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Desde la ventana de los recuerdos: ¡Con los pies!



Domingo 02 de Abril de 2023 8:35 am

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NO hace mucho oí la discusión apasionada entre cinco jóvenes, cuatro sobrinos y mi hijo. Cada cual presumía lo bueno que era para conquistar mujeres, y yo me reía de buena gana cuando hablaban de la efectividad de sus estrategias. Los interrumpí:
—No cabe duda de que están bien jodidos, son novatos e ineficaces— les dije.
—¿A poco usted fue muy maldito para eso de enamorar mujeres?— me preguntó un sobrino.
Yo, con soberbia y señorío, le respondí:
—¿Alguien de ustedes sería capaz de enamorar a una mujer con las patas?
—¡No manche!— me dijo otro sobrino.
—¡No mancho!, así fue y ahí les va la historia, sólo para que aprendan cuál es la calidad de la melcocha:
“Trascurría el año de 1971, yo apenas tenía 17 abriles, estaba tan tiernito que hasta se me encajaba la uña, como a las calabacitas tiernas. Había ingresado a estudiar para profesor en la Normal Rural de Ataquiza, Jalisco, que se encuentra ubicada entre Ocotlán y Guadalajara. Con alguna frecuencia venía a mi casa en Cuauhtémoc y, cuando eso ocurría, regularmente regresaba a la escuela en los autobuses de occidente, que eran los que más cubrían la ruta Colima-Guadalajara. Los autobuses llegaban siempre a Ciudad Guzmán, donde hacían una parada técnica de alrededor de media hora, estacionándose frente al portal del oriente, en el centro de esa bella ciudad; ahí bajaba y subía pasaje.
“Esa ocasión iba casi solo, 10-12 pasajeros a lo mucho, salimos de Colima y dos de ellos viajaron a Guzmán; pero ahí subieron siete pasajeros, entre ellos un señor, ya de cierta edad, acompañado de una hermosísima joven, que me di cuenta de que era su hija, cuando ella le dijo: ‘sentémonos aquí, papá’, justamente adelante de donde yo iba solo en el asiento.
“Luego uno ve cuando una mujer jala: en su mirada, en su semblante, en su coquetería, y yo vi que había química desde que subió al autobús y cruzamos miradas cuando caminaba hacia el interior. En fin, se sentaron delante de mí, ella junto a la ventanilla, y yo empecé a cavilar y maquinar cómo hacer para ‘echarle un pial’, porque había visto que se potreaba bonito y estaba rechula. Ella hacía como intentos por voltear hacia atrás, lo que le resultaba muy complicado. Pero ocurrió el milagro, yendo atrás de ella, metí mis pies debajo de su asiento y toqué accidentalmente sus suaves tobillos. 
“Empecé, primero con temor, a frotarlos con mis dos pies, y luego a frotar su deliciosa pantorrilla, lo que consintió y seguramente estaba disfrutando. Largos minutos me pasé haciendo ese ameno ejercicio y luego, por entre el cristal de la ventanilla y el respaldo de su asiento, metí mi mano derecha, siendo bien recibida por su fina mano izquierda. ¡Qué delicia! Abajo frotando su pantorrilla y arriba acariciando su mano. Luego escuché que su papá empezó a roncar, plácidamente dormido, lo que me permitió expresarle en voz baja que me gustaba mucho, respondiendo ella, ‘cállese porque lo puede oír mi papá’; obedecí y así seguimos; pero poco antes de llegar a Acatlán de Juárez, me dije: ‘qué pendejo soy, no sé ni cómo se llama ni dónde vive, cómo buscarla’. Entonces, soltando suavemente su mano, hice un recado donde le pedía todos esos datos, incluido el teléfono, si tenía, de su casa –qué tiempos–. Luego metí nuevamente mi mano entre la ventanilla y el respaldo y me recibió el recado. Pero ocurrió que al llegar a Acatlán de Juárez, el autobús cayó en un gran bache, provocando que despertara el ‘viejillo’, mismo que comentó, ‘oye hija, ya casi llegamos, ¿verdad?’; ‘no, papá, todavía falta mucho, duérmete otro rato’, le respondió; pero el pinche viejo ya no se durmió y la que ya hacía casi mi novia no pudo contestarme el recado. ‘Ni modo, me dije, llegando a Guadalajara rento un taxi y los sigo hasta donde vivan, no habrá de otra’”.
“Cuando llegamos a la central de autobuses me quedé en mi asiento hasta que ellos se levantaran y empezaran a caminar con el fin de descender. Discretamente, ella volteó a verme y me sentí soñado cuando cariñosamente posó su hermosa mirada en la mía. Luego, con discreción, a distancia, me fui tras ellos, pero no ocurrió lo previsto. Se enfilaron a la taquilla de los autobuses La Alteña y compraron boletos sepa para dónde. En cuanto se retiraron de la taquilla, me acerqué y pedí un boleto. ‘¿A dónde?, me preguntó el taquillero’; ‘a donde vaya el siguiente autobús’, le dije; ‘pues va hasta Lagos de Moreno’; ‘hasta allá quiero mi boleto’. Yo creo que el taquillero me juzgó medio loco o loco y medio, pero su negocio era vender boletos, no curar males emocionales. Me sentí aliviado y reforzado, cuando al abordar el autobús vi de nuevo a aquella hermosa mujer, quien me regaló otra encantadora mirada y una pequeñísima pero hermosa sonrisa.
“Cuarenta minutos después llegamos al primer pueblo importante de la ruta, que era Tepatitlán, ahí viajaban ellos y desde luego que yo también; pero mi suerte no era tan buena, sólo había un taxi que ellos contrataron y, con profunda tristeza, concluí que todo había sido inútil cuando su taxi empezó a caminar; mas Dios es grande, y esta vez quiso que en ese preciso momento llegara otro taxi que abordé de inmediato, diciéndole que siguiera al de ellos, cuando me preguntó a dónde iba. Llegamos al destino, en una calle cercana al centro se detuvo a media cuadra el taxi de ‘mi novia’ y el mío lo detuve en la esquina. 
“Ahí bajé y observé cómo ‘mi suegro y mi novia’ bajaban de la cajuela algunas bolsas y una maleta. Ella me vio parado en la esquina y me hizo una seña. con sus dedos que en unos momentos saldría. Así ocurrió. Veinte minutos después ya estaba con ella, y 10 minutos después ya había aceptado ser mi novia. Hora y media más tarde de que se bajó del taxi nos dimos el primer beso. Fuimos novios año y medio. Me terminó porque supo que tenía otra novia por los rumbos de Santa Anita. Pero que quede constancia, morrillos, que a esa mujer la enamoré con las patas, lo que deja claro que en ese renglón, ustedes no me llegan ni a los talones. ¡He dicho!”.
*Con la autorización del autor, se reproducen las historias de este libro publicado por Puertabierta Editores.

Arnoldo Vizcaíno Rodríguez



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