Ricos y riñas
Terlenka
Lunes 14 de Marzo de 2022 8:09 pm
+ -
No
puedo escribir más allá de lo que soy, de lo que pienso, de mi desgracia y de
mis sueños. Partir de uno mismo para narrar o expresar cualquier idea o
sentimiento no es una decisión: simplemente es así y todo pasa ante mis ojos
como si lo escrito no me perteneciera, como un ser vacío a través del cual es
posible ver sombras; la mente y el cuerpo (que es sólo una extensión de
aquella) son mi personal caverna de Platón. No existe en su interior más que
confusión, distorsión y almas perdidas que andan en busca de su origen. No le
pido a nadie que comprenda algo así, pero al menos me tranquiliza escribir que
quien ha vivido no he sido yo, sino los otros, los piratas que han tomado la
embarcación para izar su estúpida bandera.
Tenía 26 años y una pareja que estaba deseosa de
ofrecerle pan y vino a la vida. Nos encontrábamos a las afueras de Pisa, en una
especie de castillo, una inmensa casa de piedra que disponía de 30
habitaciones. La propietaria era una duquesa aficionada a la equitación. Su
esposo, un científico connotado. Pasamos varias noches allí y comíamos de la
pasta que preparaban los cocineros y bebíamos los vinos que se abrían paso
hasta la mesa desde una oscura bodega. Días antes, en Roma, nos calentábamos el
cuerpo al lado de varios pordioseros que tomaban los botes de basura y prendían
fuego a su contenido; se frotaban las manos y nos abrían un lugar entre sus
cuerpos, ya que apretados entre sí hacían florecer calor en aquel duro invierno
italiano.
Dos semanas después y luego de haber jugado sobre una
cama mullida en Pisa y rodeados de sirvientes, dormíamos en la estación de
trenes en Milán, cuidándonos de que los gendarmes no nos echaran de la sala de
espera en plena madrugada, ni que los crápulas callejeros intentaran robarnos
nuestras bolsas y mochilas. Y así anduvimos meses, algunas puertas se abrían y
otras se cerraban. Jamás tuve envidia de la riqueza, pero apreciaba la
generosidad y la buena suerte. Después mi pareja y yo tuvimos que separarnos durante
el viaje debido a que uno podía encontrar mayores esperanzas de habitación y
hospitalidad vagando a solas: fue un hecho triste.
Las noches en la costa azul francesa se combinaron con
mis noches durmiendo en un parque de Marsella, o en una banca frente a la Gare
de Lyon. No añadiré más; he sido testigo de la riqueza intimidante y de la
pobreza que te astilla los huesos y mastica tu ánimo. La riqueza no me
impresiona, pero deploro a la izquierda exquisita, esa farsa que soporta
representar la justicia para el miserable mientras hace negocios millonarios
desde sus puestos privilegiados.
A los ricos se les llama al orden desde las
instituciones, pero ¿qué hacer con el "pobre" millonario que desde su
puesto público no hace más que impedir la marcha hacia ese cada vez más utópico
bienestar inteligente y equitativo?
Hace unos días me reconvinieron por llamar
"monos" a los participantes de una gresca en el estadio Corregidora
durante un partido de futbol y proponer que los dejaran aniquilarse entre sí.
Me disculpo por no haber llamado "gladiadores" a estas bestias
apasionadas que defendieron su honor, su terruño, su orgullo ante el fiero
enemigo que amenazaba a su familia, a su plaza o no sé qué. Querellas así son
la consecuencia de décadas de penuria económica, educación pública deficiente y
de una fatal concentración de la riqueza.