Relámpagos en el horizonte
Domingo 09 de Octubre de 2022 7:49 am
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Presentación del libro Relámpagos en el horizonte,
de Gerardo González.
HAY QUE CERRAR
La clave para entender la estrategia está aquí: “escuchaba las historias que las bailarinas le contaban a mi padre. De sus sueños de estudiar una carrera, de sus hijos, de sus trabajos anteriores, de sus ganas de tener una casa y un marido rico”.
Porque el relámpago, con su breve luz, ilumina rincones en los que apenas vemos algo, una insinuación, y deja al resto de nuestra mente la interpretación de lo que ha ocurrido, de lo que hemos visto durante ese destello, durante ese fulgor.
Los relatos son también eso: destellos, atisbos, acercamientos al alma de los personajes: son historias que se desgranan de a poco, en capas, hasta que la esencia del personaje queda flotando en el aire y nos remite a alguna escena similar ubicada en nuestro pasado.
DESTELLOS EN EL MAR
Las intros, las presentaciones de los personajes son visuales. Mucho. Los argumentos son como “el estallido de un rayo”. En 11 renglones o menos ya han ocurrido secuencias de acciones que colocan a quien lee en escena. El cuento utiliza recursos casi cinematográficos. El nerviosismo puñetero del chico en la historia resulta familiar cuando se contrasta con el hombre que, incólume, le arroja una cajetilla de cigarros en un par de ocasiones. Luego de esto, de preparar el terreno, vendrá el final. Y como relámpago inesperado cae esta frase: “Miró al hombre perderse en la playa iluminado por un relámpago” que es, posiblemente, otra pauta como los hoteles que parecen repetirse como escenarios en el libro: relampagueantes, concisos, iluminadores respecto a las historias que ocurren en ellos.
NADIE NOS HARÁ DAÑO
“El frío. El miedo. El motor de un auto en la calle. Laura mira por la ventana. Un suspiro agarrado a la garganta. La recámara ordenada, el clóset cerrado. La foto de bodas en su buró con el cristal brillando por la sonrisa de hace 8 años. Punzadas en las sienes. Las pastillas para el dolor. Un vaso de agua que no alcanza a acomodarse entre sus labios. Los clínex para los escurrimientos. Otro motor en la calle. Otra vuelta a la ventana. La certeza de que Roberto vendrá borracho como todos los domingos. Un temblor en el cuerpo”. La enumeración, casi acotación como estrategia descriptiva, sugiere a quien lee el texto no solo una economía del lenguaje, sino un planteamiento narrativo en el que se apela a la enciclopedia personal, al imaginario colectivo, en que los espacios y objetos representados nuevamente inciden en el desarrollo de la historia de la diégesis al interior del cuento.
Establecer este orden implica, por tanto, que el dispenso de las acciones resulte integrado en este mismo continuum, en un devenir transitorio, en un progreso aliterado de las secuencias discursivas que hemos visto.
Segundo relato en el que hay un borracho, en Nadie nos hará daño tenemos la relación de Roberto y Laura descrita con esta técnica, la de la enumeración-descripción: “Él la mira molesto y arrastra los pasos hasta el comedor. Grita pidiendo comida. Ella pone el pollo en el microondas, no sabe por qué siempre habla a gritos cuando viene borracho”. La violencia con que Roberto la trata es atestiguada por la hija de ambos, hasta que “toma su bolsa, a la niña, y sale a la calle”. La secuencia es también una forma de ilustrar los hechos violentos así como el intento de golpiza descrito y conjurado mediante un empellón, desde una perspectiva narratológica correspondiente a la primera persona, la de la niña.
La secuencia testimonial se alterna con el punto de vista de la hija de la pareja, sin embargo, el escenario se complica cuando Patricia interviene en la historia con argumentos y sentencias integradas en la secuencia antes comentada.
AMANECER
Las experiencias de las y los personajes que intervienen en las historias compiladas por Gerardo en este volumen no solo se desarrollan en escenarios y espacios que podemos encontrar en cualquier parte del país, sino que las referencias orográficas son establecidas discretamente: “cuando iba a mitad del camino me dijo que quería ir a La Cumbre. Cuando le pregunté para qué, contestó que necesitaba aire fresco y quería ver la ciudad desde el cerro”. Así, cuando referencia a La Cumbre, el cerro ubicado en Colima por la carretera que lleva a Jiquilpan, aclara luego que es una elevación desde la cual se ve la cabecera estatal.
*El presente artículo es solo un fragmento del texto de David Chávez.