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Sastre mantiene viva una tradición por más de 40 años



Foto de Hugo Ramírez

HISTORIA DEL VIERNES

Viernes 11 de Julio de 2025 9:39 am

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Ignacio Mendoza contó que apenas con 10 años de edad, su madre le enseñó a pegar botones, subir bastillas y coser cierres, y no por pasatiempo, sino por necesidad

En un local del centro de Colima, donde se cruzan las calles Gabino Barrera y Aldama, el tiempo parece avanzar a otro ritmo. Ahí, entre telas, hilos y tijeras, una máquina de coser que suena como un reloj antiguo, Ignacio Mendoza Godoy sigue dando puntadas a una historia que comenzó hace más de cuatro décadas.

Tenía apenas 10 años cuando su madre le enseñó a pegar botones, subir bastillas y coser cierres. No lo hizo por pasatiempo, sino por necesidad. “Le dije a mi mamá que necesitaba dinero para la secundaria, y me dijo: ‘Pues ayúdame’. Así empecé a conocer y amar este oficio”, recuerda con una sonrisa serena y una mirada que vuelve al pasado con gratitud.

Con ese trabajo de composturas, Ignacio pagó su secundaria y preparatoria, mientras estudiaba y trabajaba en casa. Era uno de 13 hermanos, nueve varones y cuatro mujeres, y aprendió que en la vida no hay más camino que el del esfuerzo.

Su padre, también sastre, fue quien le enseñó los secretos del oficio con un viejo manual de confección. “Me dijo que si quería ser bueno, debía aprender a hacer sacos. Me dio el manual y empecé a leerlo. Cada página era un nuevo reto”.

Su madre, por su parte, lo animaba a confeccionar camisas y pantalones, hasta que, con el tiempo, se animó con los sacos, prendas que hoy domina con precisión.

“Un buen sastre debe sabe hacer un saco desde cero”, afirma mientras acomoda unos pliegues en el mostrador. Explica que confeccionar uno puede tomar de una semana a 15 días, dependiendo de la tela, el tipo de prenda y el detalle que lleve. “No es cualquier cosa. Hay sacos sencillos, pero también otros que implican un trabajo muy fino, casi artesanal”, dice con seguridad.

Los blazers clásicos siguen siendo los más solicitados. Los precios varían entre 2 mil y 5 mil pesos, dependiendo del diseño y la tela. Para eventos especiales, como bodas, los smokings pueden alcanzar hasta 8 mil pesos. En el caso de los trajes para niños, el precio puede bajar, salvo cuando los clientes piden la confección con el mismo detalle que uno para adultos.

Ignacio habla con nostalgia de los días en que su padre cosía con una máquina Singer negra, símbolo de otra época. “Después se actualizó con máquinas industriales, pero la esencia del trabajo nunca cambió”, recuerda.

La sastrería familiar abrió primero en la calle Ocampo #75, donde duró casi 10 años, y luego se trasladó a De La Vega #72, su hogar por más de dos décadas.

Hoy, el taller lleva su apellido: Sastrería Mendoza, y desde su local en Gabino Barrera 201, Ignacio mantiene viva la tradición; sin embargo, no oculta su preocupación: cada vez menos jóvenes se interesan en aprender este oficio. “Es una lástima, porque la sastrería no solo es una fuente de ingreso, es una forma de vida, una expresión del arte con las manos”.

Más allá de la aguja y el hilo, Ignacio cose recuerdos, historias y trajes que guardan memorias. “Yo disfruto mucho mi trabajo. Ya son más de 40 años en esto, y me gustaría que alguien más siguiera. Este es un oficio que no debería perderse”, concluye.

Hugo RAMÍREZ PULIDO



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