Al correr de los años…, de Pancha Magaña*
Ada Aurora Sánchez
Viernes 10 de Noviembre de 2023 11:06 am
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En la
mitología griega, Mnemósine, hija de Urano y Gea, es la portentosa titánide de
la memoria. Tras pasar nueve noches con Zeus, procreó a las nueve musas
protectoras de las ciencias y las artes: Calíope, Clío, Erató, Euterpe,
Melpómene, Polimnia, Talía, Terpsícore y Urania. Así, Mnemósine es la gran
madre de la que nacen las musas que representan el conocimiento, la sabiduría y
la creatividad. Mnemósine nos permite recordar el pasado, construir e inventar,
pues todo se finca en la memoria, en poder guardar experiencias, aprendizajes y
dar continuidad a nuestra existencia.
Según la
propia mitología griega, en el altar de Trofonio en Beocia, los adoradores —antes de consultar el oráculo de su dios—
debían beber agua de una de las dos fuentes que se les ofrecían: la del río
Letes o del olvido, y la del río Mnemósine o de la memoria. La disyuntiva de
una fuente u otra hoy sabemos que no es posible, dado que la memoria requiere
del olvido, y viceversa, pero es quizás la fuente de Mnemósine en la que todos
deseamos abrevar con mayor frecuencia.
La maestra
Pancha Magaña (Colima, Col., 1955), pintora, grabadora, galerista, promotora
cultural y escritora, ha optado por esta última fuente al escribir su segundo
libro autobiográfico Al correr de los años…, publicado recientemente por
Puertabierta Editores.
Al correr de
los años… está dedicado a la tía Julia Valle, a quien la autora reconoce como
la “responsable” de que le guste leer y escribir. En este sentido, el libro es,
por partida doble, un homenaje: por un lado, a un afecto entrañable, y, por
otro, a la vida con sus colores asombrosos, con sus sonidos, olores y texturas
singulares, con todo aquello que cala hondo y orada la memoria. Pancha disfruta
de remontar sus pasos y perderse en paisajes, personas y anécdotas del pasado
para traerlos al presente y, por encima de cualquier dificultad, recobrarlos,
hacerlos suyos y compartirlos con las y los lectores. Entre 2015 y 2022, es
decir, durante un periodo que incluyó la pandemia por Covid-19, Pancha escribió
el libro que hoy se comenta. Lo hizo para darle continuidad al volumen Te voy a
contar que… (2015) y volver al Colima de antaño, con las personas amadas de la
infancia y el paisaje colimote acentuado por el colorido de los crotos, los
árboles de mango, las primaveras y las jacarandas.
En Al correr
de los años…, Pancha Magaña va al encuentro del Colima de principios de los
sesenta, de cuanto ella era una niña y vivía por la calle Dr. Miguel Galindo,
en el barrio de La Salud, y escuchaba el pregón del que vendía elotes o bolas
de maíz, y, con su grito, abría la posibilidad de una tarde con limón y chile,
o con sabor a dulce, a la altura de un buen antojo y la distinción de un
pequeño obsequio por parte de mamá.
Como buena
observadora, Pancha se encarga de ofrecer a sus lectores descripciones
sinestésicas de sus recuerdos. De esta manera, brinda el dibujo de una escena,
de un momento determinado, así como la descripción de los sonidos y los olores
que se desprenden de aquella evocación. Pancha escribe:
En enero,
las calles se vestían con lazos de colores y las llenaban de flores de papel
crepé que algunas personas hacían como muestra de solidaridad con el Templo de
la Salud. Se festejaba a la Virgen y hacían novenario. Todas las cuadras
aledañas al templo se adornaban con esos lazos de flores y la cuadra de Aquiles
Serdán no era la excepción. En ese mes de enero, olía a maíz tostado y la gente
aprovechaba que el molino hacía su molienda hasta pasada la tarde, para así
sacar el pinole, aparte de los encargos de masa para las tortillas. De paso a
la escuela, bebías olores especiales a comida que salían de alguna casa por la
que pasábamos, según la temporada: como el olor a tortitas de camarón y a
capirotada en tiempos de Semana Santa. Siempre tendré presente las caras de las
personas que convivieron conmigo en ese mismo barrio de La Salud durante todos
esos años.
