Nueve relámpagos en el horizonte
David Chávez
Viernes 14 de Octubre de 2022 9:51 pm
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Relámpagos
en el horizonte, de
Gerardo González
Contar historias a sorbos.
Son nueve los relatos que conforman este
libro. Cuentos, relatos, narraciones, textos.
HAY
QUE CERRAR
La clave para entender la estrategia está
aquí: “escuchaba las historias que las bailarinas le contaba a mi padre. De sus
sueños de estudiar una carrera, de sus hijos, de sus trabajos anteriores, de
sus ganas de tener una casa y un marido rico”.
Porque el relámpago, con su breve luz, ilumina
rincones en los que apenas vemos algo, una insinuación, y deja al resto de
nuestra mente la interpretación de lo que ha ocurrido, de lo que hemos visto
durante ese destello, durante ese fulgor.
Los relatos son también eso: destellos,
atisbos, acercamientos al alma de los personajes: son historias que se
desgranan de a poco, en capas, hasta que la esencia del personaje queda
flotando en el aire y nos remite a alguna escena similar ubicada en nuestro
pasado.
DESTELLOS
EN EL MAR
Las intros, las presentaciones de los
personajes son visuales. Mucho. Los argumentos son como “el estallido de un
rayo”. En once renglones o menos ya han ocurrido secuencias de acciones que
colocan a quien lee en escena. El cuento utiliza recursos casi
cinematográficos. El nerviosismo puñetero del chico en la historia resulta
familiar cuando se contrasta con el hombre que, incólume, le arroja una
cajetilla de cigarros en un par de ocasiones. Luego de esto, de preparar el
terreno, vendrá el final. Y como relámpago inesperado cae esta frase: “Miró al
hombre perderse en la playa iluminado por un relámpago” que es, posiblemente,
otra pauta como los hoteles que parecen repetirse como escenarios en el libro:
relampagueantes, concisos, iluminadores respecto a las historias que ocurren en
ellas.
NADIE
NOS HARÁ DAÑO
“El frío. El miedo. El motor de un auto en
la calle. Laura mira por la ventana. Un suspiro agarrado a la garganta. La
recámara ordenada, el clóset cerrado. La foto de bodas en su buró con el
cristal brillando por la sonrisa de hace ocho años. Punzadas en las sienes. Las
pastillas para el dolor. Un vaso de agua que no alcanza a acomodarse entre sus
labios. Los clínex para los escurrimientos. Otro motor en la calle. Otra vuelta
a la ventana. La certeza de que Roberto vendrá borracho como todos los
domingos. Un temblor en el cuerpo”. La enumeración casi acotación como
estrategia descriptiva sugiera a quien lee el texto no solo una economía del
lenguaje, sino un planteamiento narrativo en el que se apela a la enciclopedia
personal, al imaginario colectivo, en que los espacios y objetos representados
nuevamente inciden en el desarrollo de la historia de la diégesis al interior
del cuento.
Establecer este orden implica, por tanto,
que el dispenso de las acciones resulte integrado en este mismo continuum, en
un devenir transitorio, en un progreso aliterado de las secuencias discursivas
que hemos visto.
Segundo relato en el que hay un borracho,
en Nadie nos hará daño tenemos la relación de Roberto y Laura descrita con esta
técnica, la de la enumeración-descripción: “Él la mira molesto y arrastra los
pasos hasta el comedor. Grita pidiendo comida. Ella pone el pollo en el
microondas, no sabe por qué siempre habla a gritos cuando viene borracho”. La
violencia con que Roberto la trata es atestiguada por la hija de ambos, hasta
que “toma su bolsa, a la niña y sale a la calle”. La secuencia es también una
forma de ilustrar los hechos violentos así como el intento de putiza descrito y
conjurado mediante un empellón, desde una perspectiva narratológica
correspondiente a la primera persona, a la de la niña.
La secuencia testimonial se alterna con el
punto de vista de la hija de la pareja, hecho que permite a quien lo lea a los
acontecimientos y razones de ambos personajes en la diatriba. Sin embargo, el
escenario se complica cuando Patricia interviene en la historia con argumentos
y sentencias integradas en la secuencia antes comentada.
AMANECER
Las experiencias de las y los personajes
que intervienen en las historias compiladas por Gerardo en este volumen no solo
se desarrollan en escenarios y espacios que podemos encontrar en cualquier
parte del país, sino que las referencias orográficas son establecidas
discretamente: “cuando iba a mitad del camino me dijo que quería ir a La
Cumbre. Cuando le pregunté para qué, contestó que necesitaba aire fresco y
quería ver la ciudad desde el cerro”. Así, cuando referencia a La Cumbre, el
cerro ubicado en Colima por la carretera que lleva a Jiquilpan, aclara luego
que es una elevación desde la cual se ve la cabecera estatal.
Las revelaciones que hacen los personajes
también repercuten en la interpretación del texto y en su lectura puesto que,
en un acumulado de pequeñas acciones y confesiones como la descripción de las
nalgas de una de las personajes, el destello que revela de tajo la transición
del desarrollo al desenlace aparece como el fogonazo de un disparo en la
historia. Espóileres aparte, el momento más álgido en el relato supone un
contraste entre las acciones de la pareja protagonista y los personajes incidentales.
Un cruce y giro inesperado que percute en la comprensión de los hechos y
radicaliza, al tiempo que incide en la velocidad de la narración, permite el
efecto de difuminación con que concluye.
ÚLTIMA
MIRADA AL RÍO
Los recuerdos que acuden a la memoria de
la protagonista lo hacen de forma tímida, como las miradas del par de rucos en
el camión esperando a que la chica se decida a bajar para verle el culo. Como
chigüilines: esa especie de pez endémico de Coquimatlán y que habita en Los
Amiales, posible escenario que presenta el texto. O asumen la forma de Garra
Rufa, otra especie que se alimenta de la piel muerta, sobre todo la de los
pies. Breves, concisos, rápidos, ágiles, los recuerdos secuencian también las
acciones de la protagonista que nos devela la confusión, sus recuerdos, su
historia. Los saltos al pasado y al presente ocurren en el relato, en lo que la
voz narrativa expone pero también se dan en el tiempo en que las historias se
entrecruzan: una ráfaga de imágenes se despliega alrededor de la protagonista y
de quienes leemos este cuento. La última mirada de la mujer es al río y,
metatextual, paratextualmente, la nuestra también. Este mecanismo paraliterario
es un recurso que sorprende por lo inesperada de su ubicación y el efecto que
produce en quien se acerque a este texto al interiorizar y apropiarnos de ella
al mismo tiempo.
CUENTA
REGRESIVA
El sexto cuento es precisamente el
planteamiento del uso de los flashbacks como estructura para narrar las
acciones. Los cinco destellos en que se divide están separados por una elipsis
bien lograda, escenas breves en las que la historia es contada a manera de
respuesta, de soliloquio por el protagonista metido a soldado o soldado metido
a protagonista.
En sí, resume y establece un estilo y
forma de narrar que Gerardo establece desde el título del libro. Los cinco
episodios también aturden, retumban e iluminan una realidad en nuestro país que
muchas de las veces desconocemos… o preferimos ignorar.
Cuenta regresiva es también un
recordatorio de la forma en que nos vinculamos también como integrantes de una
sociedad en que la violencia y el narcotráfico se han establecido como un
cotidiano en pueblos y ciudades.
RUIDOS
Es el séptimo cuento. El quinto relato en
el que aparece una relación de pareja. El tercero en donde las acciones se
desarrollan en un hotel. El segundo donde la diferencia de edades determina el
rumbo de la historia. El primero en que el estilo de Raymond Carver se pasea
por entre sus renglones. También tiene olores que recuerdan a American beauty
de Sam Mendes. El tono y la historia cambian a partir de este momento y los
muchos que se registran. Suenan también a una tormenta en la lejanía, una que
ha pasado ya como sucede también con la pareja que protagoniza Ruidos.
Entre el tumulto de pensamientos, de
reacciones a las relaciones entre ellos, las y los personajes comienzan a
establecer dinámicas de interacción social que promueven el temor a reconocer
lo que por dentro han establecido: la soledad, la dependencia, la
independencia, la madurez, incluso hasta las ganas de coger. O de no coger.
UNA
RATA
Ratas, erratas: dos en la página 56, una
en la 57, otra en la 58 y dos en la 59. Como a la protagonista del cuento,
también dan ganas de hacer algo. Sin embargo y pese a lo anterior, Ratas transmite
esa sensación de hastío, de empatía con la protagonista. Éste relato no solo es
escenario del desaliento entre una pareja (la sexta), sino de la cada día más
borrosa clase media. Es testimonio de los estragos en la economía, de un
estatus que desaparece poco a poco como la convivencia familiar, las cenas en
restaurantes, leer revistas de moda. Y también es un recordatorio de que las
cosas deben cambiar, que las cosas y dinámicas sociales cambian también como
debe hacerse ante los temporales. Ante las lluvias. Aunque ningún rayo,
heracliteanamente, pueda bañarse dos veces en un mismo río o sea capaz de caer
dos veces en el mismo lugar. Aunque pudiera tomar un avión y dejarse caer
nuevamente, ese rayo, ese relámpago, deja de ser él mismo a cada momento tal
como nosotros, como nuestra sociedad. Por ello comprendemos a la protagonista,
quien busca cortar de tajo con aquello que interiormente le molesta aunque no
logre verbalizarlo.
El efecto cinematográfico que Gerardo
imprime a este relato es también clave en su interpretación. El suspense que
lectoras y lectores detecten sin poder ayudar a la protagonista de la historia
no le resta mérito, al contrario: provoca una sensación de impotencia a la vez
que compenetramos con ella de algún modo no solo por la decisión que toma, sino
por el sentimiento que la corroe por dentro precisamente como una pinche y
jodida rata a las raíces de una planta.
LO
QUE DESEAS ESCUCHAR
Con destellos, vínculos y referencias a
jugadores de la liga mexicana de futbol, niños vestidos de superhéroes
cascarean mientras el narrador goleador nos relata sus hazañas. Relato
entrañable, desestabiliza los clichés en cuanto a los tonos, matices y colores
de voces que cualquier lector haya tenido en un texto en el que aparecen niños.
De vuelta al texto (lo que sí deseas
escuchar): el final es también una declaratoria, un final que confiere a
Relámpagos en el horizonte una circularidad y redondez como una pelota, como el
balón con que se
juega en este último cuento pues comienza
con el relato de un hijo y termina con el de otro. Si tomamos en cuenta la
estrategia, las historias relampagueantes, le propongo entonces a quien los lea
que intente determinar cuál de los hijos fue primero, cuál de las parejas se
relaciona con alguna otra y, sobre todo, que pueda responder a la interrogante
de si un rayo, como un relámpago, puede caer dos veces en uno de estos cuentos