Razones
JORGE FERNÁNDEZ MENÉNDEZ
Los que huyen del hambre
Miércoles 07 de Noviembre de 2018 7:55 am
PERMÍTAME comenzar con una historia
personal. Un 7 de noviembre, un día como hoy pero de 1977, llegué a una pequeña
ciudad sueca, Växjo, como asilado político. Era un joven, casi adolescente,
dirigente estudiantil con algunos libros en la cabeza, pero desorientado y
destrozado por las consecuencias de la represión de la dictadura militar argentina.
Unos pocos años después, el 5 de febrero de 1980, un viaje que pensé sería de
apenas 15 días a México, me cambió la vida. México me dio en unos días todo lo
que mi país de origen me había quitado: amistad, cobijo, perspectivas de
futuro, sentido de vida, familia, estudio, profesión y, sobre todo, una calidez
humana inigualable. En pocas semanas lo hice mío, nunca regresé a la querida y
solidaria Suecia ni a recoger mis cosas. Fue la mejor decisión de mi vida. Me
convertí en unos años en un mexicano por naturalización, pero mucho más
importante fue convertirme en un mexicano de corazón. Y he conocido miles, no es
exageración, que han vivido lo mismo al llegar, ellos o sus padres, a México.
Nadie puede decir que el nuestro es un país que rechace a los migrantes. Es un
país que puede ser difícil, con algunos sectores o grupos xenófobos, más por
tradición que por convicción, en el que el secreto pasa por ser parte. Como en
casi todas las naciones y sociedades, se debe asumir el serlo, el compartirlo,
el vivirlo como propio. O como decía la gran Chavela Vargas cuando le
reclamaban el haber nacido en Costa Rica: “Los mexicanos somos tan chingones
que nacemos donde se nos canta la gana”. Lo comparto. Todo esto viene a cuento, porque
estuve en Chiapas reporteando la caravana migrante, y me tocó ver el rostro más
descarnado de la migración contemporánea: los que vienen en esos éxodos desde
Honduras, Guatemala, El Salvador, suelen ser los más pobres de los pobres, los
que huyen simplemente del hambre. Poco tienen que ver con las migraciones de
los republicanos españoles de los años 30, de los que salieron huyendo de la
Segunda Guerra Mundial, la de los exiliados de Centro y Sudamérica, ni siquiera
con los refugiados guatemaltecos que huían de la Guerra Civil de su país en los
80, y que se asentaron en campamentos en la frontera, esperando regresar a sus
hogares. La de ahora es la migración de la miseria, la desesperación y también,
lamentablemente, de la manipulación. Cuando veíamos los enfrentamientos en
el puente de Ciudad Hidalgo que une Guatemala con México, sobre el río
Suchiate, con grupos que arrojaban piedras y bombas molotov, se comprendía
inmediatamente que esos no eran migrantes, sino provocadores. La gente en esa
zona de la frontera, como lo había hecho yo un par de días antes para mostrarlo
en el programa Todo Personal, cruza en balsas armadas con maderas y llantas, o
simplemente, si el río lo permite, caminando. Y cuando uno se adentra en la
frontera, no existe ni una línea definida de dónde comienza o termina un país.
Quien haya llegado alguna vez, no es la mejor experiencia turística, por
ejemplo, por Benemérito de las Américas (los lugareños la llaman Matamérito de
las Américas, por el grado de violencia de la zona), junto al Usumacinta, en la
Selva Lacandona, puede comprobar cómo, literalmente, por allí pasan, en un
sentido u el otro, desde personas hasta todo tipo de mercancías legales e
ilegales. La frontera no existe. Tendría que existir. No para cerrar un
país, sino para tener un control de quiénes llegan, quiénes son y qué quieren,
es un tema de seguridad nacional básica, pero también sirve para poder ayudar
con eficiencia a quien lo requiera. Si el plan que plantea la próxima
administración para todo el sur del país se concreta, no dudemos de que tendremos
una fuerte migración de las naciones más pobres de Centroamérica, y por ende,
se debe tener un control mínimo sobre esos movimientos humanos. Si se construye
el corredor transístmico entre Salina Cruz y Coatzacoalcos, esa carretera y
línea de ferrocarril se convertirán en una suerte de frontera física mucho más
sólida que los ríos Suchiate, Usumacinta y Hondo, que conforman nuestra
frontera sur. Pero entonces se quedarán más migrantes, sobre todo en Chiapas. Porque como ocurrirá con esta caravana
(sobredimensionada con toda intencionalidad por Donald Trump, para buscar en
las elecciones de ayer el voto del miedo), la enorme mayoría de los migrantes
no llegarán a Estados Unidos y los pocos que lo hagan no podrán ingresar a ese
país. Tampoco querrán regresar a sus países de origen, donde muchos no tienen
nada y nada los espera, más que miseria e inseguridad.
Hay que atender a los miles migrantes
que llegaron en estos días a la Ciudad de México y a los muchos que deambulan
tratando de llegar al norte por toda la República Mexicana, pero hay que tener
una política de migración seria, de fondo, que incluya desde la atención
humanitaria hasta el establecimiento de fronteras seguras y con controles
reales, sobre todo en el sur. Podemos y debemos tener apertura hacia esa
migración que huye del hambre y la inseguridad, porque México siempre ha sido
una Nación, en ese sentido, abierta al mundo. Pero también debemos darle a esa
política una dimensión económica, humana y de seguridad nacional de la que hoy
carecemos como país y sociedad.