Cargando



La palabra del domingo



ÓSCAR LLAMAS SÁNCHEZ

Esa mujer entregó su vida


Domingo 11 de Noviembre de 2018 8:52 am


EN una ocasión, estaba Jesús frente a las alcancías del templo, mirando cómo la gente echaba allí sus monedas. Muchos ricos daban en abundancia. En esto, se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Llamando entonces Jesús a sus discípulos, les dijo: “Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir”.

El Evangelio nos muestra hoy a Jesús como un atento observador del comportamiento humano, como un buen conocedor de las intenciones de nuestro corazón. Así, Jesús nos observa hoy profundamente, con mucho amor.

¿Con quién nos está identificando? ¿Con aquella pobre y generosa viuda, o con los escribas sabihondos y orgullosos?

En verdad, lo que hizo esta viuda es lo que se llama amor que da de todo corazón. Aquellos ricos dieron, pero no se privaban de nada, y muchos lo hicieron sólo por ostentación. En cambio, la viuda pobre hizo entrega de su propia vida a través de su modesto donativo. La enseñanza es clara: lo más importante a los ojos de Jesús es el don de uno mismo.

Esta donación íntegra de nosotros mismos que nos propone Jesús, significa no sólo que debemos amar y servir a nuestros prójimos con todo lo que tenemos y valemos, sino también, y sobre todo, que debemos compartir la vida en gracia, nuestra  vida íntima de amor con Dios.

Cristo Jesús en la Eucaristía se nos entrega totalmente con su cuerpo, su sangre, su alma, su divinidad. Vida divina que se injerta vitalmente en el vivir humano. San Agustín decía: “Cuando vayas al sacrificio, no vayas tanto a ofrecer cosas, vete a ofrecerte a ti mismo, pues Dios, más que a tus cosas, te busca a ti mismo”.

Esta integración de Jesús en  nuestra vida es siempre una exigencia de santificación personal, de donde debe partir toda tarea pastoral. Ofrenda permanente de nuestra vida, sin fingimientos, con generosidad, sin ostentación, para colaborar a realizar en el mundo el reino de Dios, reino de amor y de justicia para todos.

Este programa de vida no podrá realizarse sino con una auténtica vida en gracia, a base de oración, meditación, frecuencia de sacramentos, sentido comunitario, responsabilidad consciente de vivir y propagar el Evangelio como miembros vivos y operantes del cuerpo místico de Cristo, a impulsos del Espíritu Santo.

Amigo(a): Lo que da más valor a los bienes materiales y de servicio que podemos dar a nuestros semejantes es simplemente el amor de Dios que enciende el corazón para compartirse sin reservas. Y si nuestra ofrenda se hace en unión con el sacrificio de Jesucristo en la cruz, sacrificio que se actualiza en la Eucaristía, entonces tiene un valor infinito.