si el diablo existiera… Solo imagine ¿Qué tan terrible debe ser Ella para que el Diablo tenga miedo?
Al final del día, mi hermana abortó una cría de una lechuza, y Khudeth me dijo lo que debía escribir en el piso. Por desgracia, el ritual no funcionó, pero mi amiga la lechuza me seguirá visitando en mis sueños, porque eso hacen los amigos y porque ella quiere ver las ciudades de plata tanto como yo. Doy gracias por haber tenido a Khudeth como mi mascota y que me mostrara la verdad que ningún hombre tiene la valentía de saber, mi locura me permitió adentrarme en esas fauces y dormiré tranquilo junto a mi amiga la lechuza. 

Donovan Andrew CASTILLO LARA



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