El enigma de El desollado; éxtasis del mezcal*
Julio César Zamora
Jueves 03 de Marzo de 2022 9:44 pm
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De los versos a la prosa, el poeta también se alboroza. Así Sergio Briceño González. Hace algunos años, cuando compartíamos oficina en Diario de Colima, llegó a comentarme, como quien dice, mañana iré al volcán, su intención de escribir una novela. Un tema muy diferente al que aborda en esta, su primera obra narrativa. Desde luego tuve la certeza que tarde o temprano Briceño la escribiría, lo que nunca pensé es que se volvería un amante del pasado, como si el arte de escribir no demandara lo suficiente, se adentró al arte de la restauración. Hace arte, recrea el arte y salva el arte.
El escritor Sergio Briceño durante la lectura de
Tumba siete. A un lado, Salvador
Silva, presidente de la Fundación Cultural Puertabierta.
Sergio Briceño nos
presenta una novela cimentada en la historia sobre el hallazgo más importante
de la arqueología mexicana: el tesoro de la tumba siete de Monte Albán, pero
más allá de la máscara de Xipe Totec, el desollado, el hilo conductor de
la narración, nos adentramos a una novela fantástica donde los personajes
viajan, exploran, descubren, beben, aman, y se tornan bifrontes en el delirio
sexual.
Dice en la página 27:
“A veces los procesos no eran los adecuados y lo reversible se convierte en algo permanente. Por eso todo radica en el amor al pasado. Salen por todas partes como pátinas de óxido los recuerdos y la amistad transformados durante los últimos años en acostones espontáneos o caricias furtivas, acciones a las cuales recurrimos con el propósito de amansar, como esgrimía Montero, esa materia inestable y ansiosa que somos. Intervenimos todo lo que en apariencia ha sido devorado o erosionado por el aire, la lluvia, el polvo, la luz. O lo que es lo mismo: las voces, el aliento, las lágrimas, los gemidos”.
Asistentes a la presentación del libro Tumba siete, en el Museo Fernando del
Paso, el pasado 2 de marzo de 2022.
Sergio nos revela signos
misteriosos, pero también quiméricos como el Glifo C, discursos pictóricos como
el Códice Vindobonensis, o deidades asexuadas como Cocijo, o Nueve Hierba, que
además recobran vida en la propia fantasía de los personajes.
Quizá haría falta una
dosis de mezcal triqui para comprender los secretos que rodean la máscara de
oro de Xipe Totec, o de las dos hermosas restauradoras que despuntan la
imaginación de Teamo -personaje central-, entre el deseo por devorarlas o
recrearlas en míticas diosas que se comunican con los muertos. Porque en
nuestra historia, esta exquisita bebida del maguey es tan elemental como
reveladora.
Dice en otro fragmento
(Pág. 54):
“Las miradas de Sara y
Pilar remitían a mundos ancestrales habitando la parte más profunda del
cerebro, energías responsables de hacernos reaccionar violentamente. La de
Pilar era una carcajada neumática y devastadora con la que hubiera podido
construir un taladro o desbaratar muros de angustia y soledad. Sara poseía una
voz capaz de revivir a los muertos. Sentía miedo cuando las veía juntas
riéndose o besándose, un miedo milenario que me subía por los brazos y la nuca”.
La narrativa de Sergio Briceño
nos lleva además a un recorrido gastronómico y folclórico por Oaxaca, donde si
bien el restorán del vasco es el escenario recurrente de los personajes,
abundan los chapulines, el tejate (bebida preparada a base de maíz y cacao),
chicatanas (hormigas), el delicioso mole de caderas (aunque no de las
restauradoras), entre otras exquisitas degustaciones que sobresalen con la
inmensa variedad de mezcales que el autor menciona: papalometl, jabalí,
madrecuishe, cuish, y, el poderoso triqui.
La novela también expone
una gran deficiencia de la burocracia, del desdén de las autoridades hacia el
arte y el patrimonio, en este caso, al arte prehispánico.
Tumba siete, con una prosa fluida y fantástica, es una muestra de que habrá que seguir la narrativa de Sergio Briceño, además de poeta, ahora, novelista.
*Texto leído
por el autor durante la presentación del libro Tumba siete, de Sergio Briceño González.