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Hernán Cortés ¿dónde?



Domingo 21 de Agosto de 2022 8:00 am

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EN la víspera conmemorativa de la definitiva caída de Tenochtitlan (13 de agosto de 1521), volví a visitar la tumba de Hernán Cortés de Monroy y Pizarro Altamirano, símbolo que, para mí, representa el mayor enigma del conquistador, dado su trasiego. Aquí, unos apuntes. 
Sucede que durante casi 2 siglos sus restos se dieron por desaparecidos. Se habló de pérdida definitiva, especulaciones, lo que sí es que, a más 500 años del arribo del extremeño a estas tierras, la ubicación de su tumba, para la gran mayoría, es desconocida. Fue ocultada para protegerla de los prejuicios de la ignorancia, favorecidos por la artera manipulación de la historia.
Vamos al antecedente. En 1541 Cortés regresó a su tierra con planes de regresar a esperar acá su último día; sin embargo, el 2 de diciembre de 1547, harán ya 475 años, víctima de disentería, la muerte lo alcanzó en Castilleja de la Cuesta, cerca de Sevilla, y sus restos fueron sepultados en el cercano monasterio de San Isidoro del Campo. En 1566, la familia acordó que los restos de su ancestro fueran traídos a Nueva España para enterrarlos junto a una de sus hijas en la iglesia de San Francisco de Texcoco.
A la muerte del último descendiente, Pedro Cortés, en 1629, el cuerpo del capitán general otra vez fue exhumado para llevarlo al convento de San Francisco, en la Ciudad de México, siendo depositado en un nicho atrás del sagrario. En 1716, con la remodelación del edificio, nuevamente fue reubicado, ahora en la parte posterior del retablo mayor. Más tarde, en 1794, por órdenes del virrey Juan Vicente de Güemes, cumpliendo el testamento del interfecto, dispuso que se reasentara en la iglesia de Jesús de Nazareno, aledaña al hospital del mismo nombre, ambas edificaciones mandadas construir por Cortés en 1524.
En 1823, tras la guerra civil novohispana y ante el riesgo, Lucas Alamán intercedió para evitar que los despojos del patricio sucumbieran al vandalismo, al tiempo difundió que se habían enviado a Europa, cuando él ya los había ocultado, primero, bajo una tarima del Hospital de Jesús (sitio donde Cortés y Moctezuma se entrevistaron por primera vez el 8 de noviembre de 1519), y, en 1841, los resguardó en la contigua Iglesia de La Purísima Concepción y Jesús Nazareno. Ese asiento quedó en secreto hasta 1843, cuando el mismo Alamán, para evitar que se perdiera en el olvido su paradero, dio a resguardo el acta del encubierto sepulcro a la embajada de España.
Muchos embajadores pasaron por ahí en 200 años, entre conservadores, liberales y republicanos, y el documento nunca salió de la caja diplomática. Cortés ya hacía mucho que de la estigmatización y el tabú había pasado al casi olvido, tanto que nadie se acordaba de su tumba, hasta que en 1946, un diplomático del gobierno republicano filtró copia del velado testimonio de Alamán. El 28 de noviembre de aquel año las reliquias fueron identificadas. El hallazgo desencadenó viejos odios y nuevos demonios. Hubo quien exigió que esos restos fueran vejados públicamente, echados al mar, etcétera.
Ante ello, el entonces presidente del PSOE, Indalecio Prieto, exiliado en México y conocedor del tema, reveló la historia secreta y pidió la reconciliación, cerrando con una frase que movió las conciencias y calmó los ánimos: “México es el único país de América donde no ha muerto el rencor de la conquista.” Así, desde 1947, luego de 4 siglos de cambios, finalmente reposan resguardados e intocados sus restos a un costado del altar parroquial, lugar discreto que, desde 2019, con la pandemia del Covid, aplica estrictas medidas de ingreso ahí, entre Pino Suarez y 20 de noviembre, sobre República de El Salvador, en el centro de la capital. 
El osario no está a la vista, tampoco hay señalización. Para ubicarlo hay que llegar frente al altar y ahí, a la izquierda, a unos 2 metros del piso, adosada al muro, se distingue por una placa con marco dorado en fondo rojo rematado con el escudo de armas del conquistador y bajo éste, la inscripción: Hernán-Cortés/1485-1547, tras la cual está el nicho que alberga los históricos restos mortales de este hombre que hace medio milenio cambió la historia del mundo.

NOÉ GUERRA PIMENTEL



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