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Minga, precursora de las cenadurías



Foto Cortesía

Sábado 09 de Abril de 2022 10:37 pm

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DE la década de los años 40 del siglo pasado para acá, se fueron asentando las expresiones populares más características de Villa de Álvarez, como los Festejos Charrotaurinos y el diseño de La Petatera.

A la par y pasado el tiempo se agregaron las paletas, las empanadas y las cenadurías; elementos que, unificados, suman al folclor e identidad de este pueblo que, aunque tiene categoría de ciudad, continúa arraigado a lo que le da raigambre popular, destacando las cenadurías, restaurantes de antojitos o platillos que por su diversidad y sabores, dan denominación de origen a este pueblo colimense de la que fue oriunda su iniciadora, una modesta mujer de origen rural: Dominga Rodríguez López, Minga, la de los sopitos.

Dominga, nació allá por 1913, cuando Villa de Álvarez aún era unas cuantas casas alrededor de la parroquia y del jardín; su padre fue Pablo, un labriego que sufría para dar de comer a la prole y a su mujer, la madre de Minga, Remigia, señora dedicada al hogar y quien, como muchas madres mexicanas, con su preocupación para que ajustaran los centavos, un día se animó a vender guisos, entre cuyos platillos estaban los sopes picados, hechos a mano, esos con bordes a la orilla y al centro, cubiertos con carne molida y bañados con jugo de la misma carne cocida con ajo, sal y cebolla.

Quienes la conocieron, hablan de Minga como una persona callada, tranquila, comedida y cordial, de poca sonrisa; de una mujer dedicada a los hijos, más de 20, entre cuatro adoptados y los suyos; además de una jauría de perros que acogió de las calles y que mantuvo al lado sin descuidar el quehacer de vender cena en la esquina norponiente del jardín, entre Independencia y la que ahora es Martha Dueñas (andador), frente al curato del templo.

Aquel templo con portal hasta 1978-1979, cuando se amplió y remodeló el jardín cerrando las calles; lugar de donde ella no se movió por más de 50 años en los que cada noche deleitó los paladares más exigentes, no solo con sopitos, su especialidad con la salsa de chile de árbol, col, cebolla, rodajas de rábanos, queso seco y la hoja de lechuga, sino también con sopes gordos y tostadas.

En los bancos y sillas de tijera frente a su mesa y las bancas del jardín, las más cercanas, aquellas de cemento y luego de fierro, festivos degustaron los sopitos de Minga, desde familias de visita, como las locales, por puro gusto; jefes de estado y artistas, quienes después de atender sus motivos de visita o su presentación, aprovechaban para disfrutar del delicioso bocadillo preparado con la magia de Minga; desde el nixtamal hasta moler el grano para hacer la masa a metate con un poco de sal y royal, para las varias docenas de sopitos primero cocidos al comal en el fogón de leña y servirlos al gusto, blandos o dorados, fritos en manteca de cerdo, al fuego del bracero con carbón.

En su momento, además de los vecinos, la clase política y la sociedad de antaño reconocieron, supieron valorar y, en parte, corresponder al aporte de Minga a la gastronomía regional y, particularmente al fortalecimiento de la identidad del pueblo villalvarense, al darles arraigo a los sopitos y, con ellos, a la tradición de las cenadurías de Villa de Álvarez, baste recordar que en el oficio le secundaron, entre otras, las señoras Julia Estrada, Juanita y Meche, quienes también iniciaron su venta en torno o cercanas al jardín y de quienes sus descendientes han tenido a bien continuar, mas no así los hijos o nietos de Minga, quienes salvo intentos de alguna de sus nueras, nadie secundó ni aprovechó la fama que sin lugar a dudas con mucho esfuerzo y sacrificio, por décadas de trabajo forjó doña Dominga.

Para reafirmar el reconocimiento social y hasta fama gracias a Minga, cito tres casos de los que aún hay testigos.

Uno, cuando siendo presidente de la república Luis Echeverría, Minga fue llevada exprofeso a la Residencia Oficial de Los Pinos, para brindar su guiso a los invitados del Presidente en cena de gala, probablemente la única colimense que en su condición ha tenido esa experiencia.

El otro, cuando una de sus nietas, víctima congénita de una anomalía acular, un gobernador, Pablo Silva García, de inmediato le auxilió, ayudó económicamente y gestionó la atención especializada a la menor en la Ciudad de México; el último, el de su deceso, ocurrido, según Rocha Silva, Alejandra, el 6 de febrero de 1978, lamentable acontecimiento para el que el empresario Juan Topete y el gobernador de entonces, Arturo Noriega Pizano, corrieron con los gastos funerarios de la entrañable Minga, la de los sopitos.

Noé Guerra Pimentel



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