¡Perdedores!

Terlenka
Martes 08 de Febrero de 2022 2:48 pm
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En el transcurrir de la vida se
acumulan sentencias o aforismos que uno va soltando al aire, como si en verdad
representaran su pensamiento o experiencia transformada en una moral. La
mayoría de estas sentencias, si se examinan a fondo, rara vez aprueban un
escrutinio exigente: son bravatas. En mi caso, sucede algo similar, pero me
arriesgaré a repetir que "compararse con otros es el principio de la
infelicidad".
Compararse con otras personas,
cualesquiera que estas sean: ricas, hermosas, malditas, jóvenes, famosas,
brillantes, eruditas, etcétera… no trae más que problemas irresolubles e
ingratos. Tarde o temprano las personas, al compararse o medirse entre sí, se
encontrarán ante alguien que las hará sentir fracasadas, jodidas, humilladas,
perdedoras, cobardes o taradas.
La publicidad es un magnífico
ejemplo de ello: frente a los escenarios de belleza y bienestar que exhiben en
sus comerciales no sólo crean modelos o referencias morales y económicas
canónicas, sino que, cuando la mayoría de su público enfrenta a tan glamorosos
paraísos, entonces el hecho da lugar a una atmósfera de depresión, a un
ejército de perdedores conscientes de su derrota o a una masa de oprimidos
psicológicamente que hacen más triste el horizonte público.
Esta vez no tocaré el tema de las
enormes diferencias sociales que agobian a comunidades como la nuestra, sino
que sólo me concentraré en la subjetiva manía que uno tiene de compararse con
los vecinos –sin importar a qué clase social, sexual, étnica, etcétera… se
pertenezca– y entonces medir así el "éxito" o la calidad de su vida.
Esto me lleva a recordar la
anécdota que me relató Huberto Batis respecto a Fernando Benítez y a Rubén
Salazar Mallén. Ambos escritores, aunque el primero, además de un buen
periodista, era adinerado, poderoso y amigo de presidentes y políticos
importantes, mientras que el segundo era aguerrido, extremista, insobornable,
marginal (pese a haber militado con el comunismo, realizar su crítica y
desembocar en una postura anarquista) y reacio a la proximidad con el poder.
Cuando Salazar Mallén llegaba a las oficinas de sábado, en el periódico unomásuno, luego de un largo viaje en
microbús, para visitar o saludar a Benítez, fundador del suplemento nombrado,
éste corría a esconderse al baño y le daba indicaciones a Batis para que
recibiera a la visita y le comunicara su ausencia. Una vez que Salazar Mallén
se marchaba montado, además, en su hemiplejia, y Benítez volvía a acomodarse en
su oficina, Batis le preguntaba a Benítez las razones de tal reacción. El autor
de La ruta de Hernán Cortés y de Los indios de México, entre muchas otras
obras, respondía que cuando se hallaba frente al autor de Cariátide, le causaba vergüenza su riqueza y poder acumulados, ya
que la honradez, marginalidad y anonimato de aquel escritor veracruzano, siete
años mayor que él, lo atormentaba moralmente. Así me lo relató Batis, y ninguna
de las tres personalidades nombradas en esta anécdota viven para ratificar, aun
sea parcialmente, este relato. Yo no lo pondría en duda.
José Luis Ontiveros escribió (en Rubén Salazar Mallén, subversión en el
subsuelo; Universidad veracruzana; 1988) que la zona de privilegio habitada
por el autor de Páramo; La sangre vacía, y Soledad había sido "la defensa a ultranza del espacio de
libertad necesario para la creación". Estoy más que de acuerdo.