Innovemos algo ¡ya!
MARÍA EUGENIA GONZÁLEZ PEREYRA
Tú sí sabes
Domingo 18 de Noviembre de 2018 8:31 am
COMO bien dice una amiga y colega, y
por los años que he tenido el privilegio de poder acompañar como terapeuta a
estar mejor, a mirar, a superar, a sanar los conflictos y restructurar la
felicidad de quienes me honran con su confianza, se nota que en el desazón
adulto ocurre una antigua herida de desvalorización y un profundo temor a no
ser merecedor o peor aún, a creer que eso es cierto. Si bien, todos nosotros hemos
sobrevivido a tales quebrantos de una forma u otra, con distintos mecanismos de
defensa e innumerables formatos para sobrevivir al mentado dolor, no deja de
ser ese rincón del alma un clavo ardiente en la planta del pie, que nos hace
cojear creyendo tener un firme andar. La ausencia de valorización en las
familias hace daño y cala, a veces más que la muerte. Esos niños, los que llegan a adultos
con la sensación de no haber sido abrazados o incluso, de facto, no haberlo
sido, sufren aunque hayan aprendido a olvidarlo; aquellos que no recuerdan
haber escuchado decir a papá o mamá que son inteligentes, valientes, únicos,
importantes, amados y respetados; niños que se perciben a sí mismos como un
“nada”, a tal grado que se suman kilos en el cuerpo para poder ser notados o
para ocupar un espacio –el sobrepeso infantil es uno, de entre muchos síntomas,
que nos llegan por no ser mirados–. Es en la no valoración del ser donde
nace la codependencia o el verdugo, ambos polos de supervivencia. Aprendemos a
subsistir porque nunca nadie nos enseñó a vivir, por eso seguimos estereotipos
y creemos que somos valorados cuando somos usados; queridos cuando somos
poseídos, y que es necesario pelear, manipular o someterse para merecer ser
considerados e idealmente amados. Los chiquitos, a veces aprenden que
merecen ser castigados, golpeados e ignorados por ser pequeños, por no ser
capaces, por no ser deseados, por ser una carga, por ser un gasto, porque la
vida es dura, por, por, por… Lo bueno es que podemos hoy hacerlo
distinto y sabernos dichosos, si trabajamos en ello. ¿Qué más da si crecimos
quebrados y desvalorizados?, lo que necesitamos es saber que a pesar de todo,
¡sí merecemos!, y que hoy, como adultos sobrevivientes, podemos aprender a ser
dignos y valientes. Si somos personas enfermas,
deprimidas, conflictivas, tristes, iracundas, infieles, sumisas, desdichadas,
resultado de la desvalorización, o porque quizás crecimos sin sentirnos
importantes; si salimos al mundo buscando reconocimiento y amor, con hambre de
cariño, y nos encontramos ante una jauría de depredadores, ansiosos por
saborear nuestra vulnerabilidad, créeme que aún podemos y debemos cambiarnos de
ese lugar y encontrar camino hacia la verdad. Porque sólo el amor es real. Merecemos la palmadita en la espalda y
esa caricia anhelada, y si crecimos con el “cállate, tú no sabes”; “tú no te
metas”; “vete a jugar”; “ahorita no me interrumpas”; “sácate de aquí”; “¿eso,
es tu dibujo?”; “deja de perder el tiempo jugando y ven a ayudar”; “eres un
inútil”; “¿estás tonto o qué te pasa?...”, todavía no es tarde para apreciar y
ser apreciados. Para un niño, ser reconocido y valorado es importante; ser
llamado por tu nombre, sin comparaciones, autorizado para opinar, límites
amorosos en una disciplina explicada, sin castigos y sí con consecuencias, es
sano. Si dibujó chueco está bien, y si está
fuera de la raya también; si la criaturita no llegó al baño o no se despertó y
se mojó, ¡paciencia!, sólo está desarrollándose y experimentando la bendición
del permiso de hacerlo mejo la próxima vez. Porque ser importantes,
inteligentes, valientes, amados, y reconocidos es lo merecido y nuestro
derecho. Es urgente recordar que somos capaces de lograr lo que nos
propongamos, que si crecimos desolados, hoy podemos modificarnos, pues en el
alma de nuestros padres sí somos valorados y amados, aunque, a veces, las
tradiciones calen. Innovemos algo ¡ya!, veamos que en cada bebé, por más
pequeño que sea, está un adulto potencial, y que en su momento habrá de tener
la fuerza, la capacidad y la seguridad para poderle decir a su hijo: “¡Qué
bien!, ¡tú sí sabes!”. *Terapeuta
innovemosalgoya@gmail.com