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BANDERA A CUADROS: Algo sobre las 500 millas de Indianápolis


El circuito de Indianápolis durante sus primeros años cuando era un óvalo de tierra.

Foto Internet

Sábado 01 de Junio de 2024 2:39 pm

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En 1894 fue la primera carrera del automovilismo

(Parte 1)

En el automovilismo existen tres grandes e icónicas carreras que, por su importancia, son consideradas el premio máximo para cualquier corredor: el Gran Premio de Mónaco en Fórmula 1, las 500 millas de Indianápolis en Indycar y las 24 horas de Le Mans, del Mundial de Resistencia.

Pero vamos por partes y empecemos por la única de las tres que se corre en el continente americano, las 500 millas.

Esta larga carrera fue uno de los primeros eventos de motorsport en el mundo e Indianápolis tiene el mérito de ser una de las primeras pistas de carreras de automóviles que se trazó a nivel global.

Retrocedamos un poco, específicamente al año 1894, fecha que marca la historia al dar cabida a la primera carrera del automovilismo, la París-Rouen, un concurso de “coches sin caballos” organizado por Pierre Giffard, periodista de Le Petit Journal. Al evento se inscribieron 102 participantes, pero solo 21 se clasificaron para la prueba final entre París y Rouen, que cubría una distancia de 126 kilómetros.


Pintura que retrata la salida de la primera carrera del automovilismo, la París-Rouen, un concurso de “coches sin caballos”, organizado por Le Petit Journal, en 1894.

El primer piloto en cruzar la meta fue el conde Jules-Albert de Dion, pero no ganó el premio principal porque su vehículo de vapor necesitaba un fogonero, lo que incumplía el reglamento. Así, el automóvil de gasolina más rápido fue un Peugeot de 3 CV, conducido por Albert Lemaître, convirtiendo a estos dos parisinos en los primeros en ganar una carrera automotriz.

La carrera siguió celebrándose de forma anual, y en una de sus ediciones posteriores, uno de sus espectadores tendría una idea: llevar estas nuevas competencias al Nuevo Mundo. El nombre de este visionario era Carl Graham Fisher, empresario estadounidense que se dedicaba a la manufactura de faros para automóviles.


Carl Graham Fisher, empresario estadounidense, mente detrás de la construcción del circuito de Indianápolis.

Fisher, al ver que los europeos mejoraban cada vez más sus vehículos, decidió que su nación no debía quedarse atrás, pero para forjar mejores autos, había que ponerlos a prueba, había que hacerlos correr.

Hasta entonces, las carreras automotrices se celebraban en calles públicas, hipódromos y playas, como Daytona. Fisher, viendo que esos lugares no eran los mejores para probar los automóviles, propuso a un grupo de empresarios construir un complejo dedicado exclusivamente a las carreras de autos, gestando así el nacimiento de uno de los primeros templos de la velocidad.

El empresario propuso la idea de un enorme óvalo de pista ancha donde los fabricantes pudieran probar sus autos en diferentes condiciones y llevarlos al límite, alcanzando velocidades que en esos años no se podían lograr en ningún otro lugar del mundo.

La construcción del circuito inició en marzo de 1909, y para agosto, la pista ya podía ser utilizada, por lo que aquel enorme óvalo de 2.5 millas (4 mil 23 metros) de tierra aplanada comenzó a ser visitado. Pero pronto surgió un primer problema, pues pilotos, vehículos, asistentes y cualquiera que estuviera cerca terminaban cubiertos de polvo, aceite y alquitrán, haciendo de aquello un escenario difícil de usar y un espectáculo nada agradable de ver.

Además, la pista empezó a llenarse de baches, lo que provocó la pérdida de vidas de algunos pilotos y varios lesionados, incluido Louis Chevrolet, inmigrante suizo y cofundador de la marca que lleva su nombre, quien casi pierde un ojo debido a una pequeña piedra.

Ante el caos de cancelaciones de carreras en el circuito a causa de sus peligrosas condiciones, y siendo la pavimentación una tecnología en pañales, Fisher y sus asociados se comprometieron a mejorar la pista con lo mejor que tuvieron a la mano: ladrillos. Así, el primer trazado de Indianápolis fue recubierto con miles de ladrillos, algo que le ganó el apodo de “The Brickyard”, usado aún hoy en día, y del cual se guarda un remanente.

Esta nueva superficie fue suficiente para que, un año después, pilotos y marcas volvieran a Indianápolis, convirtiéndola en una pista tan moderna como la tecnología de la época permitía.

Pero para 1911 el enfoque cambió. Los dueños del circuito decidieron que querían hacer de Indianápolis un lugar especial. Así, en lugar de celebrar multitud de carreras, decidieron reducir todo a solo una al año, una elección que hizo de concreto, pues junto a los ladrillos del piso, puso los cimientos de una naciente leyenda.

Brandon Enciso Alcaraz



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