Indicador Político
CARLOS RAMÍREZ
De Trump a AMLO
Domingo 11 de Noviembre de 2018 8:48 am
LA pregunta no deja de ser maliciosa:
¿En qué se parecen Donald Trump, Nicolás Maduro, Evo Morales, Jair Bolsonaro y
Andrés Manuel López Obrador? En que han tratado de ocultar liderazgos
bonapartistas personalistas detrás de un discurso de democracia directa contra
el fracaso, dicen ellos mismos, de la democracia representativa. El Twitter, la plaza, el indigenismo,
los vicios de la democracia y las consultas quieren revalidar el modelo de la
democracia directa que nació, dice John Dunn, con la Grecia de Pericles y que
luego tuvo dos expresiones fundacionales de formas de la democracia: la
revolución americana del federalismo y la revolución francesa de la
representación popular y los derechos del pueblo. La victoria electoral de López Obrador
en México y su mayoría absoluta en el Congreso contrastan con su regreso a la
democracia directa de consulta al pueblo, para saber el destino de la
construcción de un nuevo aeropuerto en la capital de la República. La
contradicción es obvia: ¿Por qué usar el camino de la consulta directa al
pueblo, si tiene la mayoría absoluta en el Congreso? Los plebiscitos y los
referéndums han buscado siempre ratificar en consulta al pueblo decisiones
tomadas en las estructuras de la democracia representativa. La respuesta en los casos citados
–Trump, Maduro, Morales, Bolsonaro y López Obrador– se localiza no tanto en el
fracaso de la democracia representativa que tiene en los procesos electorales
su expresión más afinada, sino en la intención de construir liderazgos
personales. En Estados Unidos, Venezuela, Bolivia, Brasil y México los sistemas
de división de poderes y de ratificación de autoridades vía elecciones, han
funcionado al grado de que todos estos líderes llegaron al poder por la vía
electoral. La decisión de poner la consulta directa al pueblo por encima de las
instituciones de la democracia representativa responde, más bien, a afanes tipo
bonapartistas, usando la expresión de Marx en El dieciocho brumario de Luis
Bonaparte. Y Marx dio la respuesta: no tanto la conquista del poder político,
sino el poder personal. Por tanto, lo que estamos viendo en
América no es el regreso de la democracia representativa de finales del Siglo
XVIII a una democracia directa de hace más de 2 mil 500 años –en la Grecia de
Pericles en el Siglo V antes de Cristo– en el ágora social, sino la utilización
del concepto de democracia directa para fortalecimiento de liderazgos personales.
Mal que bien, todos los gobernantes que se fortalecen por la democracia directa
llegaron al poder por la democracia representativa. La democracia directa es la
simplificación de las reglas de la convivencia equitativa en una sociedad. En
México, existen ejemplos de cómo la democracia directa en realidad no cumple
con las exigencias de la democracia –la representación de todas las ideas–. En
Chiapas se han establecido municipios autónomos con gobiernos indígenas y en
Oaxaca el 75 por ciento de los municipios eligen sus autoridades por usos y
costumbres, una forma tradicional de democracia directa en donde autoridades
sin elección democrática definen las reglas de selección de gobernantes, en
función de tradiciones y no de competencia. El problema, sin embargo, radica en el
hecho de que en ambos estados del sur de México con fuertes tradiciones
indígenas existe una pluralidad social que no había en siglos anteriores. Por
tanto, la representación político-administrativa tradicional no responde a la
pluralidad de las clases y sectores sociales, entre ellos la más importante:
comunidades indígenas con comunidades mestizas. Lo mismo ocurre en sociedades
políticas donde conviven tradicionalistas con modernos. La democracia representativa nació
justamente para democratizar la representación social. A mediados del Siglo
XIX, cuando México reorganizaba su orden constitucional en medio de invasiones
extranjeras, fueros religiosos y pronunciamientos rebeldes, el
constitucionalista Mariano Otero estableció la democracia representativa: que
la composición del Congreso represente la pluralidad de la sociedad. Esta
teoría de las minorías obligó a abrir espacios de representación en las
instituciones precisamente a los menos. La democracia directa suele prohijar
dictaduras personalistas. Desde el derrocamiento del dictador Porfirio Díaz en
1911, México ha tenido fases brillantes y oscuras de democracia representativa;
sin embargo, el modelo de la representación plural ha alejado el fantasma de la
dictadura personal. Aún con trampas autoritarias, las grandes decisiones
mexicanas –sobre todo las que fueron llevando a la democracia electoral–
pasaron por las instituciones de representación. Lo grave ocurre cuando se dice
democracia directa existiendo reglas de mayorías en democracias
representativas. La consulta de López Obrador sobre el aeropuerto la hizo su
partido, sin control de boletas, sin representación de opositores, sin debate;
las boletas eran del color de su partido y las urnas las pusieron sus
militantes. La Constitución Mexicana contiene reglas estrictas para consultas
involucrando a los tres Poderes y ninguna fue cumplida. Por tanto, lo que hacen algunos
mandatarios populistas es manipular la democracia directa para no tener que
pasar por la democracia representativa y erigir dominios totalitaristas,
eludiendo las reglas y equilibrios de toda democracia formal o real. Así que lo que practican los
aspirantes a dictadores no es democracia directa (Pericles nos libre), sino
formas autoritarias de imposición de decisiones moviendo a las masas lumpen.
Hay que releer el Dieciocho brumario para entender que la democracia representativa
está siendo atacada por la lumpendemocracia de los pobres para erigir
dictadores. indicadorpoliticomx@gmail.com
@carlosramirezh