El día que Colima se murió
Lunes 28 de Febrero de 2022 12:11 pm
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Pocos saben que una vagoneta blanca que pertenecía a la CFE
entró a la calle Miguel Hidalgo en el centro de la ciudad de Colima. Se
estacionó cerca del número 90 y esperó ahí sin llamar la atención. Los
ocupantes observaban el entrar y salir de los clientes de la sucursal de Banamex
que hasta el día de hoy se encuentra en dicho lugar. Por aquellas épocas, justo
en frente, existía también el edificio operativo del ya extinto Banrural, un
banco muy conocido por nuestros padres y abuelos.
En vísperas de las once de la mañana, cinco sujetos descienden
de la vagoneta. Están fuertemente armados con rifles de asalto M1, AK47 y
pistolas 9mm, uno de los tipos lleva en la mano un cartucho de dinamita y un
encendedor. Sus cuerpos lucen abultados a consecuencia de llevar ropa doble.
Debajo de los pasamontañas, las pelucas rubias y negras pretendían ocultar más
su identidad, pero este detalle exagerativo les costaría caro. Tres de los
sujetos entran al edificio de Banamex, los otros dos violan la seguridad del Banrural.
Es un asalto, el único doble asalto vivido en la ciudad capital del estado de
Colima. Entre las palmeras el tiempo se detiene.
Por las calles sucede el mes de septiembre de 1983, es un
día 28, fresco y un poco nublado. Tras las nubes se ve claro que aún no son las
once de la mañana. Los sujetos amenazan a todos dentro, alardean con matar a
alguien, toman rehenes. El cartucho de dinamita en la mano de uno de los
delincuentes espanta severamente a los incautos que permanecen boca abajo. Los
sujetos saquean lo más que pueden. En costales de harina los gerentes colocan
un botín de más de 11 millones de pesos en menos de 10 minutos. Parece poco
tiempo, pero les llevó menos minutos a varios curiosos que en la calle se
dieron cuenta del atraco y ya habían ido a alertar unos policías que se encontraban
en el jardín Torres Quintero.
Los uniformados avisaron por radio a todas las unidades, se
despertó la emergencia inmediatamente. Al hacerlo, los agentes toman valor y
deciden acercarse al lugar de los hechos para cerciorarse de lo ocurrido.
Caminan con cautela. Cuando los azules vienen entrando a la calle hacen
contacto visual con los asaltantes, quienes caminaban ya para la vagoneta con
la intención de huir, los ladrones llevan de rehenes a los gerentes de cada
banco: Guadalupe Pérez y Lucio Morán Vázquez, quienes van cargando los costales
llenos de billetes. Los asaltantes ignoraban la presencia de los policías hasta
que uno ellos gritó: ¡AHÍ VIENE LA POLICÍA! En esos momentos se desató una
balacera. Los policías disparan, los asaltantes detonan su arsenal en plena
calle llena de personas. El primero de los cinco asaltantes huye de la escena,
también lo hace el gerente Lucio. Se dan con todo, pero el fuego de los
ladrones es superior.
A Isaías Castro, policía, le dieron un balazo que le reventó
la nariz, por fortuna no murió pero quedó herido seriamente en el lugar del
tiroteo. El otro uniformado terminó de descargar su arma y procedió a retirar a
su compañero. Para mala suerte de los maleantes, el tráfico de la ciudad se
paralizó, varios que iban en sus coches abandonaron sus vehículos huyendo de
los disparos y obstruyendo así el camino de salida de los asaltantes, quienes
subieron a punta de golpes al gerente Pérez. Sin saber que ocurría exactamente
se atrincheraron en la vagoneta. Los ladrones batallaron algunos minutos para
sacar la vagoneta de la estrecha calle cuando notaron la presencia de elementos
de la policía judicial quienes procedían a pie persiguiendo la vagoneta y
abriendo fuego esporádico mientras se cubrían de las balas de los maleantes entre
carros y bardas de la calle.
El fuego de los judiciales amedrentaba la atención de los
criminales, uno de ellos les disparaba ferozmente desde el camper mientras
avanzaban lentamente. Cuando el gerente Guadalupe Pérez notó esa distracción,
se aventó de la camioneta por encima del maleante y corrió por la calle hasta
meterse al consultorio del doctor Jaime Morales, el maleante lo persiguió pero
el gerente brincó la barda del patio y se libró de su agresor. El asaltante
enfadado secuestró a otra persona que estaba en la sala de espera de dicho
consultorio, ese hombre inocente se llamaba Manuel Meza Álvarez, sobrino de la
en ese entonces gobernadora Griselda Álvarez.
Los maleantes subieron con su nuevo rehén y al verse
expuestos al fuego de la policía arrancaron a toda velocidad la vagoneta, quemó
llanta e hizo un ruido estruendoso en esa callejuela de Colima. Fue tanta la
velocidad imprimida que el chofer perdió el control y se estrellaron contra el
Edificio Cuauhtémoc ubicado en la misma calle Hidalgo. Después del impacto
descendieron para tratar de huir a pie pero ahí recibieron más disparos de
policías que se habían movilizado.
El fuego procedía de diversos lugares, los asaltantes
contestaron como pudieron mientras se escondían en los carros. El chofer de la
vagoneta pudo ponerla en circulación de nuevo. Volvieron a subir al vehículo,
disparaban a discreción. Todos tenían la sangre congelada, entre las calles
lejanamente se escuchaban los tiros y los curiosos comenzaron a salir de sus
casas para acercarse a donde aún estaba el tiroteo. En el reloj del palacio de
gobierno marcaba ya las once y media de la mañana.
Cuando la vagoneta llegó a la calle Juárez dobló hacia el
sur con violencia, quemando llanta, pero ahí, donde empieza el Jardín Nuñez los
estaban esperando elementos del ejército y policías que abrieron fuego contra
el vehículo. El chofer de los asaltantes recibió un balazo en la garganta y
otro en la cabeza que le provocaron la muerte al instante, la vagoneta siguió a
toda velocidad con el piloto estilando sangre. La pesada unidad se estrelló
aparatosamente contra dos jardineras que minutos antes estaban llenas de
curiosos incluyendo niños que corrieron del lugar al ver el desenlace. La
corredera de gente evitó la maniobra efectiva del personal militar quienes se
posicionaron frente al vehículo inhabilitado.
Aturdidos dentro y sin salida, los malhechores se
incorporaron, el rehén, sobrino de la gobernadora, fue ejecutado de dos tiros
en la cabeza por Jorge Antonio González González alias “El Rojo”, líder de la
banda y quien además era capitán desertor del ejército mexicano. Acto seguido,
las esperanzas en las caras de los ladrones se esfuma. El silencio recorre por
un breve lapso el tiempo e historia del jardín Núñez. La sangre de Manuel
recorre sus mejillas, rueda por el piso y mancha la calle negruzca. Todo se
detiene. Son las once y media de la mañana. El ejército se mueve en cámara
lenta. Acto seguido, la furia militar acribilla el vehículo y procede a
perseguir a un maleante que sale corriendo como alma que lleva el diablo. Lo
siguen por varias cuadras, se topa con un judicial que estaba escondido tras un
árbol y lo hiere de gravead. Más de 50 elementos acorralan al maleante en donde
alguna vez hubo una mueblería ahí por la calle Morelos. Horas más tarde su
presencia se esfuma. Huyó.
En esta historia cabe mencionar que los asaltantes eran
militares o dedicados a la seguridad, con licencia de portación de armas y
conocimientos tácticos. La noche cuando recogieron los restos de la vagoneta
echaron aserrín a la sangre de los abatidos ese día. Ese día Colima murió, por
unas horas, se desencadenó el pánico en esta ciudad que jamás había vivido algo
similar desde los tiempos de la revolución. Hubo luto en palacio, en las fibras
más débiles del gobierno. Griselda Álvarez acude al funeral, muchos curiosos
toman protagonismo. Pasan los días y se siguen platicando versiones fantásticas
de lo ocurrido, para los jóvenes de la época este suceso queda como un
lamentable acontecimiento y a los meses las señoras salen igual a barrer las
calles. Sin duda, aunque lamentable, este suceso forma parte de nuestra
historia, esa historia tan importante que nunca deberíamos de cubrir con el
aserrín insano que produce el olvido.