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SERGIO BRICEÑO GONZÁLEZ

Florero


Martes 06 de Noviembre de 2018 8:09 am


LAS características de un sexenio como el del gobernador Ignacio Peralta obligan a que su círculo de colaboradores enfrente por igual la alternancia en el Gobierno Federal y la posibilidad de que el próximo Mandatario en la entidad provenga de las filas de Morena, el abanderamiento que sepultó a la parte más empresarial y derechista del PRI, salvando apenas a esa izquierda revolucionaria que hoy se debate entre el nuevo formulismo de una gestión social más de fondo y una política de intercambio comercial más amplia y menos constreñida a los países socialistas.

El temor de los mercados se entiende en el contexto de una lucha real de clases, derivada paradójicamente de imprecisiones lingüísticas, más que de verdaderos programas de gobierno. El debate sobre el calificativo fifí, empleado por el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, ha mantenido tibio el horno en el que se cocinaron los bollos electorales. La segregación provocada por esta revolución verbal obliga a reflexionar sobre los límites del poder económico, que desde la llegada del neoliberalismo nos ha enseñado cómo se coloniza un partido político antes motorizado por un grupo de revolucionarios y hoy llevado al fracaso por una cúpula empresarial megalómana y cleptócrata.

Si la prensa neoliberal se regodeaba haciendo inofensivos cartones sobre actos graves de corrupción que se diluían en el olvido a las 72 horas, hoy se refocila echándole en cara a López Obrador su ignorancia en temas “clave” de la economía nacional y tildándolo de insulso, inexperto, bárbaro y bobo. ¿Entonces la ya citada cleptocracia, por el simple hecho de ser neoliberal y egresada de Oxford, debería tener razón?

Es tanta la niebla arrojada sobre la conciencia burguesa, que no falta mucho para que la propia cúpula empresarial financie, como hizo en el franquismo, un golpe de Estado, cooptando al segmento militar que estaría siendo desplazado con la llegada del nuevo Presidente de la República, un segmento que tiene más de 25 años en el poder castrense y que mucho le debe a la tradición heredada del tristemente célebre general Marcelino García Barragán, a quien Colima ¡le rinde homenaje poniéndole su nombre a una de sus avenidas!

El mismo discurso de los comunistas “comecuras” que funcionó para España a finales de los años 30, podría funcionar ahora, sobre todo cuando se ha barajado la posibilidad de que Vladimir Putin asista a la toma de poder de López Obrador. Podríamos entonces anticipar un escenario en el que se vuelca todo el catolicismo y toda la clase media en contra de quien consideran su enemigo natural. Pero en ese supuesto, ¿dónde quedaría el amor a México que tanto han cacareado los adláteres de Felipe Calderón y puntos circunvecinos? Un “amor a México”, por cierto, anclado en el amor al dólar.

El cambio de paradigma no es sólo la confrontación clasista que estamos observando, sino ese golpe de timón que lo mismo estipula cero tolerancia a la corrupción que anima el surgimiento de un nuevo empresariado, esta vez definido ya no por la lucha de clases, sino por la lucha de bases (de licitación).

A lo anterior hay que agregar las pifias y desbarres del propio líder carismático por el que votaron millones de mexicanos, errores todos ellos relacionados con el lenguaje. Todavía cabe la posibilidad de preguntarnos si en ese mismo fuego cruzado entre chairos y fifíes hay la esperanza de acceder a un México distinto, menos comprometido con el cochupo, el entre y la mordida. A fin de cuentas, un Mandatario tendría que ser Gandhi o Mahoma para mantenerse impoluto, libre de la ponzoña de quienes lo rodean.

López Obrador está lejos de ser ese tipo de líder, pero al menos es fácil detectar en él a un emprendedor que se está proponiendo modificar la estructura de poder en México, que manda desde hace décadas y con la cual tiene ese mismo pleito que en su momento tuvieron los campesinos y los zares en la Rusia imperial. Claro, cada izquierda tiene su estilo, y la latinoamericana no es la excepción. Habrá que ver cuánto le cuestan al tabasqueño las frases de aquí el que manda soy yo, y sobre todo aquella en la que nos deja en claro que él no está de florero.