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SABBATH



ARMANDO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Informantes


Sábado 10 de Noviembre de 2018 8:13 am


TENER informantes en el campo es una ventaja valiosa para cualquier cazador. Si el informante es, además, cazador él mismo, es doblemente apreciable, pues sabe valorar las circunstancias y no se impresiona con una o dos parvadas de huilotas que pasaron un día por su territorio. Es más objetivo.

Contaba la semana pasada cómo la información que nos dio un jinete que iba por carretera, derivó en una invitación a su predio a tirar a las palomas de alas blancas. Una buena mañana.

Surgen de vez en vez informantes espontáneos. Para saber si se confía o no en sus datos acerca de buenos cazaderos, entra en acción la intuición del cazador, su capacidad para detectar mentiras, descifrar sobrevaloraciones o desentrañar quién sabe y quién desconoce de asuntos cinegéticos.

Los mentirosos suelen ser convincentes y, por tanto, engañan con más facilidad. Como aquella ocasión en que un hombre nos guió a una arreada de venado en una falda de cerro donde –aseguraba– abundaban los ciervos y los jabalíes.

Debí desconfiar del sujeto. Ya lo había entrevistado años atrás y me contó historias tan fantasiosas que resultaron publicables advirtiendo que eran eso, fantasías y parte del folclor rural colimense. Eran divertidas. Sin embargo, calculé que en la caza hablaría en serio. 

Terminada la arreada y sin salir ni venados ni jabalíes ni siquiera humildes hormigas, nos reunimos y alguien de los compañeros le preguntó: -¿Hace cuánto vio los venados que dijo pasaban por aquí?- El hombre bajó la vista en actitud de concentración, en ejercicio memorioso y tras unos segundos de silencio levantó la cabeza y nos dijo con fresca naturalidad: -No recuerdo muy bien, pero creo que fue hace como 25 años-. Participé en una caminata por esos rumbos, años más tarde, organizada por Te presento a Colima. Pasamos por la casa del mismo hombre mentiroso. Mi hermano Nacho, que no lo conocía, lo saludó y se enganchó en plática con él. El hombre se presentó con mi hermano, le dio nombre y apellidos para luego con soltura contarle a detalle su árbol genealógico. Se dijo emparentado con al menos un Gobernador y un Presidente de la República, con suficientes diputados y senadores para fundar un nuevo partido político y con personalidades de la educación, la farándula y las artes. Iba para largo y el pelotón de la excursión nos dejaba atrás. El sujeto es de esos que mienten sin causar daño y suelen ser entretenidos si uno tiene tiempo y gana de escucharlos.

Me acerqué a mi hermano, que suele ser diplomático en exceso, y le dije al oído: -Córtalo. Ya lo conozco. Es un gran mentiroso; nos está entreteniendo-.

Mis compañeros de caza creen que tengo habilidades diplomáticas para conseguir permisos de acceso a predios cuyo dueño no nos conoce, o para obtener información de buenos cazaderos. Están equivocados. La diplomacia es una de las muchas virtudes de que carezco. Cuando no hay más, hago lo posible por conseguir permisos y algunas veces funciona la táctica.

Un día de tantos, me negué y fue otro compañero quien asumió la función de canciller. En los límites de Michoacán y Colima, por la costa, en tiempos en que el peligro era menor por allá, nuestro querido amigo René (qepd) bajó de la camioneta a conversar con un hombre de edad avanzada que caminaba por la carretera. Le preguntó si había huilotas por el rumbo. El anciano pensó un poco, no mucho, y dio la ansiada información.

-Mire, sigan la carretera para allá y van a encontrar un sorgal. Hay muchísimas palomas ahí. ¡Viera cuántas!- -¿Y cómo a qué distancia está ese sorgal?- preguntó René. -No lejos. Es a la pura entrada del pueblo, a un lado de la carretera, a mano derecha de aquí para allá. Sigan y ahí lo van a ver- respondió. -¿Cómo se llama ese pueblo?- dijo René. El anciano le dio el dato casi en secreto.

Entonces, René dio las gracias, giró y vino a la camioneta. Su cara colorada denotaba una rara mezcla de enojo y risa.

-¿Para dónde le damos, licenciado, qué te dijo?- -¡Viejo caramba!- exclamó. Dijo caramba, porque René no era mal hablado en ese tiempo, antes de que A. le contaminara el lenguaje. -Dice que hay muchas en un sorgal que está aquí adelante, a la entrada de ¡Lázaro Cárdenas!- y soltó la carcajada. Desde esa vez, nunca volvió a preguntarle nada a nadie sobre localización de cazaderos.

Un muy estimado amigo mío, sembró maíz en su parcela. Cuando pizcó, dejó una canasta de mazorcas en el monte contiguo, donde había encontrado rastros de venado. Conforme pasaron los días, el astado se aquerenció más y más. Mi amigo rellenaba la canasta cuando comenzaba a bajar el nivel, para que el venado permaneciera. A la siguiente luna nueva, lo cazaría. Contó la estrategia a un amigo suyo, que no ha de serlo tanto, porque fue esa misma noche a espiar al ciervo y lo cazó.

Y lo peor: Ni siquiera una pierna del animal le regaló a mi amigo. De que hay gandallas, los hay en todos lados.