Decir vaso con agua es incorrecto. Lo deseable es vaso de agua
Ramón Moreno Rodríguez* /Solitarias palabras en el bolsillo
Viernes 01 de Diciembre de 2023 1:04 pm
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Ya hemos aludido en otras ocasiones en qué radica el fenómeno llamado
ultracorrección. Enunciémoslo pues, sólo brevemente. Todo consiste en que en
una ojeada alguna construcción lingüística nos parece equívoca o por lo menos
mejorable y entonces proponemos otra que remarca las intenciones de lo muy
correcto; por desgracia, casi como una maldición, la mejora (supuesta) que se
propone suele ser tan alambicada que mete el pie en el lodazal y justo hace lo
que trata de evitar.
Por desgracia, con frecuencia sucede que no hay nadie cercano que nos
advierta del dislate casi risible o risible sin duda, en que se cae. Eso sucede
con vaso con agua. Colegas he tenido que sostienen fervorosamente que lo
correcto es vaso con agua y que es propio del habla chulapona decir vaso
de agua. Escandalizado, pero sin atreverme a enmendar el dislate de aquel
compañero equivocado me digo: “¡Madre mía, si un día un alumno tiene la duda y
se lo pregunta…! Pues claro, sucederá lo que sucede en estos casos, se
reforzará y crecerá el error.
Estoy convencido que son tres las causas principales por las cuales
–en lo que toca a las responsabilidades del docente–, los alumnos tienen
dificultades en su correcto uso de la lengua. Primero, porque no hay quién le
diga al estudiante que se equivocó; segundo, porque el docente puede tener la
buena voluntad y sí lee los escritos del alumno, pero no se le ocurre una
solución plausible (he escuchado a colegas decir, los alumnos saldrán del
curso más o menos igual que como entraron; haga yo lo que haga, de nada servirá);
tercero, el docente encargado de enseñar el uso de la lengua tiene tantas
carencias como el alumno mismo.
Si un profesor ignora los diversos usos de la preposición de y
cree que ésta significa exclusivamente materia (casa de madera) y además le da
pereza investigarlo, y para rematarlo se deja dominar por las modas, pues
lógico es que se equivoque.
¿Por qué un profesor se aferra en el error? Sin duda debemos ser
comprensivos, y entender que todos cometemos errores y que es de humanos errar.
De acuerdo. Pero aferrarse en el error desde una posición de autoridad tiene
que ver con una mentalidad inflexiva, con una interpretación limitada de lo que
es la autoridad. Se parte de un presupuesto del tipo: “alguien me dio poder
sobre mis alumnos y funciona porque éstos me obedecen, luego entonces si a mí
se me ocurre tal o cual respuesta, no debo estar equivocado”.
Dice Samuel Gili Gaya en su prestigiado libro Curso superior de
sintaxis española que la preposición de tiene seis funciones
básicas; posesión o pertenencia (las gafas de papá), Materia y cantidad parcial
(puente de piedra; diez de los reunidos votaron en contra), origen o
procedencia (salir de Barcelona), modo (andar de lado), tiempo en que sucede
algo (llegó de noche), agente de pasiva (el que a muchos teme, de muchos es
temido). Con esta revisión hecha de un plumazo bien se ve la riqueza y
complejidad de esta preposición.
El caso que nos ocupa pertenece al segundo grupo, es decir, la
preposición usada para dar un sentido de la materia con la que se constituye
algo. Y no tenemos que complicarnos la vida interpretándolo porque el mismo
gramático utiliza este ejemplo para dilucidar el problema. Lo cito textualmente.
“La materia de que está hecha una cosa: reloj de oro; puente de
piedra. Por tropo atribuimos el contenido al continente: un vaso de agua,
un plato de arroz. Figuradamente ha pasado a significar materia o asunto
de que se trata: un libro de Geografía; hablan de intereses; trataremos
del siglo XVI; y también, naturaleza, condición o carácter de una persona: hombre
de talento; entrañas de fiera; alma de niño; le acusan de
tacañería”.
El asunto no tiene ambages y por lo tanto no requiere explicaciones y
sin embargo haremos unas pocas. Los tropos son figuras literarias como las
metáforas y siempre se han utilizado en las lenguas como una vía de
simplificación de un asunto arduo o para embellecer el habla. A un personaje de
Vila-Matas los habitantes de una tribu africana le piden, con una hermosa
metáfora, que les lea un poema: ahora habla como la lluvia.
¿Cuántas metáforas, metonimias, sinécdoques, etc. no contiene nuestra lengua? Imposible de
contarlas: ocultarse el sol, salir las estrellas, rompérsele
el corazón y tantas otras. Pues bien, se llama metonimia a la figura
retórica de significado que intercambia diversos elementos, por ejemplo, el
efecto por la causa, la causa por el efecto, lo físico por lo moral, la materia por la obra, el continente por el
contenido, el autor por su obra, el lugar de procedencia por el objeto, el
símbolo por la cosa simbolizada, etc.
Si aceptamos que el sol se pone o que la luna es nueva,
¿por qué no aceptar vaso de agua? Sería imposible ir por la vida
deslexicalizando tropos y aplanando las palabras; simplemente, nunca
acabaríamos. ¿A alguien se le ha ocurrido corregir plato de arroz o volcán
de fuego?
Pues por la misma causa que no aclaramos la obviedad de que el arroz
está contenido por el plato o que el fuego es lanzado por el volcán, creo que
debemos dejar en paz al pobre vaso de agua para que contenga modestamente el
líquido y que nadie se enrede con las palabras descubriendo el hilo negro.
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Doctor en literatura española. Imparte clases en la carrera de Letras
Hispánicas en la UdeG, Cusur.
ramon.moreno@cusur.udg.mx