Despacho político
ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA
La elusiva vocación
Viernes 09 de Noviembre de 2018 9:07 am
AL periodismo se llega por diversos
caminos. Con frecuencia, la cabalgadura de la casualidad pone al periodista en
una senda de la que difícilmente saldrá antes de morir. Ahora, también se
arriba por la avenida de la academia. En esas intrascendencias pensaba hace
unos días. Ocurrencias de vida efímera, llevan a tan superficial pensante a
saltos de un asunto a otro, porque nadie sostendría sobre las nimiedades de la
conciencia un discurso de más de 2 minutos. He sido periodista la mayor parte de
mi vida, y de esos largos años, los más los he vivido en Diario de Colima, que
ayer cumplió luminosos 65 años. Supongo que son pocos quienes desde
temprana edad definen su preferencia profesional. Cuando estudiaba la
preparatoria, me asombraba que algunos compañeros estuviesen definidos en su
vocación de abogados, médicos, ingenieros, etcétera. Como muchas otras veces,
las más, andaba yo por el mundo y sus calles confundido, indeciso, dubitativo
acerca de este asunto y otros muchos, entre ellos qué estudiar y dónde. Cursé la preparatoria en un colegio
católico, en Guadalajara, de modo que salí del seno familiar colimense a los 14
años. Como desde niño me atraía la tauromaquia, me las ingeniaba allá para acudir
a las corridas de toros y a las novilladas. Fui a dar incluso a plazas de León
y Aguascalientes. Hasta participé en tientas. No tuve maestro. Cuando salía la secundaria, soñaba con
ingresar al Colegio Militar. Dos amigos que también pretendían la carrera de
las armas y yo nos preparamos desde meses antes para un hipotético examen de
admisión: corríamos como forajidos en escape, nadábamos como si nos persiguiera
un cocodrilo, saltábamos desde la mayor altura posible a una alberca y nos
fortalecíamos como Dios nos dio a entender. Como el único requisito que
incumplíamos los tres era el de la estatura mínima, el gran chaparral se
desanimó y optó por otros vuelos, cada quien el suyo. Muchos años después, a un estimado
amigo mío, militar en retiro, le pregunté por qué había generales más chaparros
que yo, si era requisito tal estatura para ingresar al Colegio Militar y le
dije que por esa razón había abandonado mi intención. -Cuando son adolescentes,
les permiten ingresar porque saben que crecerán durante la carrera- me explicó.
En la preparatoria obtuve buenas
calificaciones en materias de humanidades, artes e idiomas, aunque también me
defendía lo suficiente en matemáticas y, sobre todo, física. La física me ha
atraído desde la secundaria. Luego me convertí en curioso porrista de la
astrofísica, que motiva a reflexiones filosóficas. En aquellos años, sin
embargo, desconocía que hubiera una carrera de físico y mucho mayor era mi
ignorancia acerca de la astrofísica. Tampoco caía en la cuenta de que
escribía por cualquier pretexto y que cada novia con quien cancelaba una
relación, me enviaba al desván de la psicóloga gratuita que era la
improvisación de poemas, más malos que el té de hojas de amargosilla, pero
destilaban jugos del alma para drenarla. Se equivocó la paloma, se equivocaba.
Creyó que el mar era el cielo que la noche la mañana, que tu falda era su
blusa, que tu corazón su casa, escribió Alberti para la eternidad. Bueno, pues
como esa paloma equivocada, en lugar de ir al norte de mi vocación fui al sur de
las imaginaciones. Entré a la carrera de Ciencias de la comunicación con la
intención de convertirme en director de cine. Y no hubo nadie que me dijera:
-Mira, muchachito, hay muchos otros modos menos costosos de perder el tiempo-. Como muchos desorientados, terminé por
inscribirme a la carrera de filosofía. Claro, no deja dinero ni atrae muchachas
ni genera prestigio social. Ni el dinero ni el prestigio social me importaban
en ese tiempo. Ahora me importa ganar dinero para vivir y el prestigio me lo sigo
pasando por debajo de la axila. Después de tantos ires y venires, de
dudas e incertidumbres, de prueba y error (más error que prueba) devine en
periodista. De joven, nunca pensé en ser periodista, pero lo he sido casi toda
mi vida. Qué le vamos a hacer. A estas alturas, entiendo que pude
dedicarme de tiempo completo a las letras, a la poesía y la narrativa. O ser
militar, si hubiese tenido información de la tolerancia castrense a la estatura
reducida de los adolescentes. O torero, si alguien me hubiese guiado en mis
afanes por la tauromaquia. O tener varios oficios a la vez. Serlo todo. “Serlo todo. Incluso nada. Había dos
hombres en él. Uno agraciado por la fortuna, el amor y la gloria. Otro, perdido
por la vanidad, el boato y la misericordia”, escribió Carlos Fuentes en El
Naranjo, una novela que es obra maestra. Al final de tantas cuentas, aquí
estoy, agradecido con Diario de Colima, que ayer cumplió 65 años. Y me siento
muy bien en mi Casa Editora. P.D. Felicidades, Héctor y Paty. MAR DE FONDO
** “El poeta envejece./ No ve la
línea,/ la delgada silueta/ que, antes, veía./ La escritura le baila/ una
polkita;/ se le van los matices,/ las golondrinas./ Pero se puso lentes/ y oh
maravilla/ se dibujaron netas/ las golondrinas./ Apareció de nuevo,/ -la
delgadiña-/ aquella del romance,/ palabra limpia.../ Los tipos de su máquina/
la tinta china/ por más que los limpiaba/ no aparecían.../ Se arrimaba a la
hoja/ cuanto podía,/ su nariz borroneaba/ la letra fina.../ Pero se puso
lentes/ y oh maravilla/ volvieron las ‘corrientes’/ las ‘cristalinas’.../ Y
releyó a Pessoa/ y a Carlos Williams/ y anduvo con Sabines/ por la cornisa.../
Ahora es un ‘cuatrojos’/ es un ‘lenteja’/ pero ve lo que escribe/ y lo que
piensa”. (Washington Benavides, uruguayo, 1930-2017. Canción de los lentes.)