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El sombrerero de Caxitlán: jugador de baraja y otros vicios más


La plazuela del mercado (ca. 1907) y la Plaza de Armas, actual jardín de La Libertad (ca. 1880).

Fondo AH. / Fondo Carlos Ceballos.

José Luis Larios García

Lunes 07 de Febrero de 2022 10:21 pm

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En la villa de Colima de la Nueva España, la vida cotidiana trascurría sin la más mínima idea de los problemas que se aproximaban a consecuencia de las revueltas insurgentes en contra de la corona española. Todo inició siete meses antes de que el cura Miguel Hidalgo y Costilla proclamara la arenga por la lucha armada, conocida como el inicio de la guerra de Independencia.

En febrero de 1810, los pobladores observaban con interés las obras públicas llevadas a cabo bajo la anuencia del subdelegado, Juan Linares y el Ayuntamiento de Colima, los cuales se apresuraban a embellecer la plazuela, ubicada a las orillas de arroyo Chiquito, colindante con las Casas Reales (hoy jardín Torres Quintero) y se usara en el fututo como espacio del mercado público. También el cura beneficiado, el bachiller Felipe Gonzáles de Islas, solicitaba apoyo a los feligreses católicos para reconstruir la torre del campanario de la iglesia parroquial, ya que cuatro años antes se dañó a causa del terremoto acontecido el 25 de marzo de 1806.

Los comerciantes de otros rumbos llegaban a la plaza principal (actual jardín de La Libertad) a ofrecer sus productos elaborados a mano. Algunas de las piezas más solicitadas eran los sombreros un accesorio muy importante en el asoleado y caluroso clima de la costa de Colima.

El sombrerero Pedro Ignacio Velasco, español, venía a la Villa desde el pueblo de Caxitlán, lugar reconocido por haberse establecido los primeros conquistadores con el objetivo de explorar la provincia de Colima, en el siglo XVI. Cargado a lomo de mula, transportaba sombreros de palma, paños, cortes de calzones, sabanillas, cabos azules, entre otros accesorios. De regreso a su morada compraba en la plaza, unas botijas de aguardiente o, si bien le iba, un vino mezcal de mejor calidad.

Por otra parte, el herrero José Santana Páez, español, de veinticinco años, viajaba de “Sal si puedes” (sic) a la villa de Colima, pero optó desviarse a Caxitlán; en el trayecto bebió una refrescante tuba para mitigar el hambre y la sed. Luego, llegó a casa de José Antonio Niño, porque se enteró que un grupo de amigos, incluido el sombrerero, jugaban al “albur” es un juego de baraja, en donde se enfrentan dos jugadores; el que reparte abre dos cartas y su contrincante apuesta a una de ellas.

Acudió a ver si la suerte estaba de su lado, a lo mejor lograba ganarse unos cuantos reales en las partidas de azar; sin embargo, la tensión del juego y la embriaguez de los apostadores, la reunión se tornó hostil durante la noche. Entre los asistentes estaban Ramón Díaz, Antonio Salcedo y Juan Díaz, criados de don Pedro Regalado, personaje importante que luchó en el bando de los insurgentes, junto con Manuel Llamas Parida, que a la postre fueron pasados por las armas, es decir, fusilados en 1814 y sepultados en la iglesia parroquial de la villa de Colima, en el tramo cuarto, con cruz baja (AHMC: caja D-20, posición 52, exp. 54, ff. 2 fte. -5 fte).

Más tarde comenzaron a pelearse a golpes Pedro Ignacio Velasco y José Santana Páez, ambos son aprehendidos por el teniente de Caxitlán, Mateo Llamas y remitidos a la Real cárcel de varones. El más afectado fue el herrero Santana, enviado al hospital de San Juan de Dios con lesiones graves. Después de una ligera recuperación, acudió con el subdelegado a exigir justicia, pues aún sus heridas no sanaban del todo bien.

Según Ramón Díaz, testigo presencial de los hechos, declaró al juez bajo juramento a “Dios Nuestro Señor y la Señal de la Santa Cruz” que, “estando sentado en un equipal en casa de José Antonio Niño como a la oración de la noche, llegó José Santana Páez embriagado, se quitó las mangas del hombro, y puso carpeta en el suelo”, tomó una vela en la mano sin pedir permiso a nadie e incitó a los presentes a jugar a ‘El Monte’. Pedro le tomó la palabra y sacó dinero de sus bolsillos. Santana perdió el albur en la primera ronda, “fueron un cinco de bastos y un caballo de bastos, y habiendo corrido el albur el dicho Santana Páez que tenía la baraja en la mano, la tiró”, porque no quería perder sus únicos dos pesos  (Ibíd., f. 9 fte- vta).

Enseguida bebió un trago de vino mezcal y terminó de embriagarse, aunque no tanto de que lo privara de sus cinco sentidos. Se hizo de palabras con el sombrerero; ambos cayeron al piso, no obstante, de inmediato fue sometido y lo puso boca arriba, “propinándole unos puñetazos en todo el cuerpo”.

El juez requirió los bienes de inculpado para presentarlos en la declaración, embargando sus pertenencias como depósito de garantía, con el fin de pagar la fianza y resarcir los daños del dicho herrero.

No hay ninguna descripción de la foto disponible.

Inventario de los bienes de Pedro Ignacio Velasco (28 de febrero, 1810).


De acuerdo a la lista levantada, su patrimonio son los siguientes: una carga de algodón, un caballo, una llegua (sic), media docena de sombrero negros de lana, cinco tercios de fierro de silla, tres sombreros medianos blancos, un freno, un par de espuelas, un par de cueros de venado, unos cojinillos, un par de ataderos de hilo y un costal de malva; firman como testigos Mateo Llamas, José Barboza y Manuel Llamas (Ibíd., f. 11 fte.).  

El sombrerero quedó en libertad después de un mes recluido en la cárcel tras haber realizado trabajos forzosos, aparte, las heridas del demandante sanaron sin ningún contratiempo y, además, pagó con sus bienes las curaciones del herrero. Tal parece que resultó hábil en el juego de las cartas, posiblemente al salir de prisión, volvió a fabricar sus artículos de primera necesidad, tan solicitados por los habitantes de la villa de Colima y, por qué no, apostar de nuevo un juego de rondas con la baraja española. 

 

*Investigador del Archivo Histórico del Municipio de Colima      

 

 

José Luis Larios García



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