Oratorio de Navidad
Miércoles 22 de Diciembre de 2021 10:20 pm
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"Hace
muy poco tiempo que el hombre cuenta su historia, examina su presente y
proyecta su futuro sin contar con los dioses, con Dios, con alguna forma de
manifestación de lo divino", escribió María Zambrano hacia 1955 en El hombre y lo divino. "Y, sin
embargo, se ha hecho tan habitual esta actitud que, aun para comprender la
historia de los tiempos en que había dioses, necesitamos hacernos una cierta
violencia".
Como puede descubrirse, entre otras, en la obra
de Homero, los antiguos griegos sabían que los dioses andan entre los hombres,
conviven con ellos, influyen en su destino inexorablemente. También Hesíodo,
que, según quedó consignado en el siglo II antes de Cristo, en el Certamen
poético de Calcis fue contrincante de Homero, advertía en Trabajos y días: "¡Oh reyes! Tened en cuenta también esta
justicia; pues de cerca metidos entre los hombres, los Inmortales vigilan a
cuantos con torcidos dictámenes se devoran entre sí, sin cuidarse de la
venganza divina".
Cuando se limitó a tolerar, a confinar en un
nombre a los dioses idos, considera María Zambrano, lo que hacia 1955 parecía
"mente actual" estimaba que las únicas causas reales capaces de
producir cambios eran las económicas o específicamente históricas, por lo que
cree que debe preguntarse: ¿Qué es lo histórico? "Ha sido Hegel",
recuerda, "quien precisó antes que la pregunta, la respuesta. Pues
descubrió la historia como una vicisitud necesaria, inexorable del
espíritu".
Refiere asimismo que la filosofía de Comte
"sólo comienza después de esa destrucción de la antigua situación
religiosa. Su acción es igualmente emancipadora y por ella la revelación del
hombre queda aún más netamente dibujada. Se trata de una nueva religión de lo
humano. Y lo humano ha ascendido así a ocupar el puesto de lo divino. Al
abolirse lo divino como tal, es decir, como trascendente al hombre, él vino a
ocupar su sede vacante".
No sin ironía, también Chesterton se había
detenido en "la religión de Comte, conocida en general como positivismo, o
'culto a la humanidad'". Lamentaba que algunos de sus devotos, como el
señor Frederic Harrison, ofrecerían la filosofía de Comte "pero sin todas
las fantásticas proposiciones del francés sobre pontìfices y ceremoniales, sin
el nuevo calendario, las nuevas fiestas y los nuevos días santos. Él no cree
que debamos vestirnos como sacerdotes de la humanidad, ni tirar cohetes porque
es el aniversario de Milton".
Chesterton sostenía que "los hombres aún van
de negro por la muerte de Dios" y, sin poder prescindir del sentido del
humor, señalaba que "el señor Swinburne no cuelga su calcetín la víspera
del aniversario de Victor Hugo. El señor William Archer no canta villancicos
describiendo la infancia de Ibsen a las puertas de las casas medio cubiertas de
nieve. En el arco de nuestro año racional y luctuoso queda sólo una fiesta de
todas las antiguas celebraciones que otrora cubrían la tierra entera. La
Navidad subsiste para recordarnos aquellas edades, paganas o cristianas, en que
la poesía era cantada por muchos en lugar de ser meramente escrita por unos
pocos. En todo el invierno de nuestros bosques ningún árbol luce más que el
abeto".
¡Feliz Navidad!