Presentación de El Centinela a la vista. Evocaciones de la familia Ochoa Gutiérrez*
Foto Internet
Salvador Silva Padilla
Sábado 01 de Julio de 2023 8:36 pm
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Quiero dedicar
estas palabras a todas las princesas y a todas las hadas, sin olvidar a los
caballeros negros presentes o ausentes.
Hoy es un buen día para la familia Ochoa Gutiérrez. Es también un feliz
día para la familia Jáuregui Sánchez, y también lo es para Puertabierta
Editores. Cuando a la luz de los mezcales, Juan Carlos Reyes, Miguel Uribe y un
servidor concebimos el sueño llamado Puertabierta, lo hicimos pensando en algún
día publicar este tipo de obras.
Parto de lo evidente: la historia escrita por las Ochoa Gutiérrez en este
libro (mediante un taller que creo deben patentar Ada Aurora Sánchez y Marco
Jáuregui, porque es un ejercicio de gran calidad) es increíble.
Este libro logra reflejar no solamente el sueño que Gabriel Ochoa y
Carmen Gutiérrez pudieron crear de la nada: transformar un entorno hostil —en
medio de la selva, infestado de zancudos, arañas y alimañas diversas—, y
convertirlo en un vergel, una floreciente agroindustria. Más aún, crearon un
lugar habitable, un espacio común, rancho, coto de caza y de pesca y, por si
ello no fuera suficiente, fundaron un hogar.
Todos sabemos que cuando estamos soñando algo espectacular y algo nos
despierta de esa ensoñación que nos embelesa, es casi imposible volver a soñar
lo mismo y desde ahí continuar el sueño. Pues Gabriel y Carmen, Carmen y
Gabriel, lo lograron: ya dije que habían construido un sueño, pues luego del ciclón
del 59, lo pudieron reconstruir.
Volver a levantarse de las ruinas era el reto. El propio Gabriel, en su
carta donde narra lo ocurrido con el ciclón del 59, se despide de sus hijas diciendo
que la carta la envía desde el ex Centinela.
A todos los que admiran a los Steve Jobs, los Bill Gates y los Elon Musk,
estoy seguro que ninguno de ellos (yo menos) hubieran logrado sobrevivir en
medio de una nada infestada de mosquitos y alimañas, con un calor y una humedad
dignos del séptimo círculo del infierno. Pues Gabriel y Carmen no solo
sobrevivieron: lograron hacerlo florecer no una, sino en dos ocasiones.
Pero no se trata tan solo de haber fundado algo así como el primer hotel
boutique del Pacífico mexicano junto con un Ressort de Gran Turismo de Aventuras,
sino, sobre todo que, en medio de ese aquelarre de cosas y de acontecimientos,
supieron criar a una familia. Y a una familia feliz de nueve hijas y un hijo.
Porque, parafraseando a San Mateo, "¿de qué sirve ganar el mundo, si al
final pierdes a tu familia?”.
Aquí permítanme un breve paréntesis: en una entrevista que le hicieron
recientemente sobre su nueva novela La figura del mundo (sobre la vida
de su padre, el filósofo Luis Villoro), Juan Villoro afirma que "Los
padres son un tanto imaginarios para los hijos, cada uno los construye a su
manera. Si tú tienes seis hermanos, esa familia tiene otros tantos padres,
porque cada hermano tiene un papá a su medida, y lo que hice fue una
construcción de sentido hacia esa figura". Hasta aquí lo dicho por Villoro.
Bueno, reconstruir la figura de los padres no con una, ni con dos, ni con
seis, sino con 10 versiones, abre las posibilidades combinatorias al infinito y
más allá. (Más difícil que acertar el Melate.) Y lo que lograron Ada y Marco, y
las autoras del libro es, para fines prácticos, literal y literariamente
inconmensurable.
Un último apunte... Cuando León Tolstoi acuñó su frase tan conocida
"Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia
infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada", estoy seguro
que nunca imaginó que podía existir la familia Ochoa Gutiérrez.
Lo cierto es que las familias felices están profundamente desacreditadas
a causa de los escritores y de los siquiatras.
Quizás la culpa provenga también de la edulcorada versión de las
historias infantiles de "Y vivieron felices para siempre", porque
sabemos que ese éxtasis de felicidad permanente no solamente no existe, sino
que además sería de un rosa asqueroso y mataría de aburrimiento a cualquiera.
Ursula K. Le Guin (una extraordinaria escritora norteamericana que conocí
gracias a Paty, mi hija) a propósito del principio de Anna Karenina "Todas
las familias felices se parecen", etcétera, etc., señala:
Crecí en una familia que, en líneas generales, parece haber sido más
feliz que la mayoría; aun así, me parece falso —una devaluación intolerable de
la realidad— llamarla simplemente feliz. El esfuerzo y la complejidad enormes
que implica esa «felicidad», es inmenso. Requiere de sacrificios, secretos,
elecciones o renuncias, oportunidades que se aprovechaban o que se dejaban
pasar, momentos de sopesar males mayores o menores (lágrimas, miedos, migrañas,
injusticias, censuras, peleas, mentiras, enfados).
Hasta aquí la cita de la escritora.
Esa felicidad pues, no es gratuita ni por obra de Dios. Es producto de un
esfuerzo cotidiano, aunque tampoco es resultado únicamente de la voluntad y,
por lo tanto, pocas veces se logra. Pues bien, esas renuncias, esas lágrimas,
las elecciones que se tienen qué hacer, esas oportunidades que se aprovechaban
o se dejaban pasar, esas migrañas, esas peleas, esas censuras, se dan en
cualquier familia… pero en el caso de la familia Ochoa Gutiérrez se dieron en
medio de la selva, rodeados de caimanes, boas, zancudos, alacranes y mil alimañas
más. Eso, como dijera José Guadalupe López León, eso sí es mérito y no
chingaderas.
*Texto leído en la presentación del
libro El Centinela a la vista. Evocaciones de la familia Ochoa Gutiérrez,
el 19 de mayo de 2023, en el Archivo Histórico y Hemeroteca de la Universidad
de Colima.