Fuga de presos la noche del incendio en la Real cárcel de la villa de Colima
José Luis Larios García
Martes 22 de Febrero de 2022 9:54 pm
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El 7 de febrero de 1798, dos días
posteriores de la misa solemne en la iglesia parroquial a San Felipe de Jesús,
santo patrono de Colima, un fuerte incendio comenzó en las instalaciones de la
Real cárcel colindante con la sala de cabildo y las Casas Reales, hoy Palacio
de Gobierno. Todo inició a las once y media de la noche, cuando la población
dormía y las calles estaban desoladas e iluminadas con antorchas encendidas con
mechas de sebo; mientras tanto, en la plaza principal los comerciantes
resguardaban sus artículos de venta para evitar que el siniestro se extendiera
a otros rincones.
Según el expediente de las Diligencias practicadas sobre la fuga y quema de la cárcel y calabozo, emitidas por Modesto de Herrera, alcalde ordinario de segunda elección y subdelegado provisional, en ausencia del propietario Manuel Roberto de los Ríos, escuchó de manera violenta el repique de las campanas de la parroquia y demás capillas adyacentes, indicando que había alguna eventualidad de emergencia. Salió de su casa para verificar lo que sucedía alrededor; la muchedumbre se congregó afuera de la plaza y, percatándose de las llamas que salían del interior de la puerta de la cárcel, organizó unas cuadrillas de hombres con el fin de salvaguardar los documentos de las oficinas públicas.
Portada
de las Diligencias practicadas sobre la fuga y quema de la cárcel y calabozos
de ella.
El alcalde, afligido e
incrédulo, tuvo que actuar ante tal situación y expresó:
Habiendo
llegado encontré ser cierto y también los presos fuera que los había puesto el
Alcaide Luis Pérez sin más que las aclamaciones de los citados presos y las
Reas que se hallaban en la oficina que les sirve de prisión. En cuya vista
procedí con la mayor exactitud a que se apagase el fuego tan tremendo que llegó
a destruir y consumir la sala principal, el calabozo y la oficina de mujeres; y
temeroso de que la velocidad del fuego tomase incremento a las demás oficinas
de la sala del Ilustre Ayuntamiento y demás que componen estas Casas Reales:
mandé sacar cuantos legajos de papeles en ella había pertenecientes a el
Archivo general (AHMC: caja C-47, exp. 10, f. 2 fte. y vta.).
Los presos aprovecharon la coyuntura de la
contingencia para escaparse de la Real cárcel. Un grupo huyó hacia la playa del río principal,
otros con dirección a los arrabales del llano de Santa Juana, algunos presos
apoyaron a contener el fuego que se había propagado en los techos de madera.
Durante el virreinato los edificios públicos estaban construidos con materiales
poco resistentes, como el zacate o teja, que se utilizaban en las techumbres,
lo que hacía que fueran frágiles. También se erigieron con carrizo o paredes de
adobe, usados en las viviendas o chozas de la Villa.
En 1793, con la descripción geográfica de Diego
de Lazaga, titulada Padrón de españoles,
castizos y mestizos del partido de Colima, nos damos una idea del posible
deterioro de la cárcel, en la cual se hallaba un “calabozo muy débil, reducido,
fangoso, fétido y sin más respiración que el de las claraboyas de la puerta”;
no estaba lo suficientemente acondicionada para evitar que escaparan los
presos, quizás por su diseño y estilo arquitectónico.
Las
fuentes documentales del virreinato dan cuenta lo vulnerable de la prisión,
incluso en varias ocasiones intentaron incendiarla con el objetivo de huir de
ella; por ejemplo, en 1712, el capitán de mar y guerra Francisco Antonio Cañete,
alcalde mayor y teniente de capitán general de la provincia de Colima, sentenció
a Juan de Carrizales por quemar una puerta contigua al patio de las Casas
Reales que servía de ventana a la cárcel. Dicen los testigos que la incendió
para sacar a Antonio Cervantes, mulato de Guaracha, encarcelado por diferentes
delitos (AHMC: caja C-3, exp. 25, f. 6 fte.).
Otro caso ocurrió el 13 de diciembre de 1775,
donde un grupo de presos “se subieron al tapanco quemando parte de una viga y
ximando (sic) otra con un belduque, y un machetito que se averiguó
tenían dentro sin haberse podido saber quién se los dio, llegaron a subir a la
sotea (sic) o techo de dicha cárcel algunos de ellos de que se
experimentó que habiendo formal resistencia tirando con piedras a los de
abajo”. Sin tener éxito, el alcalde ordinario ordenó como castigo “veinticinco
azotes a cada uno amarrados a un pilar de las Casas Reales [roto] a los
demás en la picota los mismos azotes” (AHMC: caja C-21, exp. 22, f. 1 fte. y
vta.).
Con estos antecedentes, el subdelegado
provisional Modesto de Herrera dudaba de la veracidad de la información, por
tal motivo, aprehendió al alcaide y fue interrogado junto a otros dieciocho
reos, para deslindar responsabilidades. Según el alcaide Luis Pérez declaró,
bajo juramento a Dios Nuestro Señor y la Señal de la Santa Cruz, decir la
verdad y expuso:
que serían las once de la misma noche hallándose el declarante dormido en la sala de su habitación comenzaron unos arrieros que se hallaban en la plaza pública a dar de golpes en las puertas del Zaguán (sic) de las Casas Reales y saliendo afuera ya vido (sic) la cárcel ardiendo sin saber por dónde había comenzado dicha quema (AHMC: C-47, exp. 10, f. 3 fte.).
Firma de Modesto de Herrera,
subdelegado provisional de la villa de Colima.
Impresionado de tan semejante suceso abrió las
celdas de los presos y los dejó salir sin la autorización de un juez
competente, ya que dichos reos se estaban abrazando y otros imploraban auxilio
para escapar del fuego. Asimismo, se ocupó de poner a salvo a las mujeres
reclusas, llevándolas a su vivienda custodiadas por la esposa del alcaide.
Luego fue interrogado el reo José Antonio
Martínez, quien dijo que dormía pegado al cepo, pero no intentó huir como sus
compañeros hasta que las llamas y el humo comenzaron a expandirse por todo el
edificio, pero la declaración del preso Francisco Gerónimo contradice la
versión de Martínez, que sospecha de él aludiendo “en la fuga que habían
intentado hace tres o cuatro días por dentro del calabozo, fue este uno de los
que cooperaron en ella queriendo hacer un socavón por dentro del dicho
calabozo” (Ibíd., f. 4 fte. y vta.).
Al final de las pesquisas no se concluye cómo o quiénes propiciaron el siniestro. Por su parte, el alcaide pagó una fianza para ser liberado por las omisiones llevadas a cabo la noche del incendio. Igualmente, lograron recapturar a la mayoría de los reos fugados, sin embargo, la Real cárcel continuó en las mismas condiciones desfavorables, no obstante, mejoró su infraestructura después de consumada la Independencia en el siglo XIX.
*Investigador del Archivo
Histórico del Municipio de Colima