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SABBATH



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Ojos, garras y colmillos


Sábado 16 de Junio de 2018 11:54 am


SON varias, quizá muchas, las especies de felinos salvajes que pueblan el territorio de México. Desde el pequeño güindure (Leopardus wiedii), también llamado en Colima peluda, hasta el enorme y poderoso jaguar (Panthera onça), pasando por otros gatos medianos y grandes –ojos de la noche, garras inclementes y colmillos incontenibles cuando muerden– merodean el bosque, la montaña, la pradera, las brechas, los senderos y hasta las playas solitarias, a donde llegan de vez en vez.

El menos afortunado es el jaguar. Perseguido, difamado, asesinado, estuvo a punto de extinción. Hoy, algunas poblaciones bajo protección han crecido y podrían incrementarse aun más si se persevera en programas como el que lo favorece en la Sierra de Manantlán, nuestra reserva de la biosfera. En otros estados del país también se trabaja con éxito.

Considerado un dios, el jaguar fue para muchas civilizaciones prehispánicas asentadas en el territorio hoy nuestro, una entidad sagrada mítica y poderosa. Sobre todo los mayas, pero no sólo ellos, lo veneraron y lo representaron en piedra y pintura.

Con una mordida más poderosa que la del león africano, sólo superada por la del tigre de Bengala, de hábitos preponderantemente nocturnos, el jaguar se alimenta de jabalíes, venados, tapires, tejones, conejos, aves y llega a cazar hasta cocodrilos. Le gusta el agua y es buen nadador.

El segundo felino más grande en México es el puma (Puma concolor), también llamado león de montaña e, incorrectamente, leoncillo. Es más abundante que el jaguar y se le ve con relativa frecuencia en los montes. De cualquier manera está protegido. Ilegalmente, se le caza a veces. Es también poderoso, de fuertes fauces y garras letales. Se escabulle ante la presencia humana y suele mostrarse ocasionalmente. Hasta ahora, ni los jaguares ni los pumas han atacado a personas en Colima.

En tamaño, les sigue el jaguarundi, también llamado onza. Al respecto, hay una vieja polémica acerca de qué animal es exactamente la onza. Algunos le llaman así al jaguar y al puma, sin mayor precisión ni rigor. Infiero que de ahí provienen las discusiones. Para fines de taxonomía, el jaguarundi es la onza, (Puma yaguarundi). De cuerpo alargado y que hasta la cola mide cerca de dos metros, tiene la cabeza semilarga y aplanada. Acaso sea la testa menos felina de todas. Con esas dimensiones, es incapaz de hacer eso que el mito en Colima le atribuye a “la onza”, como cargar en el hocico becerros desarrollados. Eso no lo hace este gato; no esta onza, al menos.

En Diario de Colima publiqué hace algunos años una fotografía de un cachorro de onza que la Profepa había rescatado por el rumbo de la costa. Esa es la verdadera, el jaguarundi. Puede variar el color del pelaje, desde un amarillo rojizo claro o más ocre hasta un gris oscuro cercano al negro.

Viene después el ocelote (Leopardus pardalis), un poco menos grande. Es, en cambio, un gato salvaje fuerte, pertinaz cazador. Suele alimentarse, por días como los presentes, de venados recién paridos, recentales o juveniles. Es difícil que abata a un ciervo adulto. También ataca a jabalíes y mamíferos de talla menor.

El gato montés o lince es el quinto en tamaño. Ágil, observador acucioso, gran caminante, tiene una alzada más o menos como la de un perro mediano. Largas patas, cuerpo corto y cola trunca, destaca por sus orejas erectas y coronadas por puntas de pelaje que le dan un aspecto feroz a su rostro.

Me consta que es un gato malhumorado. Hace muchos años, fui invitado a liberar un lince en el Volcán de Fuego. Enjaulado, en el camino se puso furioso a pesar de ir cubierto por una lona. Al llegar al paraje donde fue soltado, quienes acudimos esperábamos que saliera a toda velocidad. Lo hizo lentamente, observando el entorno. Caminó hasta perderse en el sotobosque. Pude tomarle algunas fotografías con una cámara réflex mecánica, hoy llamadas analógicas, esto es, antigüitas.

El lince o gato montés se alimenta de pequeñas especies de aves, roedores y hasta insectos, pero eventualmente puede atacar crías de mamíferos mayores.

El menor de todos los felinos salvajes es el güindure o peluda, cuyo taxón es Leopardus wiedii. Si bien es de talla menor a la de un gato doméstico, aunque de cuerpo más alargado, es irascible y dificilísimo de domesticar, aunque se le tenga desde cría. Además, su posesión está prohibida. Su pelaje, como buen felino, es de notable belleza, como de un jaguar en miniatura. Vive de comer ratones de campo, conejos pequeños, aves e insectos. Tímido y escurridizo, casi nunca se le ve en la naturaleza.

La existencia de felinos, sobre todo los mayores, en un hábitat determinado, es señal de buena salud del medio ambiente. Cuando me dicen con alegría que el de Colima es sano porque hay muchos venados, me pregunto si la abundancia de ciervos se debe a la escasez de felinos salvajes, sobre todo jaguares y pumas. Colima debiera ser más activo en la protección de sus felinos salvajes.