Diálogo en taberna
Terlenka
Lunes 24 de Enero de 2022 8:54 pm
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Sólo
debería hablar aquel que escucha, pero alguien tiene que lanzar una primera
señal antes de que comience el juego. Una sociedad de seres capaces de
conversar no es más que una utopía: generalmente lo común es una guerra de
monólogos entre atletas competidores que desean imponerse y sentirse extasiados
por su propio talento. No hay suficientes medallas en el mundo para premiar a
tanto sabio. Qué mundo aberrante el que han creado estos sabios tan seguros de
sí mismos, tan laureados y reconocidos por sus semejantes.
Sin embargo, creo que en algunos casos o rincones del planeta es posible que el lenguaje dé lugar a vasos comunicantes o acuerdos entre bestias depredadoras y víctimas; entre verdes y amarillos. ¿Las islas Galápagos? Presiento que allí, en el ultramar ecuatoriano haya buenas conversaciones. Yo escuché la charla anterior hace unos días mientras trataba, en un bar de la colonia Juárez, de concentrarme leyendo El maestro y Margarita, la novela satírica de Mijaíl Bulgákov, en la que, por cierto, el también escritor de Morfina, llega a citar al "terrible" dios, Huitzilopochtli (natural en una obra en que el diablo posee un papel principal).
Leer dentro de un bar requiere de un magnífico humor y
pericia, mas sólo si se trata de un buen libro; de lo contrario las
distracciones son constantes y uno prefiere interesarse en los detalles de su
alrededor. Escuché la siguiente perorata entre dos bebedores de la mesa vecina.
Yo la interpreto así y se me ha ocurrido bautizar a los dos personajes como
Joseph y Mijaíl (podría haber elegido Pepe y Pancho, pero ya estoy un poco
harto de tales nombres). El primero de ellos era lector. El segundo un hombre
práctico.
Joseph: Mi libertad es mía; nadie me la otorga; y lo
mismo pasa con mi conciencia y la justicia; algo así decía un anarquista
tabernero.
Mijaíl: Tal vez, pero tú eres un narcisista de
taberna. Y piensas que te encuentras por encima de todos y de todo.
Joseph: Sí, y aumenta autodidacta a tu lista.
Mijaíl: ¿Puedo añadir mamón también?
Joseph: Sí, no me ofendes. No sé qué quieres decir con
eso, pero no creo que puedas explicarte lo suficiente como para conmoverme.
Mijaíl: ¿Ya te vacunaste?
Joseph: Sí, cuando era niño me vacunaron contra la
poliomielitis y alguna otra cosa.
Mijaíl: No seas arrogante; sabes de lo que hablo.
Joseph: Me imagino, pero prefiero no hablar acerca de
eso; es irritante y obsceno. ¿Has leído la novela Última salida a Brooklyn, de Hubert Selby Jr.? Cuando terminé ese
libro no podía dormir; de alguna forma esa fue mi vacuna.
Mijáil. No la he leído; tú sabes que apenas si tengo
tiempo para poner atención en los libros.
Joseph: Me lo imaginaba; eres un ser del futuro.
Mijaíl: Si no te has vacunado entonces eres un foco de
contagio.
Joseph: La Biblia es también un foco de contagio. La
constitución tendría que ser también un foco de contagio y apenas si logra
infectar a algunos cuantos.
Mijaíl: ¿Y no temes que te contagien?
Joseph: No pongo atención en eso, hombre. No tengo
tiempo. ¿Acaso no te preocupan más los cerca de 2500 asesinatos al mes
cometidos en el país, o los asaltos constantes al transporte público en el
Estado de México, por ejemplo? Eso sí es un insulto mortal y una enfermedad
social. La vida carece de valor trascendental en México, y tú me vienes a
hablar de vacunas. ¿Pues cuántos años tienes?
Mijaíl: Son temas distintos; si te preocupa tanto la
vida, pues vacúnate.
Joseph: La pena de muerte sería una gran vacuna. No
tienes ningún derecho a quitarle la vida a una víctima inocente y luego a
continuar viviendo sin un castigo.