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Rosario Reyes Núñez



Ángeles Márquez Gileta

Domingo 28 de Noviembre de 2021 8:44 pm

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Soy Rosario Reyes Núñez, nací en 1936 en la hacienda de Buena Vista, Colima. Mi padre en ese tiempo trabajaba como administrador de la hacienda de don Juan Trujillo, la que se llamaba: La Aurora. Ahí se sembraba arroz y se vendía ganado. Mi papá pudo comprarse como 20 hectáreas de tierra y hacerse de varias cabezas de ganado, solía contarme. Entonces de niña tuve una cierta educación, aprendí a escribir a máquina e hice la secundaria; a mí, nunca me gustó vivir en el campo, quería vivir en una gran ciudad. Cuando cumplí 16 años, doña Rebeca Trujillo, una hermana de don Juan, le pidió a mi papá que me diera permiso de vivir con ella en el Distrito Federal, entonces sucedió lo que quería: conocer una gran ciudad.

Llegamos a una enorme y señorial casa de la colonia San Rafael, la señora Rebeca me dijo que me pagaría un salario y lo que me correspondía era solamente revisar que las empleadas tuvieran la casa muy limpia y ayudarla con los menús de cada día. Ahí la cocinera me enseñó la alta cocina que ahora le llaman estudiar para chef y luego ese sería mi oficio.

Una noche que miraba que todo estuviera en orden para la cena, conocí a un invitado de la familia, él se llama Eduardo Lavalle, es abogado y le preguntó a don Luis, esposo de doña Rebeca, que quién era yo y sí podía venir a visitarme para conocerme más. Don Luis le dijo que era como una hija para ellos y que me preguntara a mí, si aceptaba el que me tratará. Le respondí que sí a Eduardo y después de un noviazgo muy breve, con la autorización de mi padre, nos casamos. Tuve al año a mi hija Diana, así la llamé. Mi marido durante el día estaba siempre en su despacho, lo veía muy poco, me sentía muy aislada y tan lejos de mi familia y viviendo con un hombre que casi no conocía.

Ahora pienso que fui madre muy joven, me sumí en una profunda tristeza, ya que no era así como deseaba vivir. La ciudad me enamoró y no quise volver más a la hacienda. Veía al Distrito Federal como yo deseaba que fuera una ciudad; enorme, limpia, olía a pan calientito, podía caminar por horas y horas por sus calles sin aburrirme jamás. Me sentía contradictoriamente viva y a la vez muy sola, entonces decidí para sorpresa de todos separarme de Eduardo, cierto que él era muy rico y yo entonces una mujer sin bienes, además con una hija. Me fui a vivir con Diana a un edificio de departamentos muy pequeñitos en la colonia Mixcoac. Eduardo me ayudaba económicamente con muy poquito, pues nunca me perdonó, ni entendió que quisiera vivir por mi cuenta, me decía que en casa tenía muchas comodidades y que nada me faltaba.

Empecé a trabajar como cocinera en el restaurante Dorbeker, que fue un muy lujoso lugar y estaba junto a la glorieta Chapultepec. Tuve muy buen salario y me dispuse a disfrutar de mi libertad. A mi hija por las tardes la dejaba para irme a trabajar con una vecina a la que le pagaba, en ese entonces yo no sé si había guarderías, ella la cuidó muy bien junto con otra niña que ella tenía. Eduqué a mi hija hasta sus estudios universitarios, es abogada, se fue a hacer un posgrado a España, se casó y allá vive. Yo voy dos veces por año a disfrutar de mis nietos y aquí soy dueña de mi libertad, voy y vengo de paseos con grandes amistades que hice, sin dar cuentas a nadie y estoy muy cerca de un hijo que tuve después con otro hombre del que también me separé. No lo pensé mucho para decidir esta vida que llevo, aun perdiendo los lujos que Eduardo me brindaba, lo que una quiere hacer de su vida siempre tiene un costo, ¿verdad?

 

3 de febrero de 2019

 

 

Ángeles Márquez Gileta



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