De los
treinta y tres textos evocativos, más presentación, que nos brinda la autora,
algunos destacan de manera particular por lo sugerentes que resultan o por lo
vívido de su trazo. En el texto inicial “La calle Aquiles Serdán”, Pancha, por
ejemplo, va describiendo las familias y personajes de esa calle que se
encuentra en la zona centro de la ciudad de Colima y que pertenece a un barrio
viejo con la emblemática iglesia de La Salud por referente. La autora nos lleva
de la mano a conocer a Ramoncita, una joven que trabajaba como dependienta en
La Marina Mercante y se distinguía por su extremada delgadez y sus vestidos de
cuadros blancos y negros que le daban un aire de mujer europea. En el paseo,
conocemos al profesor Velasco, dueño de un descapotable blanco, “soltero, de
buen gusto y sonrisa encantadora”, que tocaba el piano en el kínder dependiente
de la escuela primaria Miguel Hidalgo, donde la pequeña Pancha escuchaba,
embelesada, las canciones que interpretaba su maestro y quien, presuponemos,
tenía todo para convertirse en un amor platónico. Y, si es verdad que la
infancia es destino, qué mejor prueba que la niña Pancha tuvo de vecinos de
barrio a la familia del pintor Gabriel Portillo del Toro, quien, además de ser
reconocido por su calidad como artista visual, lo era por su estatura y su
dominio del piano.
La época que
describe Pancha va de los sesenta del siglo pasado a la actualidad. El
recorrido comienza con la infancia, se colma de nombres de negocios ya
desaparecidos, y de productos que, en algunos casos, aún perviven; avanza por
la música y la moda de la época, por una ciudad que se transforma ante la
emergencia de nuevos espacios culturales.
En los
textos de Al pasar de los años…, se hace referencia a familias y genealogías
colimenses. Los Cárdenas, los Portillo del Toro, los Rivas Montes, etcétera, se
suceden unos a otros, y es posible atisbar su cotidianidad e interacción con
los vecinos. La vida en el Colima de hace cinco décadas se percibe lenta,
arropada por calor tropical y las tardes amarillas, color de oro viejo.
Sorprende
cómo la autora puede nombrar a los once hijos de una familia, a los diez, de
otra, con naturalidad, como si fuesen del propio clan, y, todavía más, cómo
recuerda la manera en que se vestían y los horarios en que solían realizar
determinadas actividades. Sorprende, pero cuando vamos a la caza de nuestros
recuerdos, nos damos cuenta de que estos, mientras más entrañables sean, pueden
recuperarse a partir de los elementos menos esperados: un olor, una palabra, un
objeto, una luz que se prende y apaga… Misteriosas y sugerentes son las formas
con las que la Mnemósine colimota nos permite traspasar la frontera del olvido
y traer al presente, aunque sea entre sueños, lo vivido.
Al leer el
libro de Pancha Magaña se hace visible el inexorable paso del tiempo, y es que
las y los lectores terminamos por contrastar de manera invariable la época en
que tomarse una fotografía de familia con el señor Antonio de Casso, a un lado
del puente del río Colima, era todo un acontecimiento social, frente a la época
actual en que tomarse una selfie es el acto más cotidiano y trivial,
especialmente si lo hacemos en solitario junto a un plato de comida.
Pancha, la
artista, nos regala la claridad de su prosa y la sensibilidad que tiene para
mirar, por encima de nuestras vidas, lo que nos hace singulares en el latir del
trópico. Ella, la que compra en el Tianguis de Guadalajarita y, mientras se
acerca a los puestos de frutas y verduras, se acuerda de la pintora María
Izquierdo, nos ayuda a mirar la ciudad de Colima con otros ojos, como, a la
vez, nos permite asomarnos a su vida de artista.
Los libros
que se enmarcan en el campo de lo autobiográfico, de lo que suele llamarse las
escrituras del yo, se alimentan de la intimidad y, por tanto, quienes nos
asomamos a ellos somos partícipes de revelaciones, de testimonios que responden
al lado luminoso u opaco, de una vida. Desde el punto de vista humano, estos
libros nos proponen una cercanía distinta a la que brinda un libro de ensayos o
un tratado médico, desde luego. En este sentido, Al correr de los años… es una
obra íntima en que hay información y percepción; evocación y sentimiento.
