Tras la puerta
SABINA DE LA LUZ URZÚA
Las consecuencias de perdonar
Miércoles 07 de Noviembre de 2018 7:46 am
LAS consecuencias de perdonar, sí, esta
actitud de otorgar el perdón a otro, trátese de índole moral, familiar, de
pareja, amistad, vecinal o sobre un desacuerdo con quien propasó nuestra
confianza o no cumplió con el compromiso contraído, no haciendo, dejando de
hacer o no dando. La acción viene aparejada, siempre, con la posibilidad de que
no sean comprendidos tu gesto y actitud. Por eso no es raro que el perdonado
repita su dañosa conducta. Así que para darlo, si es frente a una
autoridad legal, es necesario sopesar, meditar, analizar las consecuencias de
otorgarlo. Porque este gesto formal significa –tácitamente– que lo sucedido en
tu contra pierde todo sentido y valor a futuro. Sólo constituirá un antecedente
de la mala fe de quien perdonaste, no más. Por ello, para otorgarlo requieres
de tiempo para medir los alcances de tu perdón judicial. No importando se
escriba legalmente como tal o se le llame convenir en una reparación de daño o
en un acuerdo de voluntades. No se vale luego que digas que no supiste lo
que firmabas y que te engañaron, aun cuando te hayan dejado en estado de
indefensión, sea legal como biopsicosocial. Recuerda, un individuo que daña
conscientemente no es un adulto con estabilidad e inteligencia emocional. Por
lo tanto, ¡aguas!, perdonar es un acto espiritual más que material, porque te
libera cuando eres una persona con salud mental estable y madura. Así, no
importa que el hecho perdonado se repita, porque tú al perdonar seguramente no te
colocarás en una situación como la que te llevó a que esa persona te lastimara
con dinero, bienes, emociones, sentimientos o psiquis. Generalmente, las personas dañan porque son
egoístas, infantiles o como si fueran adolescentes. El problema reside en el hecho
de que hay sujetos adultos que jamás dejan de ser irresponsables. De esta forma
te aseguran hacer algo y en 3 días lo olvidan, sin embargo, volverán a las
andadas acostumbradas. En algunos o muchos asuntos legales con el nuevo perdón
judicial penal, tanto en las investigaciones de violencia intrafamiliar, como
en aquellos que se judicializan penalmente, he visto que la violencia doméstica
conviene repararla pagando el costo de 6 meses de atención psicoterapéutica
para la víctima: atención psicológica que es cubierta por el generador y que se
fija en equis cantidad, lo que resulta un contrasentido lógico. Parece que no se toma en cuenta que los daños
ocasionados por la violencia intrafamiliar no son susceptibles de tasarse en un
tiempo determinado de psicoterapia. Dentro de una familia es imposible
determinar un periodo fijo para que sus miembros sanen emocionalmente. En
cambio, en los perdones por deudas, la cuantificación sí es posible. Lo más
racional es que si se trata de perdón dentro del núcleo familiar o de pareja,
los agredidos tienen que condicionar o limitar hasta dónde alcanza el perdón o
acuerdo de voluntad –convenio, cláusulas– otorgado. Más vale prevenir que
lamentar. Cuando una relación presenta daños que
“duelen” es porque sus roles o dinámicas están contaminadas o son tóxicas para
ambos (sujeto agresor y agredido). Entonces el victimario por lo común es gente
tóxica. Así que es mejor poner distancia de por medio o límites precisos en su
relación, sobre todo cuando se trata de un familiar, que por su cercanía
volverá a las andadas de querer pasarse de “listo”. Recuerde, quien victimiza repite en un ciclo
sin fin la tendencia a dañar, porque demuestra un trastorno de personalidad. El
perdón, entonces, ¿es un gesto con un futuro incierto? Sí lo es. Así que
cualquiera que haya sido el alcance de lo dañado, si nos causó un fuerte dolor,
sea económico, legal o emocional, es evidente que no hay garantía alguna de que
el hecho no se repetirá. Si perdonas, tendrás que aceptar esta precariedad con
plena conciencia, así como sus consecuencias al otorgarlo. El remedio de un daño está en proporción
directa al amor que tengas hacia ti mismo, hacia el prójimo y que no caigas en
el juego del control del victimario. Nunca será seguro que éste no repetirá su
proceder mal intencionado. Quien daña una vez, traiciona o miente sobre
situaciones profundas, es insensible a tu dolor. No le importa. Quien agrede puede incluso manipular los
sentimientos: gemirá hasta las lágrimas, chantajeará y manipulará, asegurando
que jamás repetirá su error. Así que la “redención” del “otro” es imposible y
sólo la entiende Dios. Un célebre budista, Matthieu Ricard, explica que el
perdonar no se trata de decirle al victimario “está bien, te equivocaste, ya
sucedió, borrón y cuenta nueva”, para seguir como si nada hubiese pasado. No,
no se trata de esto. Perdonar es actitud tuya, no del otro. Es
interna, personalísima. Entonces, ¿qué hacer cuando una persona me causó daño?
¿Lo aparto o qué hago? Cabe preguntarse en la práctica –no religiosa ni
socialmente, porque son esferas idealistas, al fin que el dañador no vive con
el cura ni con la sociedad entera–. Es tu decisión.
Así que, el perdón no es hacia el otro, sino
un gesto hacia ti mismo para superar el hecho cruento y seguir adelante. Puedes
apartarte sin disgusto ni resabio del victimario y continuar tu camino, eso sí,
“Camino despacio, pero nunca hacia atrás”, Abraham Lincoln. Como siempre, hasta
siempre. “La respuesta, mi amigo, está en el viento”, Bob Dylan.