¿Se avecina el fin de la era Trump?
WALTER ASTIÉ-BURGOS
Domingo 11 de Noviembre de 2018 8:50 am
COMO no hubo contundentes ganadores ni
perdedores en las recientes elecciones legislativas, ambos bandos se adjudican
la victoria. Los republicanos mantienen el control del Senado, incrementan su
número de curules y ganan 18 gubernaturas. El esperado “tsunami azul” no se
dio, pero los demócratas ganaron 14 gubernaturas y la Cámara de Representantes.
Esto último es muy importante: en el Senado sólo se disputó un tercio de sus
100 curules, pero como en la Cámara Baja fueron todos sus 435 asientos, su
elección equivale a un referéndum nacional sobre el actual gobierno, pues
igualmente es una elección popular directa sin Colegio Electoral. Los dos partidos lograron que sus
seguidores votaran copiosamente, pero aunque los republicanos conservaron su
base dura, perdieron simpatizantes moderados que en 2016 votaron por Trump. El
país, en suma, agudizó su polarización y encono: las mujeres (estrellas de los
comicios), los jóvenes, los universitarios, las minorías, los citadinos,
etcétera, que reflejan la diversidad del país, votaron por los demócratas. Los
blancos, conservadores, de bajos ingresos, de mayor edad, sin estudios
universitarios, que viven en zonas rurales, favorecieron a los republicanos. Sin embargo, quien dio muestra
elocuente del verdadero impacto del resultado electoral fue el propio Trump: lo
traicionaron su falta de madurez, patológico narcisismo y carencia de
inteligencia emocional. Como bien se dijo… perdió la Cámara Baja, y también
control sobre sí mismo. Al día siguiente de las elecciones apareció en la
conferencia de prensa de la Casa Blanca, visiblemente descompuesto, abatido y
rabioso. Si su lenguaje corporal evidenció los
estragos de la pérdida electoral, mucho más lo hizo el verbal: su afirmación de
que “fue un gran día” sonó hueca, apesadumbrada, y arremetió furioso contra los
periodistas que le hicieron preguntas incómodas. A uno de su detestada CNN le
suspendió el acceso a la Casa Blanca, a otra afroamericana la acusó de hacerle
preguntas racistas (¿?), y de plano estalló cuando se le inquirió sobre el
Russiagate. El remate que hizo aún más evidente lo
que lo perturba, fue su tajante decisión de, ese mismo día, cesar al procurador
Jeff Sessions. Aunque desde hace más de un año crítica y humilla a quien fuera
uno de sus primeros y más fervientes seguidores, puesto que rechazó (recuse)
involucrase en la investigación de la interferencia rusa en las elecciones
presidenciales. Argumentó que, por haberse reunido con personajes rusos
involucrados en el problema, habría un conflicto de intereses, pero Trump lo
consideró una vil traición. Sessions trasladó el asunto al subprocurador Rod
Rosenstein, quien en mayo del año pasado designó a Robert Muller como fiscal
especial, y debió de haber sustituido a Sessions. Pero como el Presidente
tampoco confía en él, nombró como procurador interino a Matthew Whitaker: dado
que en repetidas ocasiones criticó la labor de Muller, su obligada misión será
boicotear, entorpecer, cancelar o terminar dicha investigación. En conclusión: lo que aterra al
Presidente es que Muller contará con el respaldo de una Cámara de
Representantes controlada por quienes ha fustigado y vilipendiado
despiadadamente desde 2016. Obviamente su temor es que salgan a la luz sus
vínculos con los rusos, sus turbios negocios, sus no pagados impuestos, sus
torcidas aventuras amorosas, etcétera. No obstante que carece de escrúpulos y
de brújula moral y ética, hasta el momento ha logrado salirse con la suya
gracias a la complicidad de los republicanos, pero a partir del próximo año
existirá un nuevo equilibrio de poder que presagia el comienzo del fin de la
era Trump.
*Internacionalista, embajador de
carrera y académico