Pancha
recuerda su adolescencia vinculada al sobresalto de los teléfonos fijos, cuyo
timbrar se ansiaba cuando se esperaba la llamada de un pretendiente. Eran los
tiempos en que la autora asistía a la Secundaria No. 8 junto con su hermana
Irma; escuchaba los teclados de Juan Torres en una boda colimota, y, en disco
de acetato, a los Credence. A principios de los setenta se enciende en ella el
gusto por la pintura, y, en los ochenta, estudia en la Escuela Nacional de
Artes Visuales, especializándose en el grabado. Alejandro Alvarado Carreño,
Pedro Ascencio y Leo Acosta serán parte de sus maestros importantes. Las
amistades en la Ciudad de México, sus largos trayectos desde su domicilio hasta
la Escuela Nacional de Artes Visuales, la consolidación de una férrea vocación,
en medio de penurias, son el aderezo de una crónica valiosa en torno a su
tránsito por la capital del país. En el texto “Mi paso por la ENAP”, Pancha
señala: “El arte es el principio de mi seguridad, y también de mis hambres, de
mis sueños, de mis triunfos en la vida. Estar fuera de casa para estudiar es
una experiencia fuerte que te templa”.
Pancha
refiere las clases que impartió en el actual Instituto Universitario de Bellas
Artes (IUBA). Nos describe aquellos años iniciales del Instituto cuando
comenzaba a surgir el Ballet Folklórico de la Universidad de Colima y, desde la
danza, la pintura y la música, emergían generaciones de artistas importantes
que hoy en día se identifican como docentes clave en la profesionalización de
innumerables estudiantes.
Pancha
apunta que le gusta otorgarle un color a cada mes; a septiembre, el mes en que
nació, le corresponde el naranja: el naranja de la algarabía de las fiestas
patrias, del color del metro Tasqueña que ella empleaba en la Ciudad de México
y del sol que ella ama y describe así, a propósito de un recuerdo asociado a Seatle,
donde vive su única hija:
Sol de las
mañanas, sol de los atardeceres, sol de las primaveras, de los veranos; sol de
los otoños y sol de los inviernos; tierno como una caricia, fuente de luz que
apenas se desliza sobre los árboles y se recuesta sobre la blanca nieve, con
ese despertar atolondrado.
En Colima,
Pancha Magaña montó talleres como La Finca del Arte y El Zaguán, espacios que
aglutinaron a muy diversos grabadores y pintores de Colima; fue fundadora y
directora de las Galerías de la Universidad de Colima, docente y gestora de
numerosas exposiciones. Como pintora, ha expuesto en México, Estados Unidos,
Alemania, Polonia y Japón, y, entre otros premios, ganó el Tercer lugar del
Premio Internacional Valentín Ruiz Aznar, 2004. Su trabajo pictórico ha estado
vinculado al mundo literario; de hecho, Pancha ha escrito y publicado poesía
también (en Colima, en el camino de la literatura…, de Pablo Serrano Álvarez,
aparecen antologados algunos de sus versos).
Los textos
que conforman Al correr de los años… van de la memoria individual a la memoria
colectiva del arte en Colima, de tal suerte que los amigos y familiares más
cercanos a la autora pueden encontrar recuerdos compartidos, así como el
investigador/a elementos valiosos para reconstruir una historia de las artes
plásticas en el estado de Colima y, por supuesto, en torno a la biografía de
una de las pintoras y grabadoras fundamentales del occidente de nuestro país.
Al correr de
los años… es un libro que se disfruta por su sinceridad, su espíritu poético e,
incluso, su nostalgia cuando hace recuento de las ausencias de los seres
queridos, algunos arrebatados por la pandemia de la Covid-19. Si hay libros que
se leen y se disfrutan, hay otros más, como el presente, que conllevan un valor
agregado: la capacidad de impulsarnos a escribir lo propio, de motivarnos a
imitarles en cierto sentido. Así, Al correr de los años… nos deja la inquietud
de probar escribir parte de nuestras memorias, de experimentar ese gozo que
conlleva el recobrar lo perdido y, como sucede con el que teje, de darle forma
a un abrigo para los tiempos de frío. Celebro con la maestra Pancha Magaña
estas páginas y agradezco el honor de ser de sus primeras lectoras. Muchas
felicidades.
*Texto leído
en la presentación del libro Al correr de los años…, de Pancha Magaña, el 8 de
noviembre de 2023, en el Museo Universitario de Artes Populares “María Teresa
Pomar”.