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La malinche, nuestra negada madre



Domingo 04 de Septiembre de 2022 8:43 am

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LA reducción de la vida de la Malinche al papel de traidora cada vez resulta más insostenible para los pueblos originarios. Esa es una ideología que no quiere ver la complejidad histórica que aún se debate. Sobre su origen hay datos dispersos, los que coinciden afirman que nació al final del siglo XV. Su nombre, Malintzin o Malinalli, quien vivió su niñez en el sureste del actual territorio mexicano, cerca de lo que ahora es Coatzacoalcos.
Según Bernal Díaz, a Malinalli le correspondía ser heredera como hija de un cacique local que falleció cuando ella era niña, legado que se frustró con el amancebamiento de su madre con otro jefe, y al procrear con este a un varón. El conflicto patrimonial se resolvió contra ella. Así, la menor fue regalada a unos nativos nómadas, poco después corrió el rumor de su muerte. Meses más tarde la niña, ya sin pasado ni identidad, era vendida como esclava en Xicalango, actual Tabasco, para luego caer en manos de un cacique de la región.
Ser calificado como “malinchista” incomoda a quienes sabemos que es sinónimo de traidor. La RAE define el concepto como “apego a lo extranjero con menosprecio a lo propio”, el Diccionario de Mexicanismos de la Lengua lo reduce a “un complejo de apego por lo extranjero”. La idea del malinchismo deviene de una mujer conocida como “Malinche”, quien, contra voluntad, pasó de heredera a esclava y, de ahí, a intérprete, consejera y amante de Cortés. No obstante, su preponderante presencia histórica ha sido reducida a la pueril figura de la traición, principalmente por la narrativa tradicional. Malinche, como culpa original de las desgracias mexicanas.
Hernán Cortés había emprendido su campaña cuando se enfrentó y venció a los mayas de la región de Tabasco. Uno de los caciques le hizo varios regalos, entre ellos, a una veintena de mujeres entre las que estaba Malintzin. Cortés logró el sometimiento de este ilimitado territorio para la corona española en 1521. Como en ese tiempo era aceptado el concubinato, pero solo con mujeres bautizadas, Malintzin recibió la fe católica con el nombre de Marina. Bajo la fe católica, Cortés inicialmente la entregó al capitán Alfonso Hernández, pero al descubrir su valía como intérprete de lenguas nativas, la hizo su amasia cuando ella tendría unos 15 años de edad.
En el traslado a Tenochtitlan y sus negociaciones, Marina se encumbró. Los documentos gráficos la presentan en un lugar predominante entre los expedicionarios: “Doña Marina tenía mucho ser y mandaba absolutamente entre los indios. Sin Marina no podíamos entender la lengua de Nueva España”, escribió Díaz del Castillo, quien la veía como “entrometida y desenvuelta”, cuando le reconoce el entendimiento intercultural, recurso sin el cual todo pudo haber sido más violento. Su variolingüismo la ubicó en un lugar privilegiado, pero también como la cara de Cortés en la interpolación que podía tener con las tribus nativas.
El pueblo nativo de Malintzin era tributario de los mexicas, cuyos gobernantes imponían duros gravámenes. Cortés leyó el malestar contra los opresores de la triple alianza y sacó ventaja. La deuda fue el motor que impulsó su sometimiento y el nacimiento de la economía moderna. A Malinche se le atribuye haber usado sus conocimientos de las lenguas, cultura e idiosincrasia locales para poner los dados a favor del conquistador. Particularmente se le culpa por una de las grandes matanzas, la de Cholula, y se le atribuye el descubrimiento de la conspiración.
Tras la conquista, Cortés se reunió con su esposa, y Marina quedó de lado con su hijo Martín Cortés, el primer mestizo conocido con nombre y apellido. En El laberinto de la soledad, Paz, la ilustra como la “chingada”, expresión peyorativa del mexicano. “Si la chingada es una representación de la madre violada, no me parece forzado asociarla a la conquista, que fue también una violación, no solamente en el sentido histórico, sino en la carne misma de las indias”. Esa es la suerte que corrió Malinche, a quien Cortés olvidó. No así el imaginario mexicano, que, implacable, la refiere como como traidora y, guste o no, aunque callado, como la madre de nuestro origen mestizo.

NOÉ GUERRA PIMENTEL



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