¿A martillazos?
DENISE DRESSER
Lunes 12 de Noviembre de 2018 7:49 am
LIDIAR con los bancos en México es
como ir al dentista a que te saquen una muela. Es como someterte a una
colonoscopía obligatoria. Es como acudir al podólogo para remover una uña
enterrada. Incómodo, doloroso, latoso e inevitable. No hay más remedio que
padecer la disfuncionalidad de los servicios financieros del país. ¿Quién no ha
enfrentado la desesperación ante las colas interminables, el servicio lento, el
papeleo innecesario, el trámite engorroso? ¿Quién no ha experimentado el terror
de ser enviado a la fila de “Servicios al cliente” detrás de otras 30 personas,
escudriñando las manecillas del reloj, mirando correr el tiempo? ¿Quién no ha
pagado las comisiones exorbitantes que cobran por cada transacción? La banca
exprime, la banca abusa, la banca expolia. La Comisión Federal de Competencia lo
advirtió desde 2014 en un estudio sobre el sector financiero. Criticó los
cargos desmedidos, la estructura oligopólica, las serias dificultades que
enfrentan las pequeñas y medianas empresas en busca de crédito, las pólizas
caras, las conductas anticompetitivas, la falta de información que impide a los
clientes elegir mejores productos financieros, los sobreprecios en los seguros
automotrices e hipotecarios, la opacidad en el manejo de fideicomisos
protegidos por el “secreto bancario”. Padecemos un sistema financiero que no
está innovando, está aprovechándose. Por eso las filiales de bancos extranjeros
en México tienen mayores tasas de ganancia que en otras partes del mundo donde
operan. El problema trasciende el cobro de comisiones; es endémico y sistémico. Pero lo que muchos miembros de la
cuarta transformación no han entendido aún es que se trata de corregir, no de
destruir. Se trata de componer, no de descomponer. Se trata de apagar múltiples
fuegos que deja el peñanietismo, no de incendiar la pradera. Se trata de crear
un sector financiero moderno, competitivo, que brinde mejores servicios a
consumidores expoliados, no de linchar legislativamente a los denominados
“enemigos del pueblo”. Detrás de la iniciativa presentada por la senadora
morenista Bertha Caraveo, había mucho revanchismo y poca técnica legislativa;
mucha retórica bombástica y poco conocimiento del sector; muchas ganas de
ajusticiar y pocos deseos de corregir adecuadamente. Vale la pena recordar sus palabras al
tomar la tribuna: “(...) la iniciativa es fundamental para hacer más justa la
relación entre el pueblo y la banca. No hay democracia política sin justicia
social. No necesitamos una mano invisible que empuje al vacío a los humildes.
Necesitamos un Estado que abrace y acompañe a su gente. Hoy damos un paso más
en la promesa de separar el poder económico del poder político. No les vamos a
fallar”. Ojalá alguien le hubiera explicado a
la senadora Caraveo que el problema no es la mano invisible del mercado que ha
creado a la banca rapaz; es la colusión, es la falta de competencia, es la
falta de regulación robusta. La expoliación a los consumidores ha sido culpa
del Estado ausente, no del mercado omnipotente. Y sí, al Estado le corresponde
intervenir, pero de buena manera, para limitar la extracción por parte de los
bancos, no para destrozarlos. El poder político debe regular al poder
económico, no lanzarse a golpes contra sus miembros. El poder político debe
colocar límites al poder económico, no jugar vencidas, en las que todos
terminamos noqueados. Bien lo advertía Adam Przeworski, para
poder gobernar, las izquierdas necesitan aprender a coexistir con el
capitalismo y atemperarlo; necesitan domesticar a las minorías extractivas y no
guillotinarlas; necesitan promover la regulación, sin ahuyentar la inversión.
Pero eso no se logrará si la cuarta transformación se siente martillo y todo lo
ve como un clavo. Si concibe a la economía como un juego suma cero, donde para
que AMLO gane, los banqueros y los empresarios y los inversionistas deben
perderlo todo.
Las comisiones bancarias son abusivas
y el Estado puede y debe interceder para reducirlas. Pero la forma de hacerlo y
anunciarlo importa. La protección al consumidor no se logrará vía una
legislación fulminante, sino a través de una regulación eficaz. Con multas millonarias,
no amenazas desinformadas. Con procesos bien pensados y no escaramuzas costosas
que luego obligan a dar marcha atrás. Habrá que remodelar al país, pero
sabiendo cómo usar un martillo y sin llenar de hoyos la pared.