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Apuntes para la presentación de Labio Sediento


De izquierda a derecha: el escritor Jesús Adín Valencia, la autora Ada Aurora Sánchez Peña, el rector Christian Torres Ortiz y Guillermina Araiza, directora de Publicaciones de la UdeC.

Jesús Adín Valencia

Viernes 18 de Febrero de 2022 9:55 pm

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Hay un frágil anhelo indescifrable / en el vuelo impreciso de mi vida; / es una sed extraña e insaciable, / que llevo en mis entrañas escondida. / Busco algo que palpite con mi canto / y espero sin saber lo que presiento; / hay un grave dolor en todo llanto / y una hoguera sin fuego en el sediento… / Si tú me dieras el cántaro simbólico / que a mi labio endulzara su agonía, /llorara en risas mi dolor neurótico / y riera en lágrimas toda mi alegría.

 

Tres estrofas, doce versos, Labio sediento, de José G. Alcaraz, publicado en 1930 y 1933 en Ecos de la Costa, el último año, en ocasión de la muerte del poeta. Buenas noches.

Imaginemos por un momento, esta es una celebración juvenil, estamos en un baile en el marco del día del estudiante. La Orquesta de Carlitos Naranjo interpreta –permítanme esta licencia temporal– Strangers in the night. Entra por esa puerta Ramón Alcaraz y nos dice, atónito, desencajado: Acaban de matar a mi hermano en Comala.

La muerte ronda en Comala y Evocación de José G. Alcaraz, son dos crónicas del maestro Juan Macedo López que publicó en 1986, a la edad de 76 años, en Viaje alrededor de la nostalgia (UdeC). En el segundo tomo encontramos la narrativa del trágico suceso. José G. Alcaraz tenía 23 años, sus grandes amigos, contertulios, Juan Macedo, 23, Agustín Santa Cruz, 25. Los tres compaginaron periodismo y literatura en el decano indiscutible, Ecos de la Costa, que por cierto en estos días lucha por mantenerse.

Escribió Juan Macedo, permítanme unos fragmentos:

    

No. El paisaje de esa noche no lo imagino. Simplemente lo recuerdo con la precisión con que lo entrega el dolor antiguo. La Escuela Normal con su gran patio de cemento gris y las luces de los foquillos iluminando los corredores y a Orquesta de Carlitos Naranjo disparando la música lánguida de los blues sobre las parejas. En la Plaza de la Libertad, los árboles dejaban caer sus hojas con el viento de otoño. Era el 10 de octubre de 1933 (…)

Ramón Alcaraz nos abrazó llorando y lo oímos murmurar, entre sollozos: “Mataron a mi hermano en Comala”. Su cuerpo se había hecho una cosa pequeña y lacia que gemía. Una racha negra, como tempestad en la noche, nos sacudió por dentro. Algo se había roto, de pronto, en nuestra conciencia (…)

Allí estaba el primer poeta de nuestra generación, el bardo que encendía su crepúsculo interior en la aurora boreal de sus veintitrés años (…)

Madrugada friolenta en el hospital. José está inmóvil, desnudo en la plancha. Unos hombres lavan su cuerpo “con agua de las auroras”, como en el romance lorquiano (…)

 

Dos imágenes vaticinó hasta nuestros días el maestro Juan Macedo López:

Cito: El bardo que encendía su crepúsculo interior en la aurora boreal de los 23 años; unos hombres lavan su cuerpo con , como en el romance lorquiano. Aquí hay algo interesante respecto a García Lorca. En Romancero gitano refiere: Las piquetas de los gallos / cavan buscando la aurora / cuando por el monte oscuro / baja Soledad Montoya.

La última estrofa, de este Romance dice: Soledad: lava tu cuerpo / con agua de las alondras, / y deja tu corazón / en paz, Soledad Montoya.

 

Pretendo expresar con ello, que el aparente error de evocación a Lorca en Macedo López, con agua de las auroras en lugar de agua de las alondras, como es en realidad, implica una pista premonitoria sobre quién vendría a rendir este homenaje. Prefiero pensarlo así, como vaticinio del maestro Macedo, algo bastante afortunado, ateniéndonos al poeta beat William S. Burroughs quien afirmara: En el universo mágico no hay coincidencias ni hay accidentes. No sucede nada a menos que haya alguien que desee que suceda.

Se presagiaba su persona, doctora Ada Aurora en dos metáforas claras y precisas. Las investigaciones que realiza no serían posibles sin esa sensibilidad poética que despliega; indaga ente documentos, hemerotecas, también con la familia de autores sujetos de estudio, de tal forma que construye un álbum lleno de imágenes en la relatoría del proceso. Por usted conocí a Agustín Santa Cruz. 

Indaga, devela con vocación poética y académico-docente, en la misma ponderación y tesitura que José G. Alcaraz. Labio sediento, de la colección Biblioteca Colima va llevándonos, desde el estudio preliminar y notas al pie de página, para conocer a un poeta completo a pesar de su corta edad, que pudo haber sido mucho más prolífico de habérsele permitido vida; la transición de su poesía es evidente, se observa una evolución a lo largo de los 51 poemas recopilados, suficientes para apreciarlo y dar cuenta de una llama interna propia de la edad, y de la época; José G. Alcaraz demostró oficio para la expresión e influencias sobre una juventud impetuosa, sedienta, de romanticismo pleno, bucólico y enamorado, fiel a la lírica provenzal, modernista tardío que encuentra en el acto de beber –o saciar la sed, el resabio de esa llama– enfocada en una parte por el todo: apenas un labio puede ser el receptor concreto de lo abstracto, pensándose vivo el poeta sin saber hasta cuándo.

Observo la presencia de un amor blanco, ese amor cortés del que habla Octavio Paz en su ensayo sobre amor y erotismo, La llama doble, cito: El término “amor cortés” refleja la distinción medieval entre corte y villa. No el amor villano –copulación y procreación– sino un sentimiento elevado, propio de las cortes señoriales. Los poetas no lo llamaron “amor cortés”; usaron otra expresión: fin’amors, es decir, amor purificado, refinado. Un amor que no tenía por fin ni el mero placer carnal ni la  reproducción (p.79).

De esos amores. Este “amor cortés” del que nos habla Octavio Paz abarca eros y ágape, de manera progresiva, y también filial; José G. Alcaraz atavía versos para una ofrenda floral a su madre, llamándola mamita, mamita, retrata su belleza física y del alma, como también, esas manos de mamá coligadas a las manos del artista, su novia, su abuelita. Son las manos artífices de toda creación, toda alegría, en palabras del poeta.       

Hay musicalidad en este libro, opulencia del verso, sensaciones contradictorias, casi el oxímoron para acentuar lo romántico; tan solo Labio Sediento ofrece un juego de figuras retóricas; aparece, por ejemplo, cierta aliteración en la paridad extraña-entrañas; anhelo-vuelo; indescifrable-insaciable, es la lengua que reitera lo fonético.   

A propósito de nuestro recinto, el Archivo Histórico de la Universidad de Colima, el papel es un ser vivo, todo impreso tiene un ciclo vital y conforme avanzan los años el tiempo es implacable, deteriora, borra; por esa razón elementos como este libro son bocanadas de aire fresco que honran el acervo, la memoria que resguarda una vida determinada, una obra, se perpetúa José G. Alcaraz por su espíritu, más allá de nomenclaturas urbanas en Comala y Colima.

Mencionaba una transición, hacia los últimos poemas. La poesía de José G. Alcaraz se torna más descriptiva, paisajista, menos rimada, como una extensión de sí mismo; se observa mayor atrevimiento en el poeta siempre contemplativo, sin desprenderse de lo metafísico y sin importar el qué dirán. Por ejemplo, de la prosa titulada Domingo, cito algunos versos reveladores: Cerca del pequeño jardincillo, la fuente pública alza su grueso brocal de piedra sin labrar. Allí van las aguadoras, saturadas de leyendas (…) una púber morena, se inclina graciosamente y ve retratada su belleza triunfal, delineada por el corpiño mojado que, atrevido, se pega a los senos vírgenes de la hembra joven. Ella toma una parte del pasional corpiño y lo retira con un mohín de gracia natural; (…) los rancheros lucen su cotón y su clásico calzón de blanca manta. En la cintura, el ceñidor pone su nota roja y allí, se disimula el arma inseparable. (…) En mi interior también es domingo y hay fiesta, palabras del poeta, describiéndose en el entorno.

Para cerrar con el paisaje inicial que Juan Macedo López que no imagina de esa noche, en reconocimiento a las labores de investigación que realiza la poeta Ada Aurora Sánchez y también, para destacar la importancia de nuestras plataformas de registro histórico, como lo ha sido el Ecos de la Costa, cuatro versos de Emily Dickinson: No sabiendo cuándo vendrá (una) Aurora / Yo abro todas las puertas, O tiene ella plumas, como un pájaro / U oleadas, como una costa. Muchas gracias.

 

*El autor fue comentarista en la presentación del libro Labio sediento. Poesía de José G. Alcaraz, una edición y estudio preliminar con notas de la escritora Ada Aurora Sánchez Peña, el pasado jueves 17 de febrero en el auditorio del Archivo Histórico de la Universidad de Colima.

 

 

Jesús Adín Valencia



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