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Crónica orquestal



Domingo 19 de Junio de 2022 12:00 am

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“Si le gana la emoción, no importa, usted aplauda”
ESTÁ desocupado? No, adelante, puede sentarse… ¿Te parece bien aquí? Mejor hasta la parte de en medio… ¿Viste a fulana? Sí, no creí que le gustara la música clásica, digo, no parece ser de esas personas… ¿Crees que se vayan a tardar con la premiación? Espero que no, muero por escuchar Concierto de Aranjuez en vivo… 
Minutos después, se solicitó al auditorio que silenciaran o apagaran sus teléfonos porque el concierto estaba apunto de iniciar, “se pueden tomar fotos, pero sin flash”. La gente pudo escuchar varios sonidos diferentes y ver esas irradiaciones tan incómodas en la oscuridad. La gran mayoría guardó sus aparatos, pero otros los conservaron en sus manos. 
Cuando salieron los músicos al escenario, se silenciaron los diálogos y los murmullos, y sonaron los aplausos efusivos. Cada músico tomó su respectivo lugar e instrumento. De pie quedó el del contrabajo y allá a lo lejos un trompetista. De pronto, esos sonidos finos del ensayo fugaz para soltar los dedos, pulsar cuerdas o acomodar boquillas para los alientos, fue interrumpido por otra ola de aplausos, ahora para Carlos Virgilio Mendoza, director de la Orquesta Filarmónica del Estado de Colima.
Habían transcurrido apenas unos segundos de que el pianista comenzara a tocar las primeras notas, cuando en la Zona B de la platea, una mujer alta y rubia le preguntó a un joven si podía ocupar el asiento. Por supuesto, le contestó. Ella se acomodó, cruzó la pierna y giró el rostro para mirar hacia la izquierda, como si observara a alguien. El muchacho sintió su mirada fija, casi encima de él, pero trató de concentrarse escuchando la pieza de Cinema Paradiso, en el exquisito diálogo del oboe y el fagot, como una caricia rubicunda.
Al término de la composición de Ennio Morricone, apareció el musicólogo Rogelio Álvarez Meneses, que además de introducir al público sobre la historia y los compositores del repertorio orquestal de esa noche, en particular del Concierto de Aranjuez y su autor, Joaquín Rodrigo, aprovechó para absolver a la gente que aplaude al final de cada movimiento, “si le gana la emoción, no importa, usted aplauda”.
Entre las obras de Tárrega y Mozart, no faltó la irrupción por el ruido de algún celular en más de una ocasión, entre el eco de mensajes y la estridencia de llamadas. Quienes ocupan lugares en la parte trasera, de pronto es complicado ver el escenario con esos focos de luz a diestra y siniestra de los aparatos con los que la gente se obsesiona grabando, al grado que unos vieron el concierto a través del celular. 
Nada importó cuando el momento estelar llegó: el guitarrista Omán Kaminsky apareció en la escena. Una lluvia de aplausos. Se acomodó en su silla, la guitarra, miró al hombre de la batuta y sonaron los primeros acordes del Allegro con spirito. La rubia alta de la Zona B comenzó a mover su brazo emulando a Virgilio Mendoza que crecía como un gigante en el telón de fondo de la concha acústica, con las luces y reflejos del video mapping. 
En el Adagio, ese movimiento donde el arpegio registra los tonos más graves de la guitarra y se ralentizan, como si el músico estuviera apunto de hundir la madera con la yema de sus dedos, para luego continuar con los arpegios sostenidos, de repente se eleva en una danza alífera sobre el angosto pero alargado entarimado, subían y bajaban prestos sobre el brazo de madera con cuerdas, los dedos de la mano izquierda de Omán Kaminsky. 
De pronto se cerraban y abrían extendidos como un corazón latente, en un silencio y un estruendo. Rasgueo, silencio y estruendo… Rasgueo, silencio, y el estruendo final como la cumbre filarmónica de todos los instrumentos de la orquesta… el embeleso de la noche.  
Antes de que comenzara el Allegro gentile, el auditorio, fiel a la recomendación del musicólogo, inundó en aplausos el Teatro Universitario. Así fue la noche del primer sábado de junio, donde al final del repertorio orquestal, la rubia alta salió de la mano con su vecino de butaca.

Julio César ZAMORA VELASCO



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