Comprender el secreto del hombre
SERGIO A. PORTILLO CEBALLOS
Viernes 16 de Noviembre de 2018 7:42 am
¿CUÁL es el fenómeno histórico más
grande? Para el humanista genuino, uno de los más significativos es el de la
humanidad, que pugna por su propia comprensión. ¿Cuál es el propósito supremo
de la indagación del hombre? El conocimiento de sí, como base y centro del
desarrollo humano, como sabiduría que fundamenta su autoestima y bienestar. Los sucesos de que están llenos los
libros de historia parecen ser menos importantes que los empeños renovados del
espíritu por comprender más el secreto del hombre. Ya Sidartha y Sócrates
afirmaban que el conocimiento propio es el requisito principal de la
realización humana que nos conecta con el mundo exterior, a fin de lograr su
significado. Enseñaban que debemos romper las cadenas que nos aprisionan y obtener
el conocimiento que conduce a nuestra verdadera libertad. Debemos ampliar la conciencia del
significado que, en el devenir humano y especialmente en el mundo actual, ha
seguido la pregunta de quiénes somos. En todos los conflictos entre las
escuelas históricas que pretenden orientar a la persona en el mundo, este
objetivo ha permanecido invariable e inconmovible: probó ser el punto
arquimédico, el centro fijo e inmutable de todo pensamiento orientador. En ningún otro periodo del
conocimiento humano el hombre se hizo tan problemático para sí como en nuestros
días. Disponemos de una antropología científica, otra filosófica y otra
teológica que con frecuencia se ignoran entre sí. No poseemos una idea clara y
consistente del ser humano. La multiplicidad, siempre creciente de ciencias
particulares ocupadas en el estudio del hombre, ha contribuido más a empañar y
oscurecer nuestro concepto del mismo que a esclarecerlo. Ninguna edad anterior se halló en una
situación tan favorable en lo que respecta a las fuentes de nuestro
conocimiento de la natura humana. La biología, la psicología, la etnología, la
antropología, la sociología y la historia han establecido un bagaje de hechos
extraordinariamente ricos y en crecimiento constante. Se han mejorado
inmensamente nuestros instrumentos técnicos para la observación y
experimentación, y nuestros análisis se han hecho más agudos y penetrantes. A menos que consigamos hallar el hilo
de Ariadna que nos guíe por este laberinto, no poseeremos una visión real del
hombre y su desarrollo, y quedaremos perdidos en una masa de datos inconexos y
dispersos que parecen carecer de toda unidad conceptual. La incógnita de quién
es el hombre probablemente ha desvelado a la humanidad desde el amanecer de la
civilización, hoy sigue siendo uno de los interrogantes humanos más
perturbadores. ¿Quiénes somos? ¿En qué consiste
nuestro verdadero ser, nuestra identidad fundamental? Las múltiples respuestas
que se han propuesto para este enigma van de lo profano a lo sagrado, de lo
simple a lo complejo, de lo romántico a lo científico, del plano individual al
político/social. ¿Es el hombre una partícula de polvo arrastrándose desamparada
sobre un pequeño e insignificante planeta dentro de un cosmos infinito? ¿Es un
conglomerado de elementos químicos habilidosamente reunidos? ¿Es un ser noble
por su razón, infinito por sus facultades? ¿Acaso es el ser humano todo esto al
mismo tiempo? Si el sujeto humano se haya dividido
en dos partes dispares, un alma espiritual y un cuerpo material, ¿cómo se
mantienen unidos? ¿Es verdad que, como afirman algunos científicos, lo que
llamamos alma espiritual es lo mismo que el cerebro? ¿Es el hombre un sujeto
elaborado, o está en proceso permanente de llegar a ser? ¿Es sólo una máquina
fisiológica movida por energías pulsionales inconscientes? ¿Es un animal
modelado por estímulos del ambiente? ¿Es un organismo biopsicosocial y
trascendente impulsado a su realización por una tendencia direccional
actualizante? ¿Está la vida regida por el principio del placer, del poder, de la
“programación” o por una voluntad de sentido? ¿Somos las personas que crean su
propio mundo? ¿A qué se debe esa tendencia del hombre hacia un ser que llama
absoluto, creador, infinito, y con el cual pretende establecer contacto como de
hijo a padre? ¿Hay un modo de vivir bueno y otro malo, o es indiferente cómo
vivamos? Tal vez las respuestas a estas
preguntas no supongan una diferencia radical en tu vida, pero es innegable que
han de tener influencia. ¿Quién tiene la última palabra en estos asuntos? Son cuestiones
desconcertantes. No se pueden resolver mediante experimentos de laboratorio, y
los que poseen una actitud independiente son reacios a panaceas universales. A
ellos, la historia del humanismo les proporciona algunas respuestas. En última instancia, esto podría
enseñarnos a vivir, aunque no sepamos mucho. No hay respuestas prefabricadas
que puedan obtenerse en máquinas automáticas. Tengamos paciencia con cuanto
queda por resolver. Aprendamos a amar las preguntas mientras esperamos las
respuestas. El crecimiento es gradual, aun cuando se den momentos de percepción
profunda o de revelación trascendente.
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