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Razones



JORGE FERNÁNDEZ MENÉNDEZ

Inseguridad: la suma de todos los miedos


Miércoles 14 de Noviembre de 2018 7:37 am


LO ocurrido en San Juanico es casi un paradigma de la profundidad de la crisis de inseguridad que vive el país y de sus razones. Cuatro delincuentes asaltan una gasolinera en una de esas tierras de nadie, que son los límites entre la Ciudad de México y los municipios conurbados; cuando la policía capitalina los persigue, se refugian en su colonia, que está pasando el límite territorial de la Ciudad de México; allí, un grupo de personas los protege y termina “reteniendo” (es la forma elegante de decir secuestrando) a los elementos policiales; más policías van a rescatarlos, y lo hacen con violencia y sin método, ante una ciudadanía hostil, que protege a los delincuentes y ataca a la policía.

La mañana siguiente, los pobladores, demasiado organizados para ser un movimiento espontáneo, bloquean una de las principales autopistas del país. Apoyados por el sacerdote del pueblo, presentan un pliego petitorio demasiado politizado, y cuando promedia la protesta, aparecen jóvenes con el rostro cubierto, con molotovs, algunas armas, palos, piedras, y agreden a policías y periodistas, saquean comercios, queman patrullas. Finalmente, después de 20 horas de bloqueo, porque nadie decide desalojarlos, llegan fuerzas federales y los quitan. Todavía se dan algunos enfrentamientos menores, pero los comunicados dicen que hay “saldo blanco”, aunque los que se llevaron la peor parte son los policías, uno de ellos herido de cierta gravedad.

Prácticamente no hay responsables ni detenidos, y los que lo son, terminan a las pocas horas en libertad, aunque varios policías reciben denuncias en su contra y la Comisión de Derechos Humanos local decide actuar, investigándolos. La coordinación de las autoridades fue inoperante, por lo menos hasta bien entrada la tarde.

Lo que hay es un desprecio absoluto por la ley, por la legalidad de todos los actores, pero lo cierto es que el origen del problema es que los pobladores decidieron proteger a los delincuentes y atacar a los policías, y éstos no estaban preparados para responder a una operación de rescate de los suyos, y entonces lo hicieron a los golpes. En el fondo del problema, lo que sucede es que como se han cansado de mostrarlo algunos espacios, sobre todo series producidas paradójicamente por algunos de los más cercanos al Presidente electo, los delincuentes no son tales, sino una suerte de luchadores sociales que así se rebelan contra la pobreza y así son tratados.

En el discurso de la próxima administración, se confunde la lucha contra el crimen con la represión contra el pueblo. Si un grupo bloquea una autopista, roba y saquea un tráiler con mercancía no es un robo, es un acto de protesta social, aunque esos productos se terminen vendiendo después en el mercado negro. La policía está desprestigiada porque, primero, salvo áreas muy concretas, no está especializada, y segundo, porque se ha ganado, en muchas ocasiones, su mala fama. Pero también porque es descalificada desde el propio poder.

Pasa en San Juanico, pero también con los huachicoleros en Puebla y Guanajuato, o con los productores de goma de opio en Guerrero. Los delincuentes y algunos actores políticos han convencido a las comunidades de que el territorio es suyo y que tienen derecho a controlarlo e incluso a apropiarse de lo que pase por allí y, además, saben que gozan de casi total impunidad en ese tipo de acciones. En Guerrero, dicen que si la tierra es suya pueden sembrar lo que quieran; los huachicoleros le dicen a la gente que si los ductos de Pemex pasan por su territorio, tienen derecho a saquearlos; en las colonias periféricas, como San Juanico, muchos creen que tienen derecho a proteger a los delincuentes, porque también son de los suyos.

Es la historia de nunca acabar, y hoy, cuando la próxima administración presente su estrategia de seguridad, debe tomarlo en cuenta: sin seguridad cotidiana y seguridad jurídica, no hay estabilidad posible; sin acabar con la impunidad, no se puede avanzar en la seguridad pública; sin instituciones policiales fuertes, sólidas, bien equipadas, preparadas y coordinadas, no se puede atacar a una delincuencia cada vez mejor armada y más audaz (porque se sabe impune). Si no se obliga a todos los actores a actuar en el marco de la ley, el mando lo seguirán teniendo los delincuentes.

 

LA BODA DE ANDY

 

Entre las muchas fakenews que circulan diariamente, el fin de semana le tocó al hijo de López Obrador, Andrés, ser objeto de una de ellas, que aseguraba que se había casado en una hacienda en Campeche, en una lujosa ceremonia. Era absolutamente falso. Pero algunos cayeron bajo el influjo de las fakenews, como mi amigo Carlos Alazraki, que difundió esa información hasta que, finalmente, descubrió su error y aceptó que fue, como otros, víctima de las redes sociales, y que subió esa información, sin validar que fuera cierta.

Las redes sociales pueden ser benditas para algunos, pero malditas para otros. Pueden ser un magnífico medio de comunicación entre las personas, pero también siembran la desinformación. Se puede tener diferente opinión sobre los hechos, pero no se puede tener hechos diferentes. Y las redes no confirman la información de manejan, sólo lo hacen los medios de comunicación formales. Eso los hace irremplazables.