La historia de “Las Patronas”, un grupo de mujeres de Veracruz que ayudan y dan alimentos a migrantes que pasan en el tren
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Sábado 04 de Marzo de 2023 7:26 pm
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Las Patronas es un grupo de mujeres
voluntarias de la comunidad La Patrona, en la localidad de Guadalupe, La
Patrona, del municipio de Amatlán de los Reyes, Veracruz, que desde 1994 dan
alimentos y asistencia a migrantes en su paso por Veracruz; principalmente en
las vías del tren, conocido como La
Bestia, donde lanzan víveres a los migrantes. Su trayectoria en la
asistencia y defensa de derechos de los migrantes les ha merecido
reconocimientos varios, tales como el Premio Nacional de Derechos Humanos 2013,
y el Premio Nacional de Derechos Humanos “Sergio Méndez Arceo 2013”.
En agosto de
2015 fueron nominadas al Premio Princesa de Asturias de la Concordia, después
de la campaña en change.org que logró reunir más de 50 mil firmas de apoyo
Desde hace 28
años, las Patronas de Veracruz, ayudan y lanzan comida a migrantes que viajan
en trenes, en busca de cruzar México y llegar a buscar, en la mayoría de los
casos, una mejor vida.
Con la vista
en el horizonte, atentas al rugido de La
Bestia, Las Patronas desafían
aquella imponente estructura de acero, listas para regalar esperanza, comida
que alimente cuerpos y almas.
El 14 de
febrero se cumplieron 28 años de que Bernarda y Rosa dieran un giro no sólo a
la vida familiar de los Romero Vázquez sino a la de su comunidad.
Entre vías
ferroviarias, con pan y un par de cajas de leche comenzó a tejerse una
iniciativa de resiliencia y solidaridad.
Un grupo de
mujeres de la zona central montañosa de Guadalupe (La Patrona), Veracruz,
entrelazarían entonces su propósito a los migrantes centroamericanos que
galopan La Bestia en busca de un mejor futuro.
“Mis hermanas
salieron por pan y leche para el desayuno, cuando venían de regreso se toparon
con el tren, el maquinista por alguna razón bajó mucho la velocidad. Los
migrantes se asomaron, les dijeron que tenían hambre, que les regalaran su pan,
ellas les dieron todo sin dudar”, detalla Norma Romero, coordinadora del grupo.
Leonila
Vázquez, madre de 12 hijos, ha dedicado 28 de sus 88 años a alimentar
migrantes.
Al enterarse
de lo acontecido con sus hijas comenzó inmediatamente a planear la primera
entrega de comida para el día siguiente.
“Hasta ese
día, pensábamos que en el tren iban jóvenes mexicanos que se subían porque era
un transporte que nadie les cobraba. Cuando nos dimos cuenta de que eran
migrantes y tenían hambre, empezamos a organizarnos con 30 porciones de comida,
en ese entonces la canasta básica era barata, comprábamos huevito, frijolitos y
arroz, ese día hicimos 30 lonches”, recuerda Norma.
“Cuando nos decían: ‘gracias, madre que Dios te bendiga’, sentimos algo que desconocíamos. Mucha gente nos veía y parecía que ni existíamos, en cambio los migrantes, cuando salimos a dar de comer, nos daban un abrazo con el alma”.
Endulzar un propósito
Su historia y
sostén se cuentan entre cañas de azúcar que susurran al son del viento, desde
la tierra hasta el ingenio azucarero.
“Mi madre
siempre ha sido mujer de campo dedicada a la caña, ella me enseñó el trabajo de
campo. Somos una cadena de ayuda, desde cortadores, alzadoras, choferes hasta
empresarios y obreros en los ingenios. Yo le digo a mis compañeras que le echen
ganas porque de ahí damos de comer a estas familias.
“Empezamos a
cocinar con nuestro dinero; después, a recoger fruta -porque tenemos la
bendición de que en esta tierra todo se da- y luego mi madre empezó a tocar
puertas en el mercado y la gente empezó a ayudar”, recuerda Norma.
Los
documentalistas arribados a bordo del tren, desde Sudamérica, fueron el
siguiente eslabón en la cadena de difusión.
En 2004, Las
Patronas aparecieron en pantalla por vez primera.
“Cuando nos
vieron repartiendo la comida, decidieron bajarse a hablar con nosotras. Les
dijimos que no estábamos haciendo nada más que dar comida y agua”, recuerda la
coordinadora.
Así fue como
la red de apoyo creció y sus artífices ya no se limitaron a repartir comida a
pie de vía: en 2009 comenzaron a ofrecer un espacio de descanso, que tres años
más tarde y gracias a las mejoras se convertiría en un albergue.
Comida
y bendición
El Salvador,
Honduras y Guatemala son los principales orígenes de aquellos desplazados a
causa de la pobreza, inseguridad alimentaria y violencia que deciden abordar el
“tren de la muerte”.
En 2022 las
autoridades migratorias registraron 445 mil migrantes en situación irregular en
el país, 44 por ciento más que el año anterior.
Desde que
salen de su país son presa fácil, todos quieren aprovecharse de ellos, muchos
han vivido secuestros, otros se caen del tren y se mutilan.
Nadie emigra
por gusto, todos emigran por necesidad, reconoce Norma.
“Cuando
iniciamos nos dijeron que estábamos locas, que no sabíamos a quién ayudábamos,
que eran delincuentes, pero nosotros vimos su necesidad, no nos importó si eran
buenos o malos.
“También
cuestionaban a nuestros esposos porque estábamos con una bola de hombres, pero
les platicamos las historias tan difíciles que escuchábamos, vieron nuestro
trabajo y decidieron caminar con nosotros”, afirma la coordinadora.
Virginia
Sánchez se unió al grupo hace seis años, la sazón de su propia historia impulsa
su labor humanitaria. Su hijo salió del pueblo a los 18 años por falta de
oportunidades.
“Finalmente
también es migrante, por eso decidí dejar toda la amargura en casa y darles mi
corazón a las personas que pasan por aquí, en cada muchacho veo el reflejo de
mi hijo.
“Cuando hago
los alimentos, así sean frijolitos, les pongo mi corazón para que sepan
sabrosos. Vienen sufriendo y cuando llegan aquí sé que por lo menos ya no van a
ir con hambre”, relata Vicky.
Desde hace 18
años, los 365 días, de 10:30 a 21:30, Julia Ramírez Rojas alimenta y cobija
sueños ajenos.
“Una vez el
tren se paró frente a mi casa y un muchacho tocó a mi puerta pidiendo comida.
Mientras mi esposo platicaba con él, yo le hacía sus taquitos; cuando terminó,
vinieron más, pero él se quedó y se acercó a pedirme un favor. Me dijo que
quería que le diera la bendición, como una madre. Lo comencé a persignar y
sentí que era mi único hijo que se iba para Estados Unidos, le dije 'que Dios
lo bendiga y que la Virgen lo cuide', lo abracé. Esa es mi más grande
motivación para estar aquí”, afirma la encargada del albergue.
Aprender
“sobre la marcha”
Más de una
vez Las Patronas han sido cuestionadas sobre la legalidad de su labor.
Sobreponiendo
la esperanza al miedo, la educación resultó su mejor arma de defensa.
“Nos decían
que eran ilegales y que nosotros estábamos cometiendo delitos. Tuvimos que
aprender de redes sociales, derechos humanos, ir a universidades. Batallamos
mucho con el machismo, a veces los hombres no nos dejan avanzar, pero como
mujeres debemos tener mucha fuerza de voluntad”.
“Alguien me
preguntaba en las vías si creía que iba a cambiar las cosas haciendo lo que
hago y yo creo que sí, me he dado cuenta de que ha habido muchos cambios.
Siempre tenemos que levantarnos y el camino ha sido difícil, pero no nos tumba”,
concluye Norma.