La palabra del domingo
ÓSCAR LLAMAS SÁNCHEZ
Amarás a Dios y a tu prójimo
Domingo 04 de Noviembre de 2018 8:42 am
“EN aquel tiempo, uno de los escribas
se acercó a Jesús y le preguntó: ¿cuál es el primero de todos los mandamientos?
Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es este: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos”. El amor es el centro y fundamento de
la nueva vida en gracia, inaugurada por Cristo. El amor a Dios y el amor al
prójimo son inseparables; no son dos amores sino un mismo amor divino, que nos
hace pasar de la condición de siervos a la dignidad sobrenatural de hijos de
Dios y hermanos de Cristo. Jesús, el verbo de Dios, el amor de
Dios que se hizo hombre para salvarnos, nos mostró en abundancia su amor por
todos los hombres sin excepción. Nos entregó toda su vida, su pasión, su
muerte, resurrección, para redimirnos y darnos la felicidad eterna. Jesús nos
envuelve en su misión salvífica y nos ordena: “Ámense como yo los he amado.
Nadie tiene más amor que quien da la vida por sus amigos”. El amor a Dios debe penetrar hasta lo
más íntimo de nuestro ser, y debe modular todos nuestros actos. El amor a Dios
nos lleva a amar lo que él ama. Por eso, cuando amamos a Dios, ese amor se
desborda con espontánea naturalidad hacia nuestros hermanos. Es un amor que se
manifiesta en obras de ayuda fraternal, de esfuerzo por construir en el mundo
la paz, la justicia, el amor. Cristo ha dicho que el que dice que ama a Dios,
pero aborrece a su prójimo, es un mentiroso. El amor a Dios y al prójimo no es un
sentimentalismo dulzón y abstracto, sino un compromiso práctico de acción
inmediata. Cristo quiere que hagamos todo lo que podamos para compartir cuanto
somos y tenemos a favor de nuestros prójimos, especialmente los pobres y los
marginados. Donde quiera que haya hombres carentes de alimento, vestido,
vivienda, medicinas, trabajo, educación, allí debemos estar presentes con
prestaciones materiales, morales y espirituales. Esta obligación de amor se
impone, sobre todo a las personas y a los pueblos que viven en la prosperidad. La tarea no es fácil. Jesús que conoce
nuestras carencias y debilidades, nos donó su Iglesia y se quedó con nosotros,
vivo y verdadero, en la Eucaristía para fortalecer nuestra fe, nuestra
esperanza, nuestro amor. Por eso, cuando asistimos a misa, no
lo hacemos por el yugo de una ley o imposición, sino que vamos con alegría,
porque amamos de corazón a Cristo y a su Iglesia.
Amigo (a): Hoy es un buen día para
reflexionar y centrar nuestra vida en el cumplimiento del mayor de los
mandamientos: Amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a
nosotros mismos.