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Elogio a la soledad



Raúl García

Jueves 01 de Septiembre de 2022 9:13 pm

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En soledad, dice Cioran, las lágrimas son más ardientes. Y agrego: la desesperación se eleva al grado de las ideas con olor a sangre, no hay melodía que parezca rezo o confesión ni poesía que remedie la situación. Estás, como suele decirse, en el vacío de la palabra, en un presente que parece eterno y es devorado por un hoyo negro. No hay amigos, no hay apariencias, sólo sombras y angustias fantasmagóricas. En soledad, el fuego del sufrimiento adquiere otro matiz y la experiencia se eleva al grado de lo real puro, lo que Lacan llama ‘realidad’. ¿Qué demonios importa la cuestión sobre el sentido último de la vida? Te das cuenta que lo esencial se sintetiza en dos preguntas muy simples: ¿Cómo soportar tales estados? ¿Cómo imponerse ante el infierno que presenta la existencia? La respuesta está en el túnel; es decir, en el deber categórico de permanecer solo, de resistir toda tentación por encontrar una salida y buscar la templanza aún en esos momentos donde no parece haberla. Es menester el rechazo al otro y todo tipo de conveniencias sociales, pues jamás comprobarás qué tanto puedes resistir si no llevas tu soledad al culmen, si no la tensas intencionalmente al grado de: o hacerte pedazos o reconfigurarte.

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La soledad es una afirmación ante la nadidad de la existencia.

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¿Por qué habría de rechazar mi condición de paria, de lobo estepario? Hay que aceptar las condiciones de la existencia tal y como estas se presentan, asimilarlas, saber afirmarse. ¿No es esto acaso un deber, un imperativo? Estoy obligado a asumir mi soledad, vivir en perpetuo diálogo conmigo mismo, orgulloso de poder tolerar noches que a otros llevarían a la locura o al suicidio. Para mí eso representa -más o menos- un acto de heroísmo: vivir frente a la imposibilidad, saberte, en suma, desgarradoramente solo.

 

Creo que la soledad es un compromiso ético más allá de un estado negativo. No, no con el otro, el otro yace muerto; con uno mismo, que, en cierto sentido, es también un otro. Por lo tanto, una relación de responsabilidad con uno mismo.

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También es una elección, un método, un estilo de comportamiento que llama a la mesura y el refinamiento… una estética, un goce sublime del ser en sí y para sí. Sólo siento admiración por los nómadas del desierto.

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Una mirada a través de una ventana acabada en la nada. Pero no es cualquier nada, es una nada sonriente, pletórica, iridiscente que, más que a la desesperanza, invita al sosiego: una nada sosegada.

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Terriblemente hermoso, es llegar a casa derrotado. Enciendo las luces del pasillo que antecede las escaleras y, ¡ah!, ese momento, ese instante de encuentro entre ellas y yo. Vivo en un segundo piso, así que la experiencia no ha de rebasar el minuto, pero, en ese fragmento atómico del tiempo en el que dejo caer mis pies, peldaño tras peldaño, al compás de un ruido vacío, producto del confrontamiento entre mis pies y el cemento, que se aleja conforme avanzo y que desaparece en mi entrada triunfal a esta buhardilla; en ese periquete, se me revela una verdad sustancial, tal vez la única que importe: estoy irremediablemente solo.

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Hoy en día, ante esta especie de clonación social, la soledad representa un triunfo del espíritu sobre el espíritu, una dominación del ser, una resistencia legítima ante la política de las apariencias; una verdad no apta para cualquiera, mucho menos comprensible.


 

Raúl García